(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Cuando llega el otoño, me paso
las tardes en la terraza del Panorámica, un bar escasamente
conocido, a pesar de contar con varias décadas de vida, que está en
Bellavista y tiene, como indica el nombre del lugar, la mejor
perspectiva posible de la bahía de Palma. Ahí aflora lo que cohibe
la áspera cotidianidad. “Todo lo interesante ocurre en la sombra”,
escribió Céline. Llevo un tiempo con dos sueños que se reiteran:
uno muy concreto y el otro más intuitivo y difuso. En el primer
caso, veo precisamente desde la elevación apolínea del Panorámica
la bahía palmesana vaciada de agua, con el fondo seco, aunque a
veces se manifiesta todavía mojado y fangoso. Una visión convulsa
en su belleza furiosa y también en su fisura de toda lógica. Me
fascinan esas estampas de la desolación, como aquella imagen
veneciana que deleitaba al pintor Riera Ferrari, fallecido hace unos
meses: un cementerio de barcos que se pudren en una dársena.
En el otro sueño, y de alguna
manera insuflado por una de las películas que mayor impacto me han
causado, Érase una vez
en América de Sergio
Leone, brota la alienante sensación de que fallecí en el accidente
de moto de julio del año 2000 que he relatado en estas páginas y
que me seccionó la femoral; fue un milagro que una ambulancia que
pasaba por el Mercapalma me cogiera a tiempo. Ahí presiento que los
17 años que han venido después no son más que una proyección
onírica: el breve momento del estertor comprimiendo más de 6000
días como si fuera el núcleo de un agujero negro.
Releyendo textos de Heidegger
sobre el nihilismo, tomando unas hierbas dulces y fumando un habano
pasan mis tardes en el Panorámica a la espera del crepúsculo, ese
final de la luz y del tiempo que siempre insinúa ser el último (¿mi
segundo sueño?). A pesar del fabuloso avance científico, a veces
parece que el emancipador paso del mito al logos definido por Wilhelm
Nestle, refiriéndose a la Grecia clásica, no se acaba de producir
en nuestras mentes. El sistema progresa, pero el hombre diría que
menos. Nos acosan fantasmas primigenios que se han hecho fuertes en
un punto ciego de nuestro ser; no podemos alcanzar esos rincones, lo
que imposibilita su completa fumigación, pero sí podemos acotarlos
con disciplina y desde luego sin ingenuidades que podían entenderse
hace siglos, incluso hace décadas, pero que ahora ya no nos podemos
permitir. La dicotomía entre tragedia y catástrofe; no entrenarse
en la incertidumbre y el desarraigo nos conduce a lo peor. Como decía
Dante en la Divina
Comedia, “no hay
remedio para tu fractura, tu herida es incurable”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario