lunes, 28 de octubre de 2013

ESTADO PAROT



 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

     La evidencia principal que se puede extraer de la desautorización de la llamada 'doctrina Parot' por el Tribunal de Estrasburgo es que la inoperancia de los políticos españoles se arrastra desde el inicio de la democracia. Si pudo ser un error jurídico que el Estado tratara de prolongar en 2006 la estancia de etarras sanguinarios en la cárcel, el problema sustancial es muy anterior. Porque deberían haber sido los gobiernos de Adolfo Suárez y sobre todo de Felipe González aquellos que, conociendo el destino placentero de los presos etarras (cumpliendo sólo 20 años por 24 asesinatos), cambiaran la legislación penal para adaptarse a la realidad del momento. Pero se hizo presente la máxima que define a nuestra clase política: una penosa incapacidad de liderazgo ante la opinión pública, el seguidismo automático de las tendencias mayoritarias en la sociedad. Como en los años 80 no existía una adecuada sensibilidad social-mediática para prolongar las penas de los criminales de ETA, los políticos no hicieron absolutamente nada. Aún sabiendo lo que sucedería tiempo después. ¿Para qué pensar en las consecuencias si lo que cuenta es entregarse al día a día y beneficiarse de la inmediatez más cortoplacista?
De esta manera, funcionó hasta 1995 (y más allá) el artículo 70 de un Código Penal franquista, aprobado en 1973, que en su buenismo para con los etarras tal vez se abandonó al inconsciente violento de la dictadura: una cierta simpatía por los asesinos en serie, de la ideología que sean. En los pueblos vascos que controla Bildu deberían erigirle una estatua a Franco, inusitado benefactor de los gudaris.
Nuestra legislación arrastra unos problemas absurdos en asuntos importantes. Muchos tienen algo en común: tratar de arreglar a posteriori y de mala manera lo que se hizo mal (o no se hizo) en el pasado. De ahí la doctrina Parot, pero también las políticas de 'discriminación positiva', como aquellas que condenan a los hombres divorciados a una existencia tortuosa. El caso de Antonio Domenech (retratado en estas páginas el sábado 19 octubre) es el último de una larga lista: un hombre condenado a ser expulsado de su casa, seguir pagando la hipoteca (de la que se beneficia su ex) además de la manutención de su hijo, quedarse sin trabajo y dormir durante meses en el coche. Su pecado: ser un hombre. Lean su terrorífico blog. Divorciarse supone en estos casos masculinos un paso acelerado hacia la autodestrucción, pues la venganza diferida contra el antiguo Pater familias está instalada de lleno en nuestra legislación.
Progresamos a bandazos, asimilando emotivamente lo que antes debió ser objeto de análisis racional. Pateando el rigor en aras de una indignación pírrica.

lunes, 21 de octubre de 2013

FAISANES Y FILOSOFEROS


  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

La noticia de la semana a nivel nacional ha sido la sentencia del llamado 'caso Faisán'. Es la segunda condena que sanciona una forma de conducir la lucha antiterrorista que opta por saltarse la vía legal del Estado de derecho. En ambos casos ha estado implicado el mismo partido (PSOE), primero en los GAL, el asunto más grave acaecido en nuestra democracia y del que ya apenas se habla, como si no hubiera sucedido jamás. El caso Faisán ha sido menos mortífero pero, aparte de la bondad extrema de las penas, ha demostrado que debido a finalidades políticas se frustró una operación policial dirigida por el juez Grande-Marlaska. Una intromisión que ponía por encima del funcionamiento de la democracia los intereses de un partido político. Y eso que Zapatero había prometido luchar contra el terrorismo “dentro de la legalidad”. Se trata del mismo ZP que en 2009, en plena crisis, sentenció que teníamos “el sistema financiero más sólido del mundo”. El que también prometió el “pleno empleo”. O la solución definitiva del independentismo en Cataluña. En fin, ese ZP al que en las elecciones de 2008 votaron más de 11 millones de ciudadanos, record absoluto en la historia de nuestra democracia.
Un candidato a personaje local de la semana probablemente sea Arnau Matas, el administrador de la web contrainfo.cat que primero dio eco en ese medio al boicot fascistoide de un grupúsculo que trataba de recaudar dinero entre empresarios para la huelga de docentes, y que después puso en el punto de mira a Mayte Amorós, la periodista de EL MUNDO que había cubierto el asunto. Se da la circunstancia de que este chico pertenece al mismo departamento de la UIB que un servidor, el de Filosofía, que últimamente está nutriendo a la actualidad de personajes estelares. Si ya está asentada Silvia Cano, lideresa del PSIB en Mallorca, en abril nos encontramos con Emili Gallardo protagonizando el 'caso senderismo' con unos días pascuales en el calabozo. Ahora le toca el turno a Matas, al que tengo el gusto de no conocer personalmente pero del que recuerdo hace unos años una desternillante entrevista en un medio local. Su web acusa a este periódico de sensacionalista, pero olvida que el rigor no es una de sus señas, porque en la entrevista a la que me refiero Matas afirmó que “España es el país más militarista del mundo”. El alegato ya de por sí violenta el sentido común, pero si después uno acude a los datos se encuentra con que España en gasto neto no está entre los 15 primeros, y como porcentaje de PIB ocupa la posición 130. ¿Contrarigor.cat?

lunes, 14 de octubre de 2013

LA CRISIS COMO PRUEBA


  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Mucho antes de escribir La paz, Ernst Jünger fue un gran belicista. Estuvo en la Legión Extranjera y fue una de las primeras personas en alistarse para la Gran Guerra. Tras la salvaje experiencia de las trincheras, continuó siendo un defensor del combate como “incomparable escuela del valor”. Sin embargo, después de los campos de exterminio y la destrucción increíble de la Segunda Guerra Mundial, su perspectiva sobre el tema cambió. Jünger consideraba hasta ese instante que la experiencia bélica permitía forjar el espíritu del hombre y poner a cada cual en su lugar; como decía Heráclito, “la guerra es el padre de todas las cosas; a unos los muestra como dioses y a los otros como hombres”.
Hoy no tenemos guerra, pero sí crisis. La Crisis. Un fuego de menor intensidad pero de largo aliento que nos pone a prueba todos los días. En épocas prósperas cunde el enmascaramiento, el sentido de la representación y el engaño. Uno puede hacer comedia porque las piruetas suelen acabar sobre la red salvadora; hay reservas que soportan la apuesta. Pero hoy la exigencia es máxima y la aventura mucho más frágil. Desde la barrera predominan las variaciones de colores y la multiplicidad de tonos, pero en el remolino de nuestros días las fuerzas despertadas nos descoyuntan, enfrentándonos con nuestra propia imagen. Como en la guerra de Jünger y Heráclito, se templa nuestra verdadera naturaleza, y la esencia sólo aflora cuando uno se pone a prueba. En el Talmud se dice que el hombre, como las aceitunas, únicamente da lo mejor de sí cuando se lo tritura. Esta máxima entusiasmaba a Kafka.
En las crisis las caretas caen, todos nos mostramos como somos. Y las sorpresas son dignas de mención. Porque si unos sólo radicalizan lo que ya apuntaban antes, otros dan un giro sorprendente, pasando de una bonhomía relajada a una furia dogmática que ya sólo distingue blancos y negros. En este segundo caso, se acaba arremetiendo contra todo lo que no sigue la estela de su obsesión, arruinando incluso relaciones y vínculos arraigados. Pero radicalizarse es la norma en estas épocas donde el sentido del antagonismo se exaspera; a mayor incertidumbre, más necesidad de certezas. Es decir, más agresividad. Lo extraño es lo contrario: esos tipos que vivían en una orgía desquiciada de tensiones que, en los momentos revueltos, adquieren una serenidad increíble. Como le sucedió al escritor Philip K. Dick, paranoico absoluto que, justo cuando su país iba entregándose a la neurosis producida por el caso Watergate, se transformó en un ser ecuánime y templado. Eso sí, sólo mientras duró la paranoia nacional.
The game, Mrs Hudson, is on!”.

lunes, 7 de octubre de 2013

MANIFESTARSE O MORIR


  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Manifestarse es el hábito de nuestros días, trending topic, una forma de estar en el mundo. Si uno no lo ha probado, no puede decir que su existencia esté justificada. Protest or perish! Todo el mundo se mueve, cada semana, cada mes. En la época de ZP, se ponían en marcha incluso los obispos y las señoras del barrio de Salamanca, signo irrefutable de que el oleaje iba en aumento. El merchandising no ha perdido el tiempo y ya ha sacado tajada, vendiendo de inicio camisetas. Tal vez algún emprendedor avispado debería seguir ese camino, construyendo circuitos, manifestódromos, como antes proliferaron pabellones o palacios de congresos. Incluso futuras elecciones podrían dejar de celebrarse vía voto en la urna: cada partido organizaría una manifestación y se repartirán los escaños en base a los metros cuadrados que se cubran.
No hay nada ya comparable a este espectáculo; las mareas moviéndose como los estorninos trazando formas en los cielos otoñales. Los cánticos, la alegría incontenible: al fin no estamos solos, somos un pueblo, un mismo cuerpo que estalla de dignidad. Cuando ves a los manifestantes regresar a sus casas todos están sonriendo, felices, extáticos, como si acabaran de merendarse a Kate Moss. ¿Y yo por qué puñetas no fui al 29S, decidiendo pasear solo por Es Carnatge a ritmo de Coltrane en el iPod?
Estamos ante el nuevo deporte nacional, aquel que tiene como exigencia máxima batir los récords al margen del sentido de la convocatoria. No se lucha tanto contra el gobierno como contra los anteriores manifestantes; aunque uno estuviera entre ellos, ya son un pasado a superar. Y el que más interesado parecía en conseguir el éxito del 29S ha sido el mismo Bauzá, al que deberían vestir de verde hasta el fin de sus días, en honor a su innegable función catalizadora. Como señal de la creciente profesionalización del invento, se reclutó a la Sociedad balear de Matemáticas para realizar el recuento. El ansia deportiva alcanzaba su culmen con el obligado registro científico de la gesta.
Serà un dia que durarà anys” decían en el Ara, evidenciando que el objetivo del ser manifestante es quedarse a vivir en la manifestación, que el mundo se transforme en una calle por donde pasear eternamente la comunión grupal, sublimando en clave épica las miserias cotidianas. Euforia, catarsis, baile de endorfinas. Al final, muchos demostraban su euforia, su recién estrenado orgullo de ser mallorquines. Olvidando que una demostración de fuerza no convierte el deseo de la manifestación, una educación pública 'de calidad', en realidad. Porque, al despertar, el dinosaurio (la educación pública de Baleares) todavía estaba allí (al fondo del informe PISA).
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