(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Apetecía
esta semana sacar punta a lo del conseller catalán Germà Gordó,
que quiere extender la Buena Nueva más allá de su jurisdicción,
purificando nuestra vacuidad con la milagrosa senyera. Pero no vale
la pena repetir argumentos que han expuesto en la prensa local Vidal
Valicourt, Font Rosselló o Ramón Aguiló Sr. Como estamos en plena
melopea del catalanismo, quitándose la careta que sólo algunos les
veían, hay mucho donde escoger. Yo me decantaré por lo de la
Capitanía General, ya saben, el heroico alcalde de Manacor, Miquel
Oliver (Més), que se ha negado a facilitar un concierto
conmemorativo del citado ente militar. ¿Iban a cometer algún delito
en el acto? Parece que no. Pero, ¡ah!, los Decretos de Nueva Planta,
300 años atrás, donde mentalmente viven algunos de nuestros
políticos, son la causa de la prohibición. La Capitanía “es
una consecuencia” de esos decretos y parece ser que quedó
contaminada de por vida.
Tiendo
a juzgar algo que existe ahora mismo por la función que cumple, no
por su origen. Si entráramos en la dinámica de sexar los inicios, y
somos decentes aplicándolo a todo, nos va a quedar muy poco que
celebrar. Con el castellano hacen lo mismo: Felipe V nos lo impuso.
Ya se hablaba y escribía en Baleares, por cierto, pero aceptemos el
duelo: el castellano se impuso (o reforzó) oficialmente por la
fuerza. ¿Pero de eso concluimos que hoy necesariamente carece de
legitimidad y debe ser extirpado de las islas? Si deducimos eso,
también tendríamos que aplicar el mismo juicio sumario al catalán,
que no nació precisamente en Baleares sino que fue impuesto con más
violencia todavía por las tropas de Jaume I. Por tanto, “es una
consecuencia” de un genocidio.
Por
supuesto, nuestros catalanistas de medio pelo no sacan ese resultado,
pero deberían hacerlo si fueran honestos intelectualmente y
aplicaran idéntico criterio a lo que les gusta y a lo que no. Ambas
lenguas fueron impuestas, bienvenidos al mundo real, eso es lo que
solía suceder a la largo de la historia. Pero los toscos cuentitos
de buenos y malos que nos endilgan el manacorí o Miquel Ensenyat no
tienen consistencia. Es el sectarismo cainita de toda la vida, esta
vez con lacito cuatribarrado.