lunes, 28 de abril de 2014

EL CASO BAUZÁ


 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

    Cuando entrevisté a Bauzá nadie imaginaba que llegaría a ser presidente del Govern. Estoy hablando del otoño de 2005. Me recibió en el despacho que acababa de estrenar en el ayuntamiento de Marratxí, cuando iniciaba su primer mandato en el consistorio, durante una legislatura en la que el PP se repartió el poder con un partido local. La entrevista fue bastante insípida, sin elementos que sedimentaran en mi memoria. Por entonces, él todavía no era Bauzá, ese cofrade de la partitocracia con afán de perdurar y dirigir a los suyos de forma personalista. Antes de conocer sus cartas, pensé que Bauzá habría aprendido la lección de la caótica y delictiva legislatura de Matas, que tendría las cosas bajo cierto control y sería menos presidencialista. Pocas semanas antes de las elecciones municipales y autonómicas de 2011 circulaba una historia según la cual Bauzá podría estar relacionado con un supuesto fraude en Aguas de Marratxí. Supuse que no podía ser, porque si alguien carece de tranquilidad de conciencia no habría aplicado en el PP ese protocolo que impedía a los políticos imputados ir en las listas electorales: “Debe estar limpio para hacer algo así. No creo que tenga tantos delirios de grandeza como Matas. Imagino que habrá aprendido la lección del palacete”. Pero luego te enteras de su piso de lujo en primera línea de la muralla, de sus hipotecas y deudas, su vinoteca o las historias de su famosa farmacia. Mucha gente, incluidos adversarios en la política o en la prensa, durante años han ponderado la inteligencia de Bauzá, su capacidad para tejer estrategias sinuosas que le beneficien a él y a su partido. La salida de gente como Jaume Font o Toni Pastor parecían jugadas maestras; pero, tras crear estos el PI y tener opciones de representación en el Parlament, la valoración cambia drásticamente, porque afecta de lleno al electorado potencial del PP. La pretendida genialidad puede convertirse en un desastre electoral, sobre todo si también su temida UPyD consigue entrar en el hemiciclo. Por no hablar de medidas importantes como el TIL o el cambio de modelo lingüístico en IB3, que son aplicadas hacia el final de la legislatura cuando la lógica obligaría a hacerlo en sus inicios. O esa fallida creación de nuevos impuestos a un empresariado cercano al partido. La guinda a estos despropósitos podría eclosionar en su enfrentamiento con el alcalde Isern, debido a los fuegos de la envidia, como diría Shakespeare. Prescindir del respetado Isern para poner en su lugar a un títere de Rodríguez supondría un harakiri para el PP de Palma, pero esa opción se va escribiendo sólidamente en el horizonte.

lunes, 21 de abril de 2014

DE CONDE A SERRA

 

  (artículo publicado en El Mundo-El Día de Baleares)

La vida de Mario Conde podría haberla escrito Eurípides o Sófocles. O si acaso un guionista de la HBO. Su experiencia de ascensión y caída incluyó los ingredientes indispensables de la tragedia griega, con especial mención a la hybris, el castigo de los dioses contra aquellos que confían en no caer jamás de las alturas celestes. Conde venía de una familia modesta y, gracias a su talento para el estudio, fue ascendiendo imparablemente en la escala social, sobre todo desde el momento preciso en que conoció a Juan Abelló, junto al cual se hizo millonario vendiendo Antibióticos S.A. a la multinacional Montedison. Incluso los que en aquella época todavía éramos muy jóvenes, recordamos los giros del destino que se conjugaron para poder llegar al timón de Banesto, con la oposición del gobierno de Felipez González, aliado con el ex-ministro franquista López de Letona. El gobernador del Banco de España de entonces, Mariano Rubio, se obsesionó con expulsar del sistema bancario a aquel joven ambicioso. No pudieron, sino que al final redimensionaron su importancia como figura pública. Pero sí alcanzaron a su víctima cuando parecía que ésta iba a aterrizar en el mundo de la política. La fama de Conde en ese momento era arrolladora, absoluta, y sus límites parecían incalculables. González le temía como adversario, pero también Aznar, que no deseaba perder su puesto de líder (sin carisma) de la derecha. Justo cuando parecía a punto de alcanzar el poder total, Conde fue destruido completamente: Banesto intervenido y él condenado a 14 años de prisión. Al salir, su mujer falleció de un tumor cerebral. El ascenso fue luminoso y la caída fulminante, como marcan los cánones. Estoy seguro de que el listo de esta historia fue Abelló, menos expuesto por voluntad propia a la voracidad de los medios. En cambio, Conde se exhibió demasiado, alardeando peligrosamente de su carisma. Abelló, más cauto, salvó los muebles y ahí sigue, en el centro de la aristocracia del dinero.
Es sorprendente que con las irregularidades enormes que se han visto estos años en la banca española, prácticamente sólo Conde acabara en la cárcel. Más si cabe teniendo en cuenta el periplo bancario de su liquidador, el entonces vicepresidente Narcís Serra. Porque la gestión de éste en Caixa Catalunya, una de las peores cajas de ahorros de España (que ya es decir), ha sido deleznable. Sin embargo, el sistema político-bancario que en 1993 trituró a Conde, ahora salva la gestión nefasta de Serra con una inyección de 13.500 millones públicos. Serra no acabará en la cárcel, por supuesto, y a buen seguro seguiremos viéndolo por Deià cada verano, como si nada hubiera pasado.

lunes, 14 de abril de 2014

EL CORO DE LA UNANIMIDAD


  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)


Una de las esencias de la modernidad consiste en que nada es a priori intocable. Todo puede criticarse e incluso cambiarse. Pero en algunos ámbitos nos encontramos con un discurso que, mientras quiere cambiar cosas (la Constitución), enloquece cuando desde la mayoría política se pretenden redefinir aspectos relacionados con el catalán. Nuestro pelotón de guardia acaba de salir en tromba, como acostumbra, contra el cambio de criterios lingüísticos de IB3, que se aplicaría a partir de mayo. La idea consiste en darle al artículo salado una consideración formal, junto a una reivindicación del léxico propio de las Baleares que no se aplica con normalidad en los medios. ¿Tan terrible sería eso? Para Damià Pons o Josep Antoni Grimalt, representantes del departamento de Filologia Catalana de la UIB, pocas cosas hay más graves. Es curioso lo de estos enardecidos centinelas del idioma, o más bien de una idea muy concreta del mismo: presumen de representar posturas científicas, cuando no son capaces de establecer un debate sobre el modelo de lengua sin demonizar desde el principio a aquellos que se salen de la norma que ellos mismos han establecido. Realmente, no hay nada menos científico que utilizar el prestigio de la ciencia con el fin de estigmatizar y triturar cualquier disidencia. Jamás interpretan que el criterio del otro, aunque no lo compartan, sea legítimo, sino que es de por sí, en su diferencia, aberrante, una monstruosidad que es necesario erradicar para la buena salud de la cohesión social (otro de sus mantras).
Pons ha criticado el cambio de modelo en IB3 asegurando que no tiene en cuenta “las leyes”. Por supuesto, él y sus compañeros de departamento son los primeros que se las saltan. Primero, ninguneando olímpicamente aquel punto del Estatuto de Autonomía que insta a la defensa de las modalidades insulares. Y segundo, excluyendo una abundante cantidad de términos propios de las Baleares considerados normativos por el Institut d'Estudis Catalans, como si en realidad no lo fueran. Pons y compañía defienden sin fisuras una interpretación del estándar catalán que ha mutilado gravemente la multiplicidad de la lengua. Para no reconocer lo que de político hay en sus planteamientos filológicos, se convierten en tumulto intimidador que endosa a los discrepantes los improperios habituales: “secessionista”, “incult”, “pagès”. En un ejercicio pavloviano de la falacia del hombre de paja, han elaborado un estereotipo con el que encorsetar a todos sus oponentes, digan estos lo que digan. Nada más anticientífico que caer en esta dialéctica demonizadora. Su falta de pluralismo lingüístico no es más que la antesala de su ausencia de pluralismo ideológico. Porque el más preciado de los credos es, para ellos, la unanimidad.

lunes, 7 de abril de 2014

REGRESO A GREENWICH



 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Suponía haber sido el último en enterarse, para variar, pero al final resulta que gran parte de este país vivía en el desconocimiento de su desequilibrada existencia horaria. Lo que muchos imaginaban como lo más normal del mundo, o sea, atardeceres hasta las tantas, en Galicia alcanzando casi la medianoche, ha resultado ser un ingrediente principal de nuestro ser diferencial. Spain is different, incluso con el reloj en la mano. Porque estamos fuera de tiempo, usurpando la Hora Central europea, cuando nuestro lugar natural se encuentra en el mismísimo meridiano de Greenwich, que nos atraviesa por Huesca y Castellón. Disfrutábamos del huso británico-portugués hasta que un tal Francisco Franco, no sé si habrán oído alguna vez hablar de él, decidió el 2 de mayo de 1942, en plena II Guerra Mundial, sacarnos del orden inglés para entregarnos a la hora nazi del III Reich. El caso es que lo que venía determinado por intereses bélicos, adaptando nuestros relojes a los dictados de Berlín, no fue rehecho tras la guerra, ni tampoco después de la muerte del dictador. No sé exactamente a qué se debió esta inercia, pero tal vez nuestros antepasados descubrieran con esa hora luminosa de más que se les coloreaba engañosamente la existencia. No influye demasiado a qué hora sale el sol, pero sí y mucho en qué momento se oculta tras el horizonte. Basta ver la ola de depresiones que nos azotan cada último domingo de octubre, cuando saltamos al horario de invierno. Total, si eso sólo significa que se acabe el día a las 17:30 horas aproximadamente, no veo que sea tan grave, cuando en el resto de Europa oscurece antes, ellos que están en la hora solar que les toca. El caso es que nos olvidamos del cambio de hora como el protagonista de Memento no sabe que su misión vengadora es un fraude, porque previamente ha querido olvidarlo en beneficio de un fogonazo de sentido autojustificador.


Últimamente la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles ha puesto en marcha una iniciativa para cambiar nuestra desubicación, restaurando la normalidad horaria. De nada estoy más convencido en esta vida de que fracasará. España en bloque, si fisuras, independentistas incluidos, se negará a que anochezca una hora antes. Parece cierto que mejorarían productividad y salud, pero eso no es nada comparado con esos 60 minutos de luz extra en los que vemos una especie de prórroga a nuestras agonías cotidianas. Qué extraordinario civismo significaría regresar a Greenwich y compartir hora con su Graciosa Majestad y los pabellones victorianos de cricket. Pero no lo haremos. Bah, merecemos ser invadidos por el ejército de Gibraltar.
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