jueves, 26 de agosto de 2010

EL APOCALIPSIS HA COMENZADO. GIRARD EN LA TELEVISIÓN


Tras un tiempo sin referirme directamente a él, vuelve René Girard al blog del individuo que lleva más de 8 años tratando baldíamente de realizar una tesis doctoral en filosofía sobre su obra. Y lo hace en forma de un video algo insólito, por tratarse el programa en el que es entrevistado de una especie de magazine de esos que incluyen público en directo. Girard presenta allí los resultados de su último libro, Achever Clausewitz (cuya traducción castellana publicada por Katz este mismo 2010, tres años después del original francés, se titula Clausewitz en los extremos. Política, guerra y apocalipsis), atrevida aplicación de sus teorías mimético-sacrificiales a la obra del célebre (aunque escasamente leído) pensador prusiano de la guerra. En esta obra explica Girard la política mundial de los últimos dos siglos a partir de las turbulentas relaciones entre Alemania y Francia, además de entender que el apocalipsis es el momento extático de desvelamiento de las claves de la violencia humana, teniendo en cuenta que ésta, más que ser su efecto, es más la causa de la existencia de las religiones.

[Por si acaso, decir que el apocalipsis del título de la entrada hace referencia a la cuestión fundamental del citado libro de Girard, no a la circunstancia de la extraña forma de su aparición televisiva.]

sábado, 21 de agosto de 2010

LA VERDAD SANGRANTE

Taxi driver (1976)

"Si uno no mata, nadie le toma en serio. Es la única prueba de seriedad, lo único que cuenta".

Aunque sorprenda y provoque un comprensible rechazo moral, no resulta extraño que en muchas ocasiones sean los canallas aquellos que conocen la verdad y la formulen claramente. Canallas como el gangster de la película Dogville (James Caan), que entiende mejor que nadie los presupuestos que determinan las acciones (principalmente las 'buenistas') de los hombres, aunque su particular modo de conducta no se caracterice por pretender escapar a esa certeza. O canallas como el revolucionario Nechaev retratado por J.M. Coetzee en su fabuloso El maestro de Petersburgo (1994), sobre cuyo diagnóstico del prestigio sacrificial que sigue atesorando nuestro moderno modus operandi dejo constancia en la cita de arriba.

Sobre cualquier cuestión, uno puede esforzarse en hilar los argumentos más sutiles y razonables, las reflexiones más profundas, pero difícilmente será escuchado. La inteligencia no es un reclamo atrayente, pues su verdad no cautiva unanimidades. Para poder recibir una atención seria, si alguien pretende atraerse una respetabilidad mayoritaria, hay que sustituir el argumento por un puñetazo sobre la mesa, en sus formas literal y metafórica. Todas las causas exitosas, de antaño y de ahora, han entendido perfectamente este mecanismo: la violencia atrae los focos y dispara los discursos compresivos. Las razones vienen después, no antes del estallido.

Travis Bickle no estaría en desacuerdo con todo esto y su peripecia por las sucias calles de Nueva York son una lúcida muestra de que el sacrificialismo no pierde fuerza en nuestro mundo, a pesar de los diques que se han erigido para intentar controlarlo. Desplazado del mundo, abandonado por todos tras su regreso de Vietnam, sólo la orgía de violencia desatada que lleva a cabo Travis le permite ser aceptado por la sociedad, un miembro más de la comunidad. Prestigiado por la violencia que ha desplegado mortíferamente, aquella que en principio parecía destinado a separarle radicalmente del mundo, de manera paradójica lo convierte en uno más, en una molécula más del entramado cotidiano. La fuerza demoníaca permanece siempre al servicio de la nivelación y la creación de unanimidades.

viernes, 13 de agosto de 2010

EL SILENCIO DE DIOS

Los comulgantes (1962)

Tras ver anoche dos de las películas más atípicas (y olvidadas incluso para bergmaníacos como un servidor) de Ingmar Bergman, Esas mujeres (1964) y El ojo del diablo (1960), sigo pensando y sintiendo que el sueco es, junto a Bresson, el cineasta cuya obra más poderosamente ha resquebrajado las paredes del subsuelo que habito. Ni siquiera en el vodevil más surrealista o en la comedia satánica, pierde Bergman aquello que caracteriza su cine más denso y asfixiante. Aunque para cine denso y asfixiante existan casos más paradigmáticos, como Los comulgantes (1962), monumento al desarraigo existencial y espiritual, lleno de hallazgos fascinantes de todo tipo, ya sea a nivel discursivo o estético. Uno de ellos (del primer tipo) es el que se puede ver en el video de arriba: dos actores magistrales, habituales en la troupe bergmaniana, Allan Edwall y Gunnar Björnstrand, preparan la celebración de la misa. El ayudante (Edwall) está leyendo los Evangelios y le comenta su opinión al sacerdote (Björnstrand) respecto al enfoque que allí se plasma sobre el sufrimiento: incluido un brutal padecimiento físico como el de Jesús en la cruz, probablemente no exista un sufrimiento tan atroz como el del desamparo y el abandono total, de modo que una representación hiperviolenta de la Pasión no sería la más adecuada (caso de The Passion de Mel Gibson, por ejemplo). Mejor sería aquella que se centrara en el abandono que comienza por los apóstoles en Getsemaní y acaba en el desesperado "Elí, Elí, lemá sabactaní" [1] gritado desde el Gólgota, la caída progresiva en la soledad definitiva y la posible vacuidad de lo realizado. El famoso silencio de Dios, el vacío absoluto, el desarraigo sin redención.

[1] Lo más chocante, por intrigante, de este pasaje de los Evangelios (Mt 27, 46) es precisamente que exista, que esté recogido a pesar de ir totalmente en contra del discurso de aquellos hombres que lo redactaron. ¿Acto de honradez que evidencia una fe granítica?



- Post scriptum: "El sufrimiento no tiene ningún efecto mágico. El justo que sufre no vale a causa de su sufrimiento, sino a causa de su justicia que desafía al sufrimiento" (Difícil libertad. Ensayos sobre el judaísmo, Emmanuel Levinas).

lunes, 9 de agosto de 2010

LA MUJER CTÓNICA (13): EL SECRETO DE LAS LÁGRIMAS

Plañideras egipcias

"Si siguieras mi consejo, Fiodor Mijailovich, cede a tu pena, no la resistas, llora como una mujer. Ese es el gran secreto de las mujeres, eso es lo que les da ventaja sobre los hombres como nosotros. Saben cuándo ceder, cuándo echarse a llorar. Nosotros, tú y yo, no lo sabemos. Aguantamos, embotellamos la pena dentro de nosotros, la encerramos a cal y canto, hasta que se convierte en el mismísimo demonio. Y entonces nos da por cometer alguna estupidez, solo con tal de librarnos de la pena, aunque no sea más que un par de horas. Sí, cometemos alguna estupidez que luego habremos de lamentar durante toda la vida. Las mujeres no son así, porque conocen el secreto de las lágrimas. Tenemos que aprender del sexo débil, Fiodor Mijailovich; tenemos que aprender a llorar".


Le dice Ivanov a Dostoievski en El maestro de Petersburgo (J.M. Coetzee)

lunes, 2 de agosto de 2010

'MARVELOUS' HAGLER


Hagler con coreografía de Jimi Hendrix, buen amigo de mi padre

Otra víctima de nuestros tiempos fariseos y puritanos está resultando ser el boxeo, totalmente expulsado de los medios de comunicación desde hace años. Cuando resulta que, como en el caso del rugby y los toros, debería ser uno de los pocos deportes que debería contar con un favor especial. Mi abuelo materno, Juan Miralles Coll (1913-1990), me transmitió la pasión por este deporte que él practicó en su juventud, y dicha pasión se consolidó en su nieto mayor con ese programa que le dedicaba al boxeo la primeriza Tele 5 hace dos décadas, presentado por Jaime Ugarte y Xabier Azpitarte (fallecido el mes pasado).

Como modesto homenaje a este 'noble arte' de los guantes, dejo un video de quien fuera uno de mis boxeadores predilectos (junto a Julio César Chávez y Mike Tyson): Marvin 'Marvelous' Hagler, un ejemplo de fiereza perturbadora en el ring, un tipo que, como puede verse en el fragmento del mítico combate que le disputó a 'La Cobra' Hearns, no temía buscar la distancia más corta con su adversario para encontrar el golpe demoledor que lo tumbara irremisiblemente. El éxtasis del combate, la simbología agónica del rostro, el polemos asumido y reglamentado entre doce cuerdas. Hagler fue un grande en este deporte que los mefíticos aires del puritanismo progresista de nuestros días quiere erradicar sin contemplaciones.
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