miércoles, 28 de abril de 2010

VOCABULARIO (22): SATANÁS


Término de origen hebreo que significa 'el acusador' o 'el adversario', Satanás representa en la Biblia y, más concretamente, en los Evangelios (aunque en el evangelio de Juan se recurre al griego 'Diablo', se trata del mismo 'Satán' de los evangelios sinópticos) la figura del Mal, del ser demoníaco, aquel cuya esencia consiste en el acoso y la persecución de los hombres y en la propagación de todo tipo de violencias.

En la obra de René Girard, que tiene a la Biblia como texto de análisis principal, Satanás es la fuente de la rivalidad y del desorden, el principio fundador de lo humano. Identificado con los mecanismos que Girard analiza en su obra, el deseo mimético y el mecanismo sacrificial, los sistemas humanos (siempre erigidos a partir de los dos mecanismos citados) y Satanás acaban siendo una y la misma cosa. Satanás mantiene una ambivalencia fundamental que lo emparenta con el phármakon derridiano-platónico (es decir, el ser a la vez veneno y antídoto, el problema y la solución), porque a su conocida faceta de promoción del desorden une otra característica, de índole opuesta y que acostumbra a permanecer más velada: también es creador de orden, el que permite el sacrificio que disuelve los interminables conflictos de una comunidad ('todos contra todos') para que ésta, ya polarizada frente a la víctima ejecutada unánimemente ('todos contra uno'), se convierta de nuevo en un cuerpo homogéneo dueño de un renovado vigor vital. Las tensiones y conflictos que Satanás introduce, y que siembran el peligro de una destrucción total caso de extenderse por todas partes, son expulsados por él mismo, por el mecanismo que lo representa y define. Y es aquí, en este último paso, cuando se manifiesta más diáfanamente su naturaleza acusatoria y fiscalizadora, porque la ejecución de la víctima debe ser legitimada elaborando e imponiendo una falsa culpabilidad. Realmente representa el principio de acusación sistemática que requiere el mecanismo expiatorio para conseguir propiciar la catarsis comunitaria. De esta manera, Satanás sería el propio mecanismo fundador, el principio de toda comunidad humana: "Satanás no forma más que una sola cosa con los mecanismos circulares de la violencia, con el aprisionamiento de los hombres en los sistemas culturales o filosóficos que aseguran su modus vivendi con la violencia" (El misterio de nuestro mundo, p. 192).

Más concretamente, Satanás es el principio del dominio y del poder. Por eso, en el episodio neotestamentario (Lucas 4, 1-13) en el cual tienta a Jesús en el desierto, le promete a éste todo el poder y la gloria del mundo terrenal con la única condición de que se postre ante él. Renunciando a esas ambiciones mundanas, Jesús no pierde una concreta oportunidad de dominar tierras y hombres, sino que renuncia al mismo principio de dominación, y lo hace entendiendo la ambivalencia que se esconde en la tentación del Adversario. Escapa así al poder del mimetismo conflictivo cuya espiral siempre apunta y conduce al mecanismo sacrificial.

Tanto Satán como Jesús son modelos miméticos. Ambos, en sus apariciones evangélicas, demandan ser emulados. Sin embargo, los contenidos conductuales manifiestamente disímiles de un caso y de otro hacen que el primero sea más fácilmente practicable que el segundo; evidentemente, resulta más cómodo abandonarse a los propios instintos y a las tentaciones más inmediatas que guiarse por rigurosos patrones de contención y autoexigencia. Satán es el gran seductor que primero propaga la positividad prestigiosa de su ejemplo para después, una vez conseguido un nuevo fiel a su modo de ser, enfrentarse con él como el Adversario con mayúsculas que es. O, mejor dicho: enfrentando al seducido un modelo de rivalidad que lo llevará a hundirse en interminables conflictos cuyo único fin sería una resolución sacrificial. Eso lo opone también a Jesús, que es un modelo que nunca se convierte en rival o adversario de quien lo imita. Tras proclamar las virtudes de la transgresión de los tabúes de la Ley, Satanás erige un obstáculo insalvable para aquel que ha accedido a seguir sus pasos: "Más allá de las transgresiones se alza un obstáculo más coriáceo que todas las prohibiciones, aunque al principio oculto bajo la protección que éstas procuran mientras son respetadas" (Veo a Satán caer como el relámpago, p. 54).

(publicado en el NICKJOURNAL)

miércoles, 14 de abril de 2010

L'HUMANITÉ (1999)


Todavía hoy, 11 años después, recuerdo de memoria las palabras con las que Días de Cine, todavía dirigido por el entrañable Gasset Dubois, presentaba la película sorpresa del Festival de Cannes en 1999. Creo que no se llegó a estrenar nunca en España (a pesar de obtener tres premios en Cannes: Gran Premio del jurado, y mejores actor y actriz), así que repetí estas palabras como un mantra durante años, hasta que al fin pude ver (vía internet) esta obra maestra del cine contemporáneo, rodada por el bressoniano Bruno Dumont:

"
La historia de un hombre simple, carente de maldad alguna, habitante de una profunda melancolía, enfrentado a la crueldad atroz de este mundo. Para más desconcierto, es policía, y su nombre parece responder al del protagonista de una novela decimonónica".

El desconcierto de ser policía en una historia de estas características. El personaje es un moderno Jesucristo, un idiota dostoievskiano, un hombre que manifiesta una empatía extraordinaria por todo lo observa, especialmente por las personas que sufren, aunque sean criminales, hasta el punto de que se fusiona literalmente con ellos, acaba ocupando su lugar (como puede verse en el final de la película). Prueba de la independencia de Dumont: otro, víctima del cliché, habría disfrazado al moderno Jesucristo de okupa, prostituta o inmigrante, categorías que ya han sedimentado su condición de víctima en nuestra mentalidad. Pero Dumont recurre a una figura que sí tiene, hoy en día, una esencia más marginal, al menos en la Europa democrática, donde el uniforme policial per se ofende los ojos de derecha e izquierda. El equivalente cercano a la vergüenza palestina que implicaba hace dos mil años ser de Nazareth.

La escena de arriba, que da inicio a la película, define extraordinariamente la obra de Dumont, a nivel estético y moral. Pharaon de Winter, teniente de policía de una ciudad francesa de provincias, pasea su desesperación por el campo, pasando de un prado celestial y silencioso a un páramo donde el viento resuena con fuerza demoníaca. Destrozado por la muerte años atrás de su mujer e hija en un accidente de coche, ha alcanzado una simpleza casi divina. Su intelecto muy mejorable es sobrepasado por una intuición emocional portentosa, que le permitirá llevar sobre su espalda el sufrimiento de una historia escueta y cortante. Investiga poco y mal, pero esa no es su tarea. Pharaon deambula por la historia y sus lugares buscando una transformación sobrenatural que parece operar el cultivo redentor de su jardín de lechugas.

viernes, 9 de abril de 2010

MÚSICA DEL SUBSUELO (28). AVEC LE TEMPS



Avec le temps...
Avec le temps, va, tout s'en va
On oublie le visage et l'on oublie la voix
Le cœur, quand ça bat plus, c'est pas la peine d'aller
Chercher plus loin, faut laisser faire et c'est très bien

Avec le temps...
Avec le temps, va, tout s'en va
L'autre qu'on adorait, qu'on cherchait sous la pluie
L'autre qu'on devinait au détour d'un regard
Entre les mots, entre les lignes et sous le fard
D'un serment maquillé qui s'en va faire sa nuit
Avec le temps tout s'évanouit

Avec le temps...
Avec le temps, va, tout s'en va
Même les plus chouettes souv'nirs ça t'as une de ces gueules
A la gal'rie j'farfouille dans les rayons d'la mort
Le samedi soir quand la tendresse s'en va toute seule

Avec le temps...
Avec le temps, va, tout s'en va
L'autre à qui l'on croyait pour un rhume, pour un rien
L'autre à qui l'on donnait du vent et des bijoux
Pour qui l'on eût vendu son âme pour quelques sous
Devant quoi l'on s'traînait comme traînent les chiens
Avec le temps, va, tout va bien

Avec le temps...
Avec le temps, va, tout s'en va
On oublie les passions et l'on oublie les voix
Qui vous disaient tout bas les mots des pauvres gens
Ne rentre pas trop tard, surtout ne prends pas froid

Avec le temps...
Avec le temps, va, tout s'en va
Et l'on se sent blanchi comme un cheval fourbu
Et l'on se sent glacé dans un lit de hasard
Et l'on se sent tout seul peut-être mais peinard
Et l'on se sent floué par les années perdues
Alors vraiment... avec le temps... on n'aime plus.

LEO FERRÉ

sábado, 3 de abril de 2010

JUDAÍSMO: EXILIO Y EXTERIORIDAD


Lo insólito de la cultura judía tal vez esté todavía por desentrañar, aunque tentativas interesantes ya se han ido realizando a lo largo de los siglos. En las últimas décadas, por ejemplo, tenemos el caso de René Girard, que considera la cultura judeocristiana (él no hace distingos entre judaísmo y cristianismo, pues lo segundo no sería, o no debería ser, más que una interpretación de lo primero) como la más sublime y profunda que ha dado la historia. Los motivos que aduce para sustentar su tesis tienen mucho que ver con las reflexiones de Emmanuel Levinas, Franz Rosenzweig y también de Maurice Blanchot, es decir, con la consideración del 'ser judío' como 'ser en exilio', como aquella personificación de la relación que prioriza la exterioridad de lo Otro antes que el solipsismo identitario del Ser en Sí y las fuerzas de dominio que éste pone en marcha. En el reconocimiento de la relación con el prójimo residiría el movimiento de lo absoluto que impulsa la raíz del judaísmo.

Sigmund Freud también ha escrito cosas muy interesantes en este sentido. En su Moisés y la religión monoteísta esboza la hipótesis de que el pueblo judío fuera una creación del egipcio Moisés. En este caso, no se trataría de un pueblo preexistente que fue liberado de Egipto, sino que su constitución como pueblo se produciría precisamente en la salida de Egipto y la separación de su Imperio. Al contrario que otros pueblos o culturas, el judaísmo no nacería de un blindaje sobre sí que excluya lo que se pretende expiar, sino que su ser se debe a esa expiación misma, con un posicionamiento excéntrico que se realiza sobre la exterioridad misma. En este caso, y pasando a Freud por el filtro girardiano, el pueblo judío nacería como reconocimiento crítico del mecanismo expiatorio del que él sería víctima privilegiada. La base de todo consiste en un radical reconocimiento de la diferencia, de modo que lo expulsado, en lugar de ser disuelto y eliminado (por el Mar Rojo, en este caso), es transfigurado de manera que adquiere una cierta positividad en el especial modo que tiene el judío de entender la exclusión violenta, que es reconvertida en sentido de su ser. Judaísmo y Éxodo son la misma cosa, distancia con respecto a aquello que nos permite ser pero que nunca podrá recuperarse. Como señala Blanchot, la ausencia es el refugio y la definición del judío, que existe "para que exista la idea del éxodo y la idea del exilio como movimiento justo (...), para que la experiencia de la extrañeza se afirme ante nosotros en una relación irreductible" (La conversación infinita, p. 159).

En consonancia con sus raíces judías (en muchas ocasiones negadas y, por tanto, atacadas), el cristianismo también surgiría de ese reconocimiento lúcido, aunque la víctima en el caso de su génesis sea un individuo y no un colectivo. Como dicen los Evangelios, la piedra desechada se reconvierte en el fundamento de todo (Lucas 20, 17), en una inversión trascendental de toda perspectiva. En esa profundización de la revelación de los mecanismos que constituyen al hombre (el mecanismo expiatorio), el cristianismo tuvo la oportunidad de desarrollar un saber superior, aunque no siempre haya sido ese su camino histórico.
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