(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Una
vez acabados los vibrantes partidos veraniegos de cricket de
Inglaterra contra Sudáfrica y West Indies (una selección de países
del Caribe, algunos destrozados por el huracán Irma), últimamente
tengo margen para pensar mucho en otras cosas. Sobre todo en
burbujas. Pero no las del champán, sino en la burbuja estelada, ese
modo de recogerse en un cubículo doctrinario y sentimental que nos
conduce a desvaríos como el putsch de la semana pasada en el
Parlament catalán. Sólo en lo más miasmático de esa guarida se
puede entender que Assange y Varufakis sean respetables ”entidades
supranacionales” (Rufián), que Juncker haya dicho lo contrario de
lo que ha dicho, que el valle de Arán podrá autodeterminarse aunque
eso haya quedado excluido del borrador de constitución, que (falsos)
premios Nobel apoyen la independencia, que España no sea democrática
y Cataluña permanezca exenta de corrupción.
Pensando
en burbujas, la verdad es que ninguna ha podido alcanzar, seguramente
en ningún momento de la historia, el absoluto nivel de depuración
opaca y tiránica de la norcoreana. Si no están al tanto, yo sí,
pues por algo la foca de Kim Jong-un (ese sí una auténtica entidad
supranacional en su oronda mismidad) me tiene bloqueado un libro
desde hace muchos meses. No es que me lo haya censurado o me amenace,
es que yo tenía casi finiquitado una recopilación de ensayos,
continuación natural de Disecciones (Sloper, 2013), cuando
las conclusiones del capítulo dedicado al gulag gracias al cual la
familia Kim tiene secuestrados a 25 millones de norcoreanos quedaron
en suspenso al empezar la tanda de misilazos y amenazas del pequeño
de la saga. De algo bastante permanente se pasó a una inestabilidad
explosiva.
Todo
ese país único vive bajo llave hasta el punto de no saber nada del
exterior (tampoco mucho del interior), no existe apenas internet,
sólo hay unas pocas webs estatales, y andan consagrados a un
hiperculto al líder que deja en paños menores los ensayitos de
Stalin o Hitler. Pero más que nadie vive en una burbuja lóbrega el
propio Kim Jong-un. No porque carezca de vías de comunicación con
el resto del mundo, porque las tiene todas, sino que, a diferencia de
su abuelo y su padre, ya nació en esa placenta surrealista y demente
que es su país, sumido en un engranaje del que no puede salir más
que un megapsicópata capaz de volar en pedazos el statu quo
mundial. Ayer envió otro regalo de fuego planeando sobre Japón. Qué
pena que, a diferencia de las películas, los tipos de gatillo fácil
sean menos solucionadores que empeoradores. Si tiene que pasar algo,
que suceda ahora y así pueda cerrar mi libro de una puñetera vez.
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