lunes, 25 de julio de 2016

CONSTANTINOPLAS


(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Se adelanta en clave política la decadencia otoñal al apogeo veraniego. Estoy pensando en la Turquía laica de Kemal Ataturk, que habrá quedado, como recordaba ayer José Carlos Llop, como un experimento guadianesco dentro de los territorios islamizados. Incluso podría decirse que ha durado mucho más de lo esperable este siglo occidentalista tras el descarrilamiento del Imperio Otomano.
Probablemente el próximo objetivo liquidador de Erdogan, encarcelado ya medio país y con los kurdos en la lista de espera, sean los restos de la cultura bizantina que todavía pueden apreciarse en Constantinopla. Y digo Constantinopla, “la reina de las ciudades”, en honor a Albert Caraco, el autor de Breviario del caos y la fascinante y terrible Post Mortem, dedicada a la memoria de su difunta madre con una poesía truculenta y sutil difícil de superar. Caraco fue un judío sefardí que nació en la capital turca allá por 1919, y que escogió vivir en el pasado. Pero no en ese pasado inventado o al menos transfigurado que acostumbran a sembrar los nacionalismos, mitos legitimadores de cualquier violencia actual. Caraco se instaló en el pasado o directamente nunca quiso vivir. Se suicidó en París en 1971, tras la muerte de su padre.
Muchos amaron Constantinopla. Erich Auerbach escribió allí su gran obra, Mímesis, refugiado durante la II Guerra Mundial. Petros Markaris, exiliado de Constantinopla, hace poco comentaba en una entrevista a EL MUNDO que los nacionalistas turcos, que expulsaron de la ciudad a miles de griegos como Markaris en los años 50, ahora se ven desbordados por esos islamistas que Erdogan ha mimado para reducir el legado de Kemal a cero. Esos exiliados helenos siempre hablan de su Estambul. A todas horas.
No desparece la Turquía laica para dar paso a algo nuevo y mejor. Vuelve el islamismo de toda la vida, aquel que conocieron nuestras islas y España en general con los almorávides y los almohades. Esa “religión de paz” que curiosamente fue militar y expansionista desde el minuto uno, y que en menos de un siglo de vida ya había alcanzado los Pirineos.
También tenemos en Baleares un legado bizantino: la Constantinopla de Justiniano I, cuyo general Belisario dio la orden de conquistar Mallorca, fue nuestra capital durante siglo y medio. Sin embargo, no quedan apenas vestigios de esa época. Casi diría que no queda ni interés. Basta ver el escaso eco entre nosotros de ese misterioso monasterio en Cabrera que suscitó las iras del Papa San Gregorio.
Somos exiliados de Constantinopla aunque nunca hayamos pisado sus calles.

lunes, 18 de julio de 2016

TORMENTA PERFECTA



Otro tópico que no quiere escapar de su coraza irreflexiva: los veranos son desiertos informativos. Los focos de desestabilización se multiplican, la verdad es que estamos en un momento en el que todo parece posible. Y, como el Estado Islámico reproduce sus ataques fuera de su territorio desde que comenzó a ceder ante el empuje de sus adversarios, tendremos atentados para rato. Y más ahora que sabemos que cualquier cosa sirve para liquidar masivamente al personal. Sólo falta alguna hazaña de Putin, un poco adormilado últimamente, para que detone algo irreversible.
Más tópicos: Erdogan, el “islamista moderado”. A su lado el Opus Dei son los panteras negras. Si la noche del viernes tuvimos en Turquía una asonada de opereta, Erdogan profundizó el día después en el golpe, menos súbito pero también mucho más efectivo, que lleva perpetrando desde hace lustros. Recordemos que El Sultán fue el querido socio de ZP en aquella operación de distracción masiva que fue la Alianza de Civilizaciones, cuya primera reunión, celebrada en noviembre de 2005 en el Hotel Punta Negra de Calvià, pude seguir in situ como paparazzo. ¿Para que sirvió todo el dineral que metimos ahí, ademas de para que ambos dirigentes se marcaran un homenaje a su infinito ego?
Pero podemos estar tranquilos porque la democracia ha regresado triunfante a Turquía, con los kurdos acosados y perseguidos, como siempre por esos lares (qué empeño en ser kurdos; si os llamarais palestinos ya contaríais con el mayoritario cariño internacional), y 3000 jueces y fiscales en la cárcel menos de 24 horas después del alzamiento. Ah, ¿que no los vieron subidos a los tanques, con esas togas golpistas?
Pero si alguien se ha movilizado estos días delirantes, más incluso que los terroristas del EI o los tanques turcos, son los infinitos e incansables batallones de opinólogos atrincherados en Twitter. Un brainstorming demente de melopeas dadaístas, con mención especial para la panda de Podemos Vallekas y su tesis, ya defendida previamente por el siniestro Aroca en Cuatro, del accidente que deriva en masacre por la pérfida policía francesa... Como no soy un habitual del género, no me había enterado de que las drogas alucinógenas han bajado drásticamente su precio este mes de julio.
En Mallorca estos asuntos no nos despistan demasiado, no fotem, porque aquí andamos muy ocupados odiando a los turistas (especialmente a un subgénero demoníaco: los cruceristas), esos terribles seres del inframundo que hablan raro y visten fatal (alguno ni viste siquiera), empeñados en molestarnos cuando paseamos nuestra excelencia autóctona por la calle San Miguel.

 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

lunes, 11 de julio de 2016

DE LIBRA A CÁNCER


 (versión expandida de mi disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Mi condición de diezmesino ya insinuaba que esto de fijar cuál es el propio origen es un asunto algo complicado. Me tocaba nacer a inicios de septiembre, pero me fui retrasando y retrasando. Mi madre me lo ha achacado no pocas veces: “eres tan vago que ni querías nacer”. El ginecólogo era un primo suyo, y en la confianza de lo familiar prefirió esperar al parto natural. Pero como el impasse ya era preocupante, tuvo que enviar a los geos. Nacer era para mí como ese texto de PeCasCor (el suicida Pedro Casariego Cordoba): un combate no deseado, con ese sonido de una campana en el ring cuando se corta el cordón umbilical. Sin embargo, hace un tiempo que apenas celebro mi primer nacimiento, pues el segundo fue más intenso y me dejó una huella profunda. Si primero no quería nacer, luego me resistí a morir. O la muerte se distrajo mientras yo la estaba esperando.
El verano del 2000 me sacaba un dinerillo trabajando de pizzero. Pero no estaba destinado a profundizar en la materia: solo duré dos días. A eso de las 22:30 h del segundo, entregaba una pizza en un San Juan de Dios que no podía ser más lóbrego. Me costó llegar pues no había apenas luz en la calle. Esperando en el hall a que una enfermera bajara a recoger su cena, pensé: “La de años que hace que no pisaba un hospital”. Ese delatador olor a desinfectante. Una media hora más tarde iba camino de hospedarme en otra clínica durante una buena temporada.
Las peores cosas que me han sucedido en la vida se deben a un exceso de cautela. Tal vez posea un desastroso manejo de los tiempos, como mi experiencia política evidenció claramente. Ese 8 de julio intuí que la furgoneta que salía del Mercapalma podría traspasar con su morro la línea de Stop que lo separaba de mi carril. Para evitar cualquier percance, cambié mi trazada unos metros a la izquierda. Tras confirmar por el retrovisor que no venía nadie, claro. Finalmente fue esa maniobra la que casi acaba conmigo, porque la furgo no se detuvo ante su señal. No pude esquivarla (si hubiera seguido por el arcén, sí), el ciclomotor se quedó empotrado en la puerta del conductor, y yo salí volando por encima, bastantes metros, con la mala suerte de que la baca del vehículo me seccionó la femoral de mi pierna derecha.
Era un sábado veraniego, en una zona atestada de trafico. Fue un milagro que una ambulancia, que por lo visto andaba por ahí, llegara a tiempo antes de desangrarme. Salvé el match ball, y ya en el hospital dos bolas de set: la herida, muy abierta (el fémur salía de la pierna como el bicho de Alien del estómago de John Hurt), no se infectó ni gangrenó, así que evité la amputación; también pudo sortearse una pierna rígida, aunque la movilidad quedó bastante reducida. Es curioso esto de morirse: lo habría hecho en un estado de sosiego absoluto, por la catarata de endorfinas que derramó mi cerebro para que olvidara el dolor. Mientras, a mi alrededor una pareja con rostros atemorizados me ponía sobre la pierna una toalla, no sé si por mi bien o por el suyo, y el responsable del accidente se echaba dramáticamente de rodillas en el suelo pidiéndome perdón.
Así pasé de libra a cáncer, aunque sin cambiar de hospital (del Mare Nostrum de 1977 a la Rotger de 2000). Me esperaba un tortuoso año y medio de recuperación, con el añadido de cierto consuelo psicológico: escabullirme de la muerte por unos minutillos se convirtió en mi Terapia Lucrecio, el amuleto que ayudaba a desactivar, relativizándolos, los males que me cayeron encima los siguientes 16 años.
También tuvo otro efecto curioso: sin saberlo, porque el domicilio de entrega no era el de su familia, le estaba llevando la cena a mi primo Víctor y unos amigos en Son Ferriol. Al quedarse sin comer, y tras maldecir al torpe pizzero (todavía desconocía mi identidad), se atrevió a hablarle por primera vez a una chica del grupo que le gustaba. Hoy están casados y acaban de tener un hijo.

lunes, 4 de julio de 2016

SIN POMPA NI CIRCUNSTANCIA



Durante años la anglofilia ha significado para quien esto escribe un refugio contra el desencanto y el desarraigo. Cuando uno padecía nuestra esperpéntica realidad nacional, necesitaba buscar asilo moral y cultural en las tierras de la moderación y el pactismo, el país del pragmatismo inteligente. Todo eso ha volado en pedazos, o amenaza con hacerlo, desde el Brexit. Que sea precisamente Inglaterra, y su hermana Gales (tan pegados que en cricket juegan juntos), el epicentro de una decisión populista e irresponsable supone el derrumbe de cualquier esperanza. Si esto lo hace la 'Perfecta' Albión... ¡de qué serán capaces los demás!
El estupendo Pompa y circunstancia de Ignacio Peyró, exhaustiva enciclopedia de la anglofilia, se convertirá a partir de ahora, si nadie consigue revertir la situación y atenazar al hooliganismo multiplicado por los tabloides del miserable Rupert Murdoch (australiano, por cierto), en el equivalente del siglo XXI a El mundo de ayer de Stefan Zweig: el retrato de un magnífico pasado aniquilado por la temeridad y la ignorancia.
Algunos han afirmado que, tres días después del Brexit, el populismo fue derrotado de forma insospechada en España. Sólo comparto la idea al 50 %, porque si bien coincido en que la propuesta política podemita contiene elevadas dosis de pensamiento mágico, no veo de ninguna manera que la victoria del PP pueda suponer el triunfo de su Némesis, porque populista también lo es un rato. Por no hablar de su entrega (junto al PSOE) digna de Nobel a la promoción y ejercicio de todas las formas de delincuencia posibles.
Sin embargo, que no gobierne Podemos ha supuesto un alivio mayor del que imaginaba a priori. Más que nada por las reacciones tortuosas y salvajes a su gatillazo. Primero se impuso con estrépito la demonización, en ocasiones aderezada con el apremio holocáustico, de la tercera edad de este país, que vota mayoritariamente a PP y PSOE. Luego, el delirio del pucherazo, tesis en la que encontramos los ingredientes más extravagantes que demuestran un desconocimiento olímpico de cómo funciona en España el sistema electoral. De hecho, es de las cosas más eficientes y rápidas que tenemos.
Luego está lo de Echenique. De inicio, en su condición de científico, era de los pocos que en Podemos criticaba las magufadas new age de sus bases. Pero desde que fue elegido a dedo (los círculos estaban de vacaciones) por Iglesias para ser su mano derecha está haciendo serias oposiciones a la pureza decapitadora de un Robespierre contemporáneo, con esa fatwa a las “malas hierbas” del corral morado que resulta bastante poco amorosa. 

 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
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