sábado, 26 de enero de 2013

UNA SOLA CULTURA POSIBLE


 [artículo publicado hoy en El Mundo-El día de Baleares, p. 17]


Andan muy cabreados en el sector literario de Baleares que realiza su labor en lengua catalana. Escuchándolos parece que se ha cometido un crimen execrable, algo terrible que debería avergonzar a sus perpetradores por los siglos de los siglos. El crimen consiste en que los premios Ciutat de Palma que organiza el Ayuntamiento de nuestra capital han decidido apostar por el bilingüismo... Recordemos que hasta ahora se premiaban obras escritas sólo en catalán, mientras que en estos momentos se incluye en el lote también al castellano. Ojo, no se trata de un giro de tortilla, pues ninguna lengua sustituye a la otra, sino que ambas pasan a convivir de la misma manera que cohabitan al nivel de la ciudadanía.
Los escritores y editores ofendidos con este pluralismo no quisieron acudir a la entrega de premios, y se parapetaron en Can Alcover para escenificar visiblemente su enfado. Argumentan que “hay que proteger nuestra lengua”, interpretando que en nuestra sociedad bilingüe únicamente debe valorarse una de las dos lenguas y culturas, apuntalándola mediante la exclusión de la otra, porque eso es lo que exigen: la eliminación del castellano de estos premios, siguiendo el modelo de la conseguida extirpación de esta lengua, al parecer muy nociva, de nuestra enseñanza pública.
Uno de los representantes de la protesta, el poeta Miquel Bezares, dijo: “Hi ha més escriptors aquí que no escriptors que enguany s'hagin presentat als Ciutat de Palma de narrativa i poesia”. Esta diferencia cuantitativa parece no ser cierta (al menos si se cuentan los textos presentados en las dos lenguas), aunque su correlato cualitativo es más discutible si cabe, porque entre los laureados estaba José Luis de Juan, uno de los escritores más prestigiosos de nuestras islas, cuyo delito, al parecer, es escribir sus obras en lengua castellana. Me sigue sorprendiendo esta pretensión de postularse como los únicos escritores posibles, exclusivos defensores de la única cultura de nuestras islas, fruto de una cosmovisión maniquea que nunca se reconoce como tal, pese a la evidencia de sus manifestaciones excluyentes.
Incluso en tiempos de penuria como los actuales, a cierta clase política, mediática y cultural sólo le preocupa la salud de la lengua catalana. Estamos viviendo un fenómeno paranormal por el cual todo lo que sea defender la lengua catalana es considerado como un rasgo político, moral e intelectual de sentido progresista, mientras que, por contra, criticar la hegemonía de este discurso maximalista es tildado irremisiblemente, sin analizar los matices de cada postura concreta, de fascista o ultraderechista. La lengua por encima de la calidad intrínseca de lo escrito, como si nada válido pudiera decirse en castellano. Lo más sorprendente es que esta tesis sea defendida o tolerada no sólo por los nacionalistas, que sería lo lógico, sino por un amplio sector de la izquierda. Gracias a este inestimable apoyo, se ha conseguido que solicitar estudiar en castellano como lengua vehicular sea considerado una extravagancia casi delictiva, algo que debe avergonzar a los interesados. El hecho de estudiar en la única lengua que es oficial en todas las comunidades del Estado convertido en un delirio propio de incívicos caprichosos o enfermos aborrecibles.

viernes, 18 de enero de 2013

MISERIAS ARRAIGADAS


[artículo publicado hoy en El Mundo-El día de Baleares, p. 19]



Spain is different afirmaba el lema publicitario (transformado en parodia) del ministro Fraga durante el franquismo, al que habría que incorporar un protagonismo especial para nuestra Mallorca, conocida ya más por la corrupción política que por sus playas. Dicha corrupción tiene protagonistas con nombres y apellidos (también siglas, claro), pero en general la Crisis que estamos padeciendo ha germinado gracias a un humus concreto, unas miserias que están muy arraigadas en prácticamente cada esfera de nuestra sociedad. Me refiero a formas de comportamiento que, sean o no delictivas, se afirman en ruindades descaradas y en estrategias retorcidas, y han contado con terreno suficiente para su expansión.
El viernes pasado (11/01/13) Marcos Torío ilustraba en este periódico, con su artículo Micromecenazgo y macrojeta, la especial idiosincrasia de determinados editores de nuestras islas, con Moll y su excluyente Gremi d'Editors a la cabeza, supuestos paladines de la cultura que han hecho un lucrativo negocio gracias a la generosa ayuda, sostenida durante demasiados años, de nuestras instituciones políticas. Pero evidentemente el mundo editorial no es el único en el que se producen comportamientos particularmente discutibles: en la esfera del arte, con ciertos pintores mediáticos y galeristas intrigantes, podemos encontrar ilustraciones de este modus operandi; por no hablar del fútbol, intocable religión de nuestro tiempo a la que, entre otras cosas, se ha aplicado una vara legal de medir diferente a la de cualquier negocio normal.
Últimamente he sido testigo de varias situaciones que evidencian la fosa moral a la que algunos se han entregado, y gracias al cual han medrado, ante la indiferencia de aquellos que deberían haber intervenido. De momento sólo hablaré de una de ellas, que toca de lleno el modelo económico de nuestra sociedad, en absoluto liberalizado y en manos de grupos organizados que, mediante estratagemas de presión, impiden la libre competencia en sus esferas profesionales. Me refiero al turismo, el maná de nuestras islas, y concretamente al Colegio Oficial de Guías Turísticos, organización que durante décadas ha vivido una situación de absoluto privilegio que le ha permitido explotar el mercado en su propio beneficio: marcando precios elevados y bloqueando la entrada de sangre nueva en el sector. Esta situación de monopolio ha comenzado a torcerse estos últimos años, pero no acaba de asentarse la liberación del gremio, porque estos guías oficiales están denunciando a todos aquellos guías, con amplia experiencia en el sector, que han superado los exámenes exigidos para alcanzar la categoría de 'oficial', en unas pruebas que han sido avaladas por la misma Conselleria de Turismo. Las tácticas de presión se han sucedido por vía legal (ahora en trámite), pero también han llegado a alcanzar la esfera de la intimidación física, ejercida contra algunos nuevos guías en el mismo escenario de las excursiones con los turistas.
Así como de manejos pertenecientes a otras esferas, como la citada de los editores, comienza a hacerse un hueco una crítica explícita, en este caso que relato se habla poco del tema, y de ese silencio depende en gran medida el éxito de este tipo de artimañas.

viernes, 11 de enero de 2013

SUICIDIOS EN EL CAP BLANC

         
 (artículo publicado hoy en El Mundo-El día de Baleares, p. 19)
     El tema sigue siendo tabú, pero todo el mundo conoce cuál es el lugar. Me estoy refiriendo al suicidio, cuestión siempre sujeta a prevenciones y miedos cervales, aquí y en todas partes, y al lugar habitual en Mallorca para llevarse a cabo, como es el Cap Blanc.
Desde hace muchos lustros, a partir del momento en el que comenzó a estilarse esta práctica, todos conocemos a alguien que ha llegado hasta ese punto geográfico de la isla para practicar su tentativa, y en los medios de comunicación progresivamente abundan las noticias al respecto. Y esto resulta relevante, dado el habitual tabú que en la prensa ha experimentado esta cuestión, pues tradicionalmente se pensaba que una noticia sobre un suicidio podía propiciar un efecto de contagio que multiplicara los intentos. Con el tiempo comienza a quedar claro que cualquier noticia puede estar sujeta al peligro de la emulación, y que eso no supone un argumento lógico para su prohibición.
El último caso recogido en los medios de comunicación, acaecido hace unas semanas, implicó a un vecino mío: un hombre de 47 años, divorciado, al mando de un Mercedes. Recordamos principalmente el caso del doctor Dalmau o del empresario Paco Lavao, aunque éste no saltó con su coche, sino que lo dejó aparcado al lado de la carretera. Pero han sido cientos los anónimos que han elegido este espectacular barranco de Llucmajor como el último escenario de su existencia.
El Cap Blanc es para los mallorquines lo mismo que el bosque de Aokigahara para los japoneses: un lugar ritual en el que entregar la propia vida. Llama la atención esa necesidad de buscar un lugar de morfología concreta para llevar a cabo un acto de estas características. En nuestro caso, un promontorio elevado desde el que dejarse caer, entregándose a la abisal e inapelable fuerza gravitatoria. El Mediterráneo al fondo, el horizonte ante los ojos, última imagen que han recogido tantos ojos doloridos y ya sin fuerzas. La entrega final que se funde con la naturaleza abrupta, el regreso al inicio.
Resulta curioso que un acto tan desesperado, tan fruto de un enorme desarraigo existencial, necesite en estos casos llevarse a cabo en un lugar fetiche, escenario habitual en decenas de ocasiones anteriores. Es como si el suicida deseara, en su último acto vital, estar arropado por una tradición agónica de hombres que le precedieron; ser acogido de alguna manera, cuando realmente se está alejando de toda forma de acogimiento. De esta manera, el individuo se escinde de sus semejantes, pero siguiendo un modus operandi generalizado.
Para acabar, cabe resaltar que la mayoría de estos casos, los del Cap Blanc y los del suicidio en general, están protagonizados por individuos de género masculino. Recordemos que en este caso de la autolisis los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres, aunque paradójica y desconcertantemente resulta que ellas lo intentan tres veces más que ellos. En parte este desnivel se explica por el método elegido, que es mucho más expeditivo en el caso de los hombres, pues dispararse, colgarse o lanzarse al vacío, etc., son tentativas menos reversibles.

jueves, 3 de enero de 2013

TOMÁS HORRACH, IN MEMORIAM

 [Tomás Horrach Bibiloni, 31 diciembre 1947-30 diciembre 2012. Retratado por Francesc Grimalt]

(artículo publicado hoy en El Mundo de Baleares, p. 55)


El pasado domingo día 30 su corazón dejó de latir. Sin aviso previo, pues su salud era muy buena. En esos momentos se encontraba solo, en su piso de Palma, en calle Aragón. Parece que se sintió mal y se recostó en el sofá. A un lado dejó el móvil y las gafas. Seguramente no padeció en exceso. El diagnóstico: un derrame masivo en la aorta. Lo encontró, ya frío y en posición relajada, pasadas las diez de la noche, su hermano Antonio, que acudió al piso alarmado por su silencio. Justo al día siguiente habría cumplido 65 años.
Tomás Horrach Bibiloni ha sido uno de los pintores más importantes de su generación. Fue un artista particular, que inicialmente en Barcelona, donde estudió Bellas Artes, parecía decantarse por la pintura abstracta, aunque después renunció en favor de un hiperrealismo muy personal. Disgustado por la promoción de la banalidad mediocre que comenzaba a estilarse en el arte moderno de los años 60, Tomás se replegó hacia lo artesano y tradicional, en un culto por lo figurativo realista (heredero de Corot, Watteau, Zurbarán y Antonio López, entre otros) que ha sido desdeñado burdamente por ciertos mandarines de nuestra época. Tomás se marcó un camino serio y riguroso de respeto a la tradición, y nunca pretendió haber descubierto América, como reclaman para sí tantos farsantes. En este sentido, su Némesis era Damien Hirst, el 'artista mediático' sin dotes para el dibujo y la pintura.
Mi tío, conocido como 'en Tomàs de ses Deu', vivió entre Palma y Saint-Malo durante décadas (con un breve período en Huesca, donde impartió clases), pues de esta ciudad de la Bretaña francesa procede su mujer, Edith; por lo general, pasaba en Francia los veranos, y residía entre nosotros en invierno. Fue un bon vivant moderado (a la mallorquina), una persona generosa y entrañable, muy alejada de los retorcimientos de ciertos artistas torturados. Tomás amaba la vida y el arte, de forma tranquila, con nervio pero sin excesos.
Se retiró de la docencia hace unos años, y últimamente andaba entregado a un entusiasta proyecto de manifiesto. Consistía en una crítica directa a ciertas pautas mercantilistas y especulativas que han prostituido una gran parte del arte contemporáneo, convirtiéndolo en otro producto financiero más. No se trata de que se enfrentara al arte abstracto en general, pues apreciaba a muchos pintores de este tipo de tendencias (como Kandinsky, Klee o Malevich), sino que pretendía recuperar la dignidad originaria del artesano, sepultada por el peso de la moda y la opulencia. Para esta tarea, tal vez algo ingenua pero necesaria, me reclutó estos dos últimos meses. Simplemente traté de pulir el estilo de sus alegatos, la reflexión de sus postulados estético-morales. Tomás estuvo meditando día y noche para encontrar las palabras precisas que alejaran a las jóvenes promesas de la pintura del Becerro de Oro de los medios y las galerías más poderosas. Todo aquello que silenciosamente, con sus alumnos, trató de defender en el pasado, en ésta su última época pretendía hacerlo más explícito, convertirlo en una proclama, en un Yo Acuso 'zoliano', que volviera a poner algunas cosas en su sitio, tras estallar los goznes que las sostenían. En cierta forma, ha sido su testamento.
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