Si
no fuera porque estudié a Freud y Girard, y por tanto conozco cómo
funcionan los psicológicos mecanismos de proyección que conducen a
quien los padece a denunciar en otros aquello que sufren de raíz, me
sorprendería escuchar a tanto supuesto defensor de las esencias
democráticas justificar golpes de Estado e infinidad de delitos
cometidos por la Generalitat de Catalunya. Tanto criticar a Trump,
sobre todo un Cort que lo declaró persona non grata, y
resulta que son sus más fieles discípulos: noticias falsas cada
hora y ataques con napalm a la división de poderes. Enhorabuena,
campeones.
Hemos
tolerado durante demasiados años que se fuera incubando, no sólo en
Cataluña sino también en nuestras escuelas y medios de comunicación
en Baleares, un huevo de la serpiente que cada día se parece más al
de la Europa de los años 30. Se ha ido inoculado un supremacismo
evidente en una parte de la sociedad, y ahora vemos las consecuencias
de tanta irresponsabilidad. Pujol sabía muy bien lo que hacía desde
1980. Los nacionalistas y una preocupante parte de la izquierda se ha
batasunizado ya sin caretas, con Otegi de estandarte, y ahora viene
lo peor: violencia explícita y una declaración unilateral de
independencia. O sea, un golpe de Estado estilo Tejero. Que todavía
algunos pretendan engañarse dice mucho de cómo nos ha podrido las
entendederas nuestro infantilismo buenista.
Aquí
no nos quedamos cortos. La conselleria de Cultura, más revuelta que
la cama de los Clinton, perpetrando ayer infames llamamientos en
favor de la ilegalidad desde su cuenta oficial de Twitter. Pero no
olvidemos lo de Més. ¿De verdad alguien todavía pensaba que no
eran independentistas? Eso no es delito, aunque hayan engañado a más
de 20.000 electores hace dos años en las autonómicas con el fin de
incrementar sus apoyos, en un caso de fraude electoral del que, si
tuvieran decencia, deberían pedir disculpas. También en Cort,
porque ni ellos si sus socios de gobierno llevaban en sus programas
el derribo del monumento de Sa Feixina, pero no fue óbice para que
lo elevaron a sacrosanto problema de la ciudadanía. Una cosa es que
no se cumplan ingenuidades, como acabar con el paro, y otra este
fraude político en toda regla.
Pero
lo peor es que ahora, en su melopea irresponsable, apoyen
enfáticamente golpes a la legalidad, solidarizándose con los
delincuentes. ¿Diálogo? Muy bien, pero con todos los delincuentes.
Hablemos con asesinos, violadores, defraudadores. No ‘judicialicemos’
problemas políticos, ¿verdad que sí, Abrilet? Ah, no, que hay
delitos de primera y otros de segunda. Parts i quarts, el
totalitarismo de hoy y siempre, defendido por los que nos llevan
perdonando la vida desde hace demasiado tiempo.
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