Es
la palabra, o más bien el sufijo, de moda: las fobias pululan como
turistas en verano. Odios por aquí, fobias por allá. En la época
más victimista de la historia, en la que es más importante
conseguir que a uno se le perciba como mártir antes que tener razón
o argumentar con rigor, la hipermoralidad nos conduce a un campeonato
enfebrecido por decidir quién llora más, es decir, a quien se le
deben más apoyos, ayudas o privilegios. Como siempre, conviven casos
reales con otros exagerados, y es decisivo saber distinguir a unos de
otros. Es el peligroso y manoseado mecanismo: servirse de una causa
legítima (defender al débil) para hacer justo lo contrario
(perseguir a los discrepantes).
La
llamada islamofobia ahora mismo ostenta la cabeza en la carrera
victimológica, hasta el punto de que para algunos es más urgente
parar su supuesto influjo que el terrorismo yihadista. Sin embargo,
el riesgo es que se pretenda blindar la doctrina implicada,
demonizando la crítica con la excusa de luchar contra la
demonización. En este sentido, dando un salto tan mayúsculo como la
elipsis de 2001 (cuando del hueso del homínido pasamos a la
nave espacial de Hal 9000), para escapar a la posible islamofobia se
está consagrando la islamofilia, una desorbitada consideración del
islam como “religión de paz”, obviando que incluso sus versiones
más amables, sobre todo en cuanto a derechos de las mujeres y los
homosexuales, podrían quedar a la derecha del cristianismo actual
más conservador.
Sin
embargo, siempre subsisten odios fuera de foco, y en este caso no es
otro que la judeofobia. De Francia y otros países europeos, los
judíos huyen en masa. Recordemos el atentado al supermercado kasher
en París o a algunas sinagogas. Pero apenas se habla del viejo y
arraigado antisemitismo. Cuando en el mundo musulmán está muy
extendido, como se vio en una pancarta tras los atentados de
Barcelona en la que se acusaba a Israel de los crímenes. En Baleares
hemos oído inculpaciones judeófobas en clave conspiranoica de la
boca de Juan Peralta, imam de Pere Garau, o de Yousef Jouihri,
portavoz islámico en la isla. También del empresario palestino
asentado en Galicia Ghaleb Jaber Ibrahim. Todo ello sin que sus
entrevistadores pusieran la mínima pega a la propagación de este
odio. Pero es que entre nosotros dicha fobia no está mal vista. De
hecho, apenas se la menciona, señal de que persiste en España, uno
de los países europeos donde menos se tolera a los judíos, según
estudios de la UE. Por no hablar del caso tan mallorquín de los
chuetas, una aversión omnipresente durante siglos que realmente no
se ha superado sino sólo aparcado.
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
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