martes, 30 de agosto de 2011

EN NIGERIA NO HABLAN CALÓ

Espectaculares imágenes recogidas por Vasil Vasilev. Otro video interesante AQUÍ

     También vale lo contrario, porque los gitanos no se entienden en nigeriano, pero el primer título describe más fielmente lo que sucedió la madrugada del pasado 29 de agosto en el barrio palmesano de Son Gotleu: una furia desatada contra cualquier objetivo, el fiero mecanismo de la venganza tribal, que no espera a confirmar las circunstancias de una muerte (el chico nigeriano que cayó desde un quinto piso), sino que arrolla todo lo que encuentra a su paso como "una ola única y monstruosa" (Canetti). Bastó la sospecha de que unos gitanos habían matado al nigeriano para que se pusiera en marcha la furiosa y temible masa sacrificial. Fui testigo de la segunda acometida de esta ola (vivo a 200 metros del epicentro de son Gotleu, y los ruidos de disparos policiales alertan a cualquiera. Las sirenas menos, porque en la zona estamos acostumbrados) y cabe decir que las imágenes recogidas arriba no dan fe de toda la dimensión destructiva que se vivió. Y un detalle curioso, a tener en cuenta para posibles prolongaciones de la saga ctónica: de las decenas de nigerianos salvajes un gran porcentaje eran mujeres. De una de ellas casi recibí un señor botellazo frente al colegio Joan Capó, pero el desvío de su agresividad hacia unos vecinos del Este (creo que rumanos) salvó mi integridad.

      Al día siguiente siguieron los altercados, que en total dejaron cerca de medio centenar de coches destrozados, dos o tres incendiados, motos por los suelos, ventanas rotas, etc. Tras ver en las imágenes de prensa y televisión a mi vecino Rolando, un nigeriano simpático y aparentemente pacífico, casi arrancar una señal de tráfico, pienso que la turba ya ha consumado su proceso de amalgama.

       De las interpretaciones que comienzan a propagarse, sobre todo entre vecinos de la zona (entregados a la habitual y prejuiciosa xenofobia de las clases más populares), me disgusta profundamente que se quiera vender una teoría según la cual el barrio era un lugar apacible hasta que llegaron los nigerianos, porque esto es una falsedad interesada. Desde que tengo memoria (nací en 1977), el barrio siempre ha sido conflictivo, una experiencia nada edificante, terrible a veces. Si hasta ahora no sucedían cosas como las que hemos visto estos días, al 'estilo Londres', es por un motivo muy simple: cuando sólo los gitanos eran los amos del barrio, los payos (mallorquines o peninsulares) bajaban la cabeza y toleraban ese dominio. La llegada de los nigerianos esta última década lo único que ha provocado es una lucha, cada vez más encarnizada, entre sectores de estos dos colectivos por el control de la zona, sobre todo en lo que se refiere a la venta de droga, negocio en el que son competencia directa. Y, en realidad, a pesar de las diferencias, en general los nigerianos se parecen mucho a los gitanos: en espíritu de grupo, elementos tribales, emotividad exagerada, arreglar los problemas en clave vengativa, etc. También en que la mayoría de ambos bandos (al menos la mayoría de nigerianos de este barrio) son evangelistas. Son grupos articulados por elementos tan similares que resultaba lógico, en cierta forma, esperar que los nigerianos no fueran tan contemporizadores como los payos, y en consecuencia los enfrentamientos entre bandos han sido una constante estos últimos años, ante la indiferencia principalmente del último consistorio (alcaldesa del PSOE, concejal en asuntos sociales de IU).

        Bueno, ¿y ahora qué? Una cosa es la intervención policial y judicial, y otra lo que tiene que ver con algo más de fondo, el modelo aplicado por los políticos esta última década. De momento los ánimos se han calmado, pero porque la policía ha tomado el barrio, día y noche, con una decena de furgones (de la policía Local y Nacional), coches, motos e incluso un helicóptero de la Nacional (el primer día). Parece que ya están en marcha también los mediadores culturales, pero no me fío excesivamente de su labor al menos en estos casos tan delicados, es decir, me parece que muchos de ellos cuentan con un problema serio para afrontarlos (un problema para sus convicciones) cuando se enfrentan dos colectivos 'débiles' entre ellos. Es decir, mientras que uno de los contendientes sea aquel que, en nuestra época post-etnocentrista, representa el papel más negativo, o sea, hombres europeos de raza caucásica, todo resulta muy fácil, porque automáticamente el otro es el bueno, y la forma de intervenir en el problema consiste en darle la razón a este último y culpabilizar al primero (ya se sabe: la culpa comodín del capitalismo antisocial, del imperialismo, de la explotación, de la Sociedad, etc.). Sin embargo, como resulta que gitanos y nigerianos son dos colectivos considerados como víctimas del 'etnocentrismo racista' (otro axioma post-etnocentrista: el racismo como un rasgo exclusivo de Occidente), la cosa se complica, pues darle la razón a uno conlleva quitársela al otro, y aquí se quiebra la autocomplacencia buenista y tercermundista, enfangada en las particularidades ambivalentes del caso práctico. Por eso, creo yo, cuesta mucho intervenir en refriegas de este tipo, pues tratando de resolverlas uno puede llegar a perder su aura de superioridad moral y la arraigada consistencia de su ideología.

        Si creen que exagero, lean las declaraciones de la señora Maribel Alcázar, miembro de la Coordinadora de ONG (CONGDIB), presente en Son Gotleu la tarde del día 29, junto a la comitiva mediadora del Ayuntamiento y Policía Local. Desde una perspectiva razonable parece lógico pensar que la señora Alcázar, en su posición de mediadora, debería hacerles entender a aquellos nigerianos que han destrozado el barrio que, en un Estado democrático, uno no puede tomarse la justicia por su cuenta de esa manera tan enloquecida. Hacerles entender que, salvo que existan evidencias que lo contradigan, hay que respetar la investigación policial y judicial que se esté realizando del caso en cuestión. Hacerles entender que el barrio pertenece a toda la ciudadanía por igual, y que es propio de seres incivilizados ir destrozando todo lo que encuentren, pertenezca a gitanos, africanos o europeos caucásicos, para expresar su ira. Hacerles entender que ahora lo que toca, como mínimo, es una disculpa a todos los perjudicados por este asunto. Hacerles entender que sus tabúes rituales según los cuales un blanco no puede tocar el cadáver de un negro (situación producida cuando los enfermeros trasladaban al muerto, lo que provocó más tensión) son ajenos a cualquier lógica sanitaria. ¿Hizo eso la señora Alcázar? Evidentemente no. En la línea de lo que yo decía más arriba, se dedicó a reforzarlos, primero alabando la actitud de varios representantes nigerianos llamando a la calma (actitud que habría sido meritoria horas antes, cuando se estaban produciendo los destrozos, y no justo cuando ya habían liquidado las existencias de adrenalina), y después, en la línea axiomática de su discurso tercermundista, se dedicó a legitimar su conducta, presentándolos como víctimas de la sociedad que los ha acogido: "Esta gente está siendo machacada. Cuando han encontrado un muerto, han visto que se les ataca"(!). Para ella, a los nigerianos se les ha creado "una herida moral muy importante", y lo demás no importa nada. Por supuesto, ni una sola palabra para las auténticas víctimas de estos altercados, para aquellos que, no siendo gitanos ni nigerianos (o incluso los que, siéndolo, no participan del asunto de fondo: la venta de drogas), se han quedado estos días sin coche, moto o ventanas. A los civilizados que se han quedado en sus casas, sin caer en la feroz espiral de la acción-reacción, la señora mediadora les dedica silencio e indiferencia... Si esta señora cobra dinero público para realizar su tarea, ¿dónde hay que firmar para que dimita o sea cesada fulminantemente?

jueves, 4 de agosto de 2011

J.M. COETZEE Y EL CRICKET

Un bateador hábil, aquí Pieter The Great en The Ashes 2005, puede prolongar muchos minutos la agonía (un test cricket acostumbra superar las 30 horas de juego), pero al final siempre llega el fatídico momento de la ejecución, oficiada en este caso por Glenn McGrath


"Le toca batear. Con una espinillera en la pierna izquierda y cargado con el bate de su padre, que es demasiado pesado para él, camina hacia el centro. Se sorprende de lo grande que es el campo. Es un sitio magnífico y solitario: los espectadores están tan lejos que también podrían no existir.
Ocupa su puesto en la franja de tierra batida, sobre la esterilla verde, y espera que venga la pelota. Esto es el cricket. Se le llama juego, pero el chico lo siente como algo más real que su casa, más real incluso que el colegio. En este juego no hay simulacro, no hay piedad, no hay una segunda oportunidad. Estos otros chicos, cuyos nombres desconoce, están todos en su contra. Sólo tienen un pensamiento en la cabeza: abreviar su placer. En mitad de este enorme ruedo él está a prueba, uno contra once, sin nadie que lo proteja.
Los jugadores de campo ocupan sus posiciones. Debe concentrarse, pero hay algo irritante que no deja de rondarle la cabeza: la paradoja de Zenón. Antes de que la flecha alcance el blanco debe haber recorrido la mitad del trayecto; antes de que alcance la mitad del trayecto debe haber recorrido un cuarto del trayecto... Desesperado, intenta dejar de pensar en ello; pero el hecho de saber que está intentando no pensar en ello acrecienta aún más si cabe su nerviosismo.
El lanzador corre hacia él. Él escucha con precisión el ruido sordo de los dos últimos pasos. Entonces hay un lapso en el que el único sonido que rompe el silencio es el inquietante susurro de la bola de cuero que desciende hacia él. ¿Es esto lo que está eligiendo cuando elige jugar al cricket: ser puesto a prueba una vez y otra hasta que falle, por una bola que va hacia él de modo impersonal, indiferente, sin piedad, buscando ansiosamente el resquicio de su defensa, y más rápido de lo que él se espera, demasiado rápido para que consiga aclarar la confusión de su espíritu, ordenar sus pensamientos, decidir qué es conveniente hacer? Y en medio de este pensamiento, en medio de este lío, le llega la bola.
Para él, sólo se puede jugar al cricket de verdad en silencio, en silencio y con temor, con el corazón latiéndote en el pecho y la boca seca.
El cricket no es un juego. Es la verdad de la vida. Si es, como dicen los libros, una prueba de carácter, es una prueba que no ve forma de pasar ni de esquivar. El secreto que consigue ocultar en todas partes queda al descubierto de forma despiadada en el terreno de juego. 'Déjanos ver de lo que estás hecho', dice la bola mientras silba y desciende en el aire hacia él. 
Lo han eliminado, no ha pasado la prueba, lo han descubierto".

(Infancia, J.M. Coetzee
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