Desde que vivimos en democracia, la política en España se ha desarrollado por unos cauces muy discutibles, aunque las peores consecuencias no se percibieran nítidamente hasta hace relativamente poco tiempo. Entre otros problemas, resulta muy importante el que tiene que ver con el voto y con la adhesión ideológica que lo articula, que se ha desarrollado a través de unas pautas identitarias y esencialistas. Esta característica es explícita en el voto de los partidos nacionalistas, que apelan directamente, en el fondo y en la forma, a las identidades en su forma más excluyente e intolerante. Con observar los postulados y el comportamiento de partidos como el PNV o ERC es suficiente para darse cuenta de que la democracia o lo democrático no tiene mucho que ver con ellos. Pero no sólo sucede esto en los partidos nacionalistas, sino que afecta también, y de lleno, a partidos nacionales como el PP, el PSOE o IU. A consecuencia de ello, en España parece que casi todo el mundo vota en contra de algo o de alguien, en lugar de priorizar unos elementos positivos en el sentido de desvinculados de la otredad demonizada de los adversarios. No se vota positivamente una serie de puntos de un programa, entre otras cosas porque apenas nadie lee los programas que elaboran los partidos. Pero sobre todo se vota a un partido concreto para evitar que otros venzan; se vota en clave de ataque, de enfrentamiento con otro al que se detesta y aborrece. Se vota contra Rajoy o contra Zapatero, de la misma manera que antes se votaba contra Aznar o contra González, contra los ‘fachas’ o contra los ‘rojos’. Este síntoma es muy revelador para darnos cuenta del déficit democrático en el que se desarrolla la política española, y de ellos son responsables los partidos políticos, los medios de comunicación y también los ciudadanos. Votamos más con las vísceras que con el cerebro.
No votamos a unos programas sino a una identidad política. El que se considera ‘progre’, y cree que en esta identidad reside el bien y el saber absoluto, votará sólo a partidos que también se envuelvan en el prestigio de esta clave esencialista. De la misma manera, el que se considere ‘antiprogre’ (la forma más usual de considerarse derechista o facha, que suena de manera menos amable), votará a formaciones políticas que se sitúen en el mismo segmento de prejuicios y dogmas. En esta situación de apelación a unas identidades blindadas, apenas se produce verdadero debate, y todo se reduce a ataques dirigidos, no a lo que los demás hacen o pretenden hacer (eso suele ser simplemente la excusa), sino a lo que se supone que son, a la esencia que supuestamente los constituye. Con ello, toda nuestra política se limita a girar alrededor de una única palabra: identidad.
Votar en esta clave identitaria nos acerca al tribalismo y nos aleja de la democracia. Nuestro voto está tan determinado como el que se puede dar en Irak, por ejemplo, con las distintas facciones (chiís, sunís, etc), cuyas elecciones se dirigen automáticamente al representante de la propia comunidad. Basta echar un vistazo a los datos, que nos indican lo estable que suele ser el voto en nuestro país. Haga lo que haga ‘nuestro’ partido, el voto lo va a tener prácticamente asegurado.
Sin embargo, encontramos una excepción a todo este panorama: UPyD, partido de nueva formación que ha optado por escapar decididamente a estos planteamientos identitarios (la ‘transversalidad’ que define la ideología del partido, de hecho, va en esta línea) y poco democráticos. Alguno de sus postulados, como la crítica a los nacionalismos, puede hacer pensar, apresuradamente, que nada distingue a este partido del resto, pues seguiría la misma dinámica de oposición. Pero la realidad no va por ahí, pues UPyD enmarca sus críticas al fenómeno nacionalista no a éste mismo (no se pretende, ni mucho menos, limitar sus derechos) sino a los privilegios con que cuenta actualmente. De los nacionalistas no se pretende que renuncien a su credo sino que los privilegios con que cuentan dejen de tener vigencia. Una cosa es el antinacionalismo (en esencia, un nacionalismo distinto del criticado, pero nacionalismo a fin de cuentas) y otra muy distinta es el no-nacionalismo, que en ese ‘no’ establece una diferencia decisiva con lo criticado, diferencia que no existe con el ‘anti’, que no es más que un reflejo de lo que supuestamente se combate, que funciona como espejo de uno mismo (por eso se acaban pareciendo tanto los adversarios radicalers; pueden defender elementos distintos, pero la forma de defenderlos es exactamente la misma, pues participan de la misma fuerza dogmática y excluyente). UPyD ha decidido no limitarse en un enfrentamiento al viejo estilo de la política española, sino que ha adoptado sus reticencias a una forma de enfocar y plantear las propuestas claramente no excluyente. Hay salida al círculo de lo identitario.
[nota: estoy afiliado a UPyD y soy miembro de la coordinadora de Baleares]
(texto publicado en el Nickjournal)