(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Si
a algo estoy bastante sincronizado es al Voyager, esa doble sonda de
la NASA que acaba de cumplir cuatro décadas y que es el artefacto
creado por el hombre que más lejos ha llegado: fuera de la
heliosfera y en pleno espacio interestelar. El Voyager I tenía que
nacer a la vez que un servidor, aunque yo me retrasé unas semanas
sobre lo esperado, pues soy diezmesino como el Alvy Singer de
Annie Hall. El ginecólogo de mi madre era un familiar, y con la
confianza prefirió esperar a que yo saliera por las buenas. Pero
como siempre he tenido un don para irritar al personal y la molicie
introspectiva, tuvieron que venir a por mí los Geos.
Como
decía, la sonda Voyager cumple años y va camino de la desconocida
Nube de Oort, algo que nadie podía pensar cuando fue propulsada
fuera de nuestro planeta. Sus baterías de plutonio siguen activas, y
parece que su contacto con la Tierra (aún envía información de su
periplo) se prolongará hasta 2025, cuando seguirá su senda pero ya
muda y ciega. Estamos ante un ejemplo fascinante del poder y alcance
de la ciencia, y si se ha llegado hasta aquí es por el espíritu
universalista del asunto, tanto a nivel metodológico como en lo
meramente colaborativo. Sin ir más lejos, en el CERN de Ginebra,
donde carbura el fabuloso Gran Colisionador de Hadrones, conviven
científicos de todos los países sin que lo particular afecte al
engranaje superior.
Pero
cualquier avance cuenta con su contrapeso: la sórdida y estéril
política. Ahí todo funciona al revés. De hecho, ni funciona: sólo
crispa, tergiversa, se repliega. Lo identitario es lo primero, el
mandamiento máximo. Sin identidad que defender, uno no vale para
eso, es automáticamente rechazado por el circuito tóxico que
transmuta la preocupación por lo público en hostilidad a cara de
perro. El Putsch ayer del Parlament catalán contra las formas
democráticas al menos sirve para certificar que la palabrería
embaucadora del Seny se ha hecho el harakiri. No olvidemos tampoco
los ataques que está recibiendo en Baleares, tras la paralización
del derrumbe de Sa Feixina y de la gratuidad del túnel de Sóller,
el poder judicial por parte de políticos del Pacte y ciertos
plumillas. Si el siglo XXI nos ha dejado progresos científicos
fabulosos, cotas que generan asombro y admiración, la cainita
burbuja política parece abismarse ante tal exhibición de su Némesis
(meritocracia y provecho) para retrotraerse a formas de gestión y
convivencia propias del Antiguo Régimen. El fair play, las
formas y los procedimientos, son la clave de la democracia, pero
llevamos demasiado tiempo dando legitimidad a puros caprichos basados
en falacias históricas. Un viaje suicida.
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