lunes, 27 de noviembre de 2017

¿QUÉ ES TENER SALUD?


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

      Será por haber rebasado la cuarentena o quizás por la tensión de aquella cacería contra un servidor de la que les he hablado, pero llevo una temporada con variados achaques, así que otras cuestiones han quedado en segundo plano para beneficiar una reflexión sobre qué es eso de tener salud o estar bien. En una época en la que, de nuevo la tendencia esquizoide, contando con la mayor esperanza de vida de nuestra historia y una de las más altas del mundo estamos patológicamente obsesionados con la salud, siempre lloriqueando con que tenemos poca y nos queda un arduo trabajo para alcanzar la epifanía. Prefiero escuchar antes a Bill Hicks y a Leo Harlem, sagaces maestros de la embriaguez. ¿Que en ocasiones hay más casos de cáncer? Obvio, vivimos más años. ¿Que fumamos demasiado? Como dice Miguel Costas, ex-Siniestro Total, eso que los fumadores ahorramos en pensiones, palmando antes.
Aunque la OMS estableció en 1946 que la salud consiste en el completo bienestar físico, no sólo en la ausencia de afecciones o enfermedades, el origen del término lo ubicamos en el latín salus, que significa en sentido literal “estar a salvo” (sano y salvo), aquel estado en que se permanece alejado de las dolencias que puedan atacarnos. Por tanto, la salud implicaría un espacio mental en que se está de forma autodeterminada, un topos que se construye aséptica y neuróticamente al margen de las mezclas y ambigüedades que conlleva la dinámica propia del existir, esa enfermedad mortal de transmisión sexual. Así, en el estado saludable no habría tránsito, pues se edifica como un dique de supuesta pureza y perfección interna (¡esos delirios de autoctonía, incluso orgánica!) frente a la enfermedad procedente siempre del exterior, como si los cánceres no tuvieran nada de endógeno.
Si interpretamos la cuestión desde una óptica heideggeriana, aprovechando que me estoy empapando de los textos nihilistas del suabo, la salud se construiría como un refugio frente al claro de la apertura, la desconcertante dimensión del desocultamiento que es el germen dinámico de lo creativo, pero que por su inestabilidad esencial no puede ser habitada más que de forma esporádica. En lo abierto no pueden echarse raíces, pues su suelo carece de arraigo o fundamento genético, y es de su potencial creador-destructor de lo que trata de defenderse la dimensión del salus, resguardada en la consoladora pero estéril espesura del bosque. También su amigo Ernst Jünger consideraba el potencial enfermizo (creador pero desestabilizante) de la apertura, otorgando a las dolencias, concretamente a la fiebre que provoca un resfriado, intensas posibilidades creativas. En las noches febriles, vibrantes espacios de fecundidad, todo cobra un mayor grado de exuberancia: “Uno sube como agua que se desborda de los diques”.

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