(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Me molesta con exasperación esa letanía ubicua de que vamos empeorando inexorablemente y antes todo era más puro y humano. Salvo casos muy puntuales, esa sensación de dinámica negativa es eso: una sensación. Falsa. Sólo excepcionalmente sí que vamos a peor, o si acaso no mejoramos, y hoy me referiré a la pulsión inquisitorial, el afán de perseguir al otro de la forma más obcecada y menos garantista posible. Seguimos evidenciando que para defender nuestras convicciones lo prioritario es linchar a ciertas bestias negras y cabezas de turco, hasta el punto de que ese mecanismo antagonista precede a la gestión racional del propio discurso. Por eso, a causa de su inquina al PP y C’s, una parte importante de la izquierda española ha simpatizado tanto con el nacionalismo catalán y vasco, y por eso mismo (en este caso con EEUU y el capitalismo como chivo expiatorio) tantos comunistas son especialmente tibios, cuando no otra cosa más explícita, con el terrorismo islamista.
En
Hollywood se ha abierto la veda. Tras la lúgubre estela de
Weinstein, han acusado a Dustin Hoffman y Louis CK, pero me interesa
más el caso de Kevin Spacey, un actor grandioso, el rey de las
imitaciones de otros intérpretes, al que se endilgan todos los
pecados posibles. Antes de nada, es necesario decir que no confío
ciegamente en él, ni mucho menos, porque a estas alturas no pongo la
mano en el fuego ni siquiera por mi mismísima progenitora, que es
muy decente y honrada pero nunca se sabe a cuántos vecinos habrá
descuartizado sin yo saberlo (Nota mental: mi madre me lee, así que
hoy toca birlarle el periódico).
Sin
embargo, lo de Spacey se ha convertido en una cacería preocupante.
Todo ello, a día de hoy, sin pruebas demostrables ni sentencias
judiciales. Que yo sepa ni siquiera se le ha imputado. Vale que su
reacción de solicitar ayuda al parecer a una clínica de
rehabilitación parece un indicio en su contra, pero repito que a
estas alturas todavía vivimos en una nebulosa acusatoria que no ha
cristalizado en hechos probatorios serios. Lo llamativo es esa
histeria que no contempla la más mínima cautela. ¿Qué nos cuesta
tener algo de paciencia antes de acribillar metafóricamente al
excomulgado, y después ya veremos qué pasa? ¡Si hasta Ridley Scott
lo acaba de borrar de su última película!, cuando sus escenas se
habían rodado. Luego nos quejamos de esos polis americanos que
acribillan a ciudadanos de raza negra de forma preventiva y sólo
después, ya con el cadáver achicharrado, analizan su documentación.
Estamos a finales de 2017, y seguimos sin entender que una acusación
no es sinónimo de culpabilidad. Por algo se inventó el Derecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario