lunes, 14 de agosto de 2017

SOKOLOV EN LA GRANJA


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Tampoco en agosto somos capaces de dejar la trinchera en barbecho. Desde las hamacas o en pleno chapuzón tenemos la portentosa habilidad de seguir aportando nuestro granito de arena al guerracivilismo ambiental. Aunque cabe reconocer que se trata de una marcialidad que se inocula básicamente desde los medios y las redes, siendo la realidad callejera más reflejo que causa, porque Arran es exactamente el equivalente a Hazte Oír en el otro extremo: su grado de representatividad es mínimo (Arsuaga sólo reunió en Palma a 15 fieles), pero su capacidad de exposición es mayúscula. Habría que comenzar a pensar si este espíritu de trinchera que en redes y medios promueve una polarización extrema de la sociedad acontece por mala fe (demonizar al rival ideológico exhibiendo a falaciosos hombres de paja para fingir que toda la derecha es de Hazte Oír o que todos los críticos con los efectos del turismo son unos hooligans como la chavalada de Arran) o por automatismo incompetente (regalar portadas al que más berrea).
Sin embargo, aún quedan algunos antídotos contra esta jibarización de lo real, esta reducción a estériles dualidades maniqueas: la sutileza, el talento, la delicadeza de Grigory Sokolov, el mejor pianista desde Sviatoslav Richter. Un monje benedictino que parece vivir consagrado a masajear el piano, nada más y nada menos, y que el pasado jueves visitó nuestra granja psicótica para regalarnos una estela de deleites inagotables. Pero entonces su parusía topó con nuestro modus operandi: Sokolov y Maisky (acompañado del pianista Volodin, en Bellver) en la misma ciudad, la misma noche y hora. Y Auserón en Porreres. O todo o nada.
Ni ante un inmenso Sokolov desgranando las notas del Valhalla pudo uno olvidarse de la misantropía. Si ya el concierto se retrasó un cuarto de hora, responsabilidad principal de los asistentes más autóctonos, luego el comportamiento de los presentes no siguió el cacareado patrón de virtud indígena y barbarie foránea, bien al contrario: los guiris presentes en general respetaban bastante las formas, no así muchos rústicos con DNI. Si algunos aplaudían como boixos nois para que empezara ya el concierto, otros jugueteaban con un móvil que se les caía aparatosamente, toses fuera de lugar, ruido de bolsas. Como para muchos de ellos lo primordial esa noche era no perderse la cena, docenas de bípedos desfilaron a las 23 horas cuando acabó el repertorio oficial de Mozart y Beethoven, otros abandonaron la sala al segundo o tercer bis (fueron seis los obsequios del petersburgués), y demasiados de los que se quedaron hasta el final lamentaban con bufidos que ese genio se empecinara en seguir regalando prodigios, gruñendo compungidos desde sus asientos: “Una altra més? Buff, avui no soparem, al·lots!”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lamentable conducta la que describe usted. Y sin embargo..., no me sorprende. Si te pasas la vida encumbrando tus pequeñeces desde la enseñanza primaria -por el mero hecho de ser tuyas- al final se convierte uno en un patán incapaz de modificar los malos hábitos. Al contrario, se espera que el entorno se adapte a las propias limitaciones.

Saludos.

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