(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Tampoco
en agosto somos capaces de dejar la trinchera en barbecho. Desde las
hamacas o en pleno chapuzón tenemos la portentosa habilidad de
seguir aportando nuestro granito de arena al guerracivilismo
ambiental. Aunque cabe reconocer que se trata de una marcialidad que
se inocula básicamente desde los medios y las redes, siendo la
realidad callejera más reflejo que causa, porque Arran es
exactamente el equivalente a Hazte Oír en el otro extremo: su grado
de representatividad es mínimo (Arsuaga sólo reunió en Palma a 15
fieles), pero su capacidad de exposición es mayúscula. Habría que
comenzar a pensar si este espíritu de trinchera que en redes y
medios promueve una polarización extrema de la sociedad acontece por
mala fe (demonizar al rival ideológico exhibiendo a falaciosos
hombres de paja para fingir que toda la derecha es de Hazte Oír o
que todos los críticos con los efectos del turismo son unos
hooligans como la chavalada de Arran) o por automatismo
incompetente (regalar portadas al que más berrea).
Sin
embargo, aún quedan algunos antídotos contra esta jibarización de
lo real, esta reducción a estériles dualidades maniqueas: la
sutileza, el talento, la delicadeza de Grigory Sokolov, el mejor
pianista desde Sviatoslav Richter. Un monje benedictino que parece
vivir consagrado a masajear el piano, nada más y nada menos, y que
el pasado jueves visitó nuestra granja psicótica para regalarnos
una estela de deleites inagotables. Pero entonces su parusía topó
con nuestro modus operandi: Sokolov y Maisky (acompañado del
pianista Volodin, en Bellver) en la misma ciudad, la misma noche y
hora. Y Auserón en Porreres. O todo o nada.
Ni
ante un inmenso Sokolov desgranando las notas del Valhalla pudo uno
olvidarse de la misantropía. Si ya el concierto se retrasó un
cuarto de hora, responsabilidad principal de los asistentes más
autóctonos, luego el comportamiento de los presentes no siguió el
cacareado patrón de virtud indígena y barbarie foránea, bien al
contrario: los guiris presentes en general respetaban bastante las
formas, no así muchos rústicos con DNI. Si algunos aplaudían como
boixos nois para que empezara ya el concierto, otros
jugueteaban con un móvil que se les caía aparatosamente, toses
fuera de lugar, ruido de bolsas. Como para muchos de ellos lo
primordial esa noche era no perderse la cena, docenas de bípedos
desfilaron a las 23 horas cuando acabó el repertorio oficial de
Mozart y Beethoven, otros abandonaron la sala al segundo o tercer bis
(fueron seis los obsequios del petersburgués), y demasiados de los
que se quedaron hasta el final lamentaban con bufidos que ese genio
se empecinara en seguir regalando prodigios, gruñendo compungidos
desde sus asientos: “Una altra més? Buff, avui no soparem,
al·lots!”.
1 comentario:
Lamentable conducta la que describe usted. Y sin embargo..., no me sorprende. Si te pasas la vida encumbrando tus pequeñeces desde la enseñanza primaria -por el mero hecho de ser tuyas- al final se convierte uno en un patán incapaz de modificar los malos hábitos. Al contrario, se espera que el entorno se adapte a las propias limitaciones.
Saludos.
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