(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Cada
verano regreso a los no-lugares de Marc Augé, el pensador francés.
Sobre todo en agosto, el único mes del calendario que no existe más
que como magma incoherente de instantes que nos mecen en el Limbo y
cuya única finalidad sustancial consiste en desembarcarnos encima de
septiembre. Agosto no existe, es un cúmulo de jornadas espectrales
donde brotan y se refuerzan los no-lugares, esos espacios de tránsito
sin alma ni identidad como son los hoteles, los aeropuertos, las
estaciones de servicio o la sede del PSIB. En estos reductos del
anonimato y la incertidumbre la vida queda en vilo, supuestamente
sublimada por la obligación de lo hedonista pero en realidad
disuelta hasta el tuétano. La diversión exigida de los veranos no
tiene otro fin que quemar el tiempo, no reconocer que la cronología
permanece suspendida, para regresar así a la responsable conciencia
temporal y laboral que fija septiembre, el mes del despertar.
Descarrilado
de la estable continuidad anual, cada cual se sostiene sobre sí
mismo en una movilidad frenética que carece de brújula. Cada átomo
del grupo se libera para hacer lo que desee… pero lo que hace
realmente es sumarse a las dinámicas más tribales. El fuego de
agosto disuelve todas las coordenadas, incluso multiplicando
no-lugares, como aquel infinito deambular de atasco en atasco o de
camino en camino que según algunos conduce a playas redentoras. A
esta deslocalización basada en la provisionalidad el verano tórrido
añade desconciertos y en ocasiones un horror superior. Y es que los
atascos son una variable no contemplada por Augé, que yo sepa, en la
lista de no-lugares, porque en esos casos uno se convierte en cautivo
del asfalto, secuestrado por la contingencia del momento. Atados al
propio automóvil, apenas avanzamos, pero no quedamos tan detenidos
como para salir un rato a estirar las piernas y departir con los
compañeros de reclusión. Esta permanencia exagerada en los
no-lugares se ahonda en los retrasos que padecen los aeropuertos
fruto de la masificación o de las huelgas, como la de Barcelona
estos días. El consuelo del momento inusual se convierte en tortuosa
convivencia en lo indiferenciado, en amenaza de arraigo en el
desarraigo. Salvo en esa película de Spielberg, se acaba saliendo
del trance, pero con el rostro desencajado del que ha escrutado los
abisales ojos de la Nada.
Pero
no nos engañemos: la diferencia entre lugares fetén y no-lugares es
sólo fenoménica. Como decía Heidegger sobre el nihilismo impropio
y el propio, todo es nihilismo, sólo que en un caso se es consciente
de ello y en el otro se vive en la ingenuidad de la pureza. Todo son
no-lugares, especialmente aquellos andurriales alienantes que algunos
consideran hiperauténticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario