(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
La
historia la narró José Antonio Lisbona en su interesantísimo
España-Israel. Historia de unas relaciones
secretas. Corría enero de 1980, y Adolfo Suárez confiaba haber
descubierto nada menos que la piedra filosofal, “el nudo gordiano
del problema del equilibrio político mundial”. Primero fascinó al
canciller Helmut Schmidt, que tras el shock le preparó una reunión
con el presidente Jimmy Carter en la Casa Blanca. Los americanos
estaban alucinados: ¿Será posible que ese hombrecillo, presidente
de un país tan subdesarrollado como era España hace 37 años, haya
descubierto lo que al resto se nos lleva escapando durante décadas?
El
encuentro se produjo en pocos días, con Brzezinski, el asesor de
seguridad de Carter fallecido el pasado mayo, escuchando con suma
atención. Al final, claro, la tesis de Suárez, inspirado por
Alberto Aza y sobre todo por Pedro López Aguirrebengoa, era una
absoluta nimiedad: además de exigir un mayor reconocimiento para
Arafat y la OLP (recordemos la tradicional amistad franquista con los
países árabes por la que no reconocimos a Israel hasta 1986),
contaba con que desbloqueando el “cuello de botella” del estrecho
de Ormuz para la salida del petróleo el problema Palestino se iría
diluyendo, ergo la estabilidad mundial mejoraría.
El
presidente Suárez, capaz de dar nombre no ya a una sino a ¡dos
bibliotecas! (Ceuta y Cádiz) cuando reconocía no haber leído un
libro entero en su vida, además de confundir a Australia con el
Tercer Mundo, certificó con este episodio el llamado ‘síndrome de
Ormuz’, o de cómo desde la ignorancia más alocadamente fatua uno
cree haber dado con una clave universal oculta al resto. El tan
castizo ‘esto lo arreglo yo en un momento’ por el que Enric
González afirmó en este periódico que “somos un pueblo que pasa
página antes de leerla, y luego se inventa el texto”.
Si
de un ámbito se ha adueñado este síndrome de solemnidades bobas es
de las redes sociales. Ejemplos hay tantos como neutrinos existen en
el universo. El problema es que todo esto no permanece reducido a las
cloacas de Twitter y Facebook, sino que ha alcanzado a las altas
instancias políticas, repletas de iluminados inoperantes que se
parecen más bien a Mr Chance, y también al Nazarín de Buñuel que
destrozaba todo lo que tocaba. Elijan ustedes la alhaja ormucista
que prefieran: la “ley Frankenstein” de Biel Barceló; las
ocurrencias de Miquel Ensenyat como recuperar la gestión de la ITV o
un túnel de Sóller que en tres semanas propiciará un colapso tan
descomunal que ríanse ustedes del agobio en las playas o los atascos
del FAN Mallorca; la histeria del panga y de las antenas de
telefonía; la renuncia a las vacunas, etc.
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