lunes, 7 de agosto de 2017

EL SÍNDROME DE ORMUZ


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

La historia la narró José Antonio Lisbona en su interesantísimo España-Israel. Historia de unas relaciones secretas. Corría enero de 1980, y Adolfo Suárez confiaba haber descubierto nada menos que la piedra filosofal, “el nudo gordiano del problema del equilibrio político mundial”. Primero fascinó al canciller Helmut Schmidt, que tras el shock le preparó una reunión con el presidente Jimmy Carter en la Casa Blanca. Los americanos estaban alucinados: ¿Será posible que ese hombrecillo, presidente de un país tan subdesarrollado como era España hace 37 años, haya descubierto lo que al resto se nos lleva escapando durante décadas?
El encuentro se produjo en pocos días, con Brzezinski, el asesor de seguridad de Carter fallecido el pasado mayo, escuchando con suma atención. Al final, claro, la tesis de Suárez, inspirado por Alberto Aza y sobre todo por Pedro López Aguirrebengoa, era una absoluta nimiedad: además de exigir un mayor reconocimiento para Arafat y la OLP (recordemos la tradicional amistad franquista con los países árabes por la que no reconocimos a Israel hasta 1986), contaba con que desbloqueando el “cuello de botella” del estrecho de Ormuz para la salida del petróleo el problema Palestino se iría diluyendo, ergo la estabilidad mundial mejoraría.
El presidente Suárez, capaz de dar nombre no ya a una sino a ¡dos bibliotecas! (Ceuta y Cádiz) cuando reconocía no haber leído un libro entero en su vida, además de confundir a Australia con el Tercer Mundo, certificó con este episodio el llamado ‘síndrome de Ormuz’, o de cómo desde la ignorancia más alocadamente fatua uno cree haber dado con una clave universal oculta al resto. El tan castizo ‘esto lo arreglo yo en un momento’ por el que Enric González afirmó en este periódico que “somos un pueblo que pasa página antes de leerla, y luego se inventa el texto”.
Si de un ámbito se ha adueñado este síndrome de solemnidades bobas es de las redes sociales. Ejemplos hay tantos como neutrinos existen en el universo. El problema es que todo esto no permanece reducido a las cloacas de Twitter y Facebook, sino que ha alcanzado a las altas instancias políticas, repletas de iluminados inoperantes que se parecen más bien a Mr Chance, y también al Nazarín de Buñuel que destrozaba todo lo que tocaba. Elijan ustedes la alhaja ormucista que prefieran: la “ley Frankenstein” de Biel Barceló; las ocurrencias de Miquel Ensenyat como recuperar la gestión de la ITV o un túnel de Sóller que en tres semanas propiciará un colapso tan descomunal que ríanse ustedes del agobio en las playas o los atascos del FAN Mallorca; la histeria del panga y de las antenas de telefonía; la renuncia a las vacunas, etc.

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