viernes, 11 de agosto de 2017

SERENDIPIAS AZTECAS


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Si Colón descubrió América buscando las Indias, ahora construyendo un museo del chocolate en Ciudad de México hemos dado con la gran torre de cráneos de Tenochtitlán, la mítica Gran Tzompantli del Templo Mayor, escenario truculento por antonomasia que muchos deseaban resguardar sólo en la perversa imaginación autojustificatoria de los conquistadores. Pero el descubrimiento es decisivo por lo que tiene de validación de los cuestionados testimonios de Bernardino de Sahagún, Andrés de Tapia, López de Gómara, Díaz del Castillo, José de Acosta o el mismo Hernán Cortés.
El Gran Tzompantli era una empalizada de 60 metros de diámetro hecha de postes y varas de madera con base de cal y piedra, aliñada con una plétora de cabezas empaladas recién cortadas, en la que Tapia dio cuenta de decenas de miles de cráneos con una exactitud ahora certificada. Las torres de cráneos (unas siete) tenían la finalidad, además de lo puramente ritual, de intimidar a los enemigos que se atrevieran a acercarse al núcleo del imperio. Muchos investigadores han tratado de salvar de alguna manera la cara a los aztecas asegurando que esos miles de cráneos hallados pertenecerían en exclusiva a guerreros, pero ahora sabemos que un 30 % proceden de mujeres y niños.
El mito del “buen salvaje” hizo estragos incluso en Montaigne, que transfiguró a los caníbales tupinamba en ingenuos boy scouts, y el partido contra la “leyenda negra” española ha ido viento en popa. Sin que nos demos cuenta, sigue vivo el etnocentrismo en Occidente, aunque en su forma más compleja: manteniendo la diferencia esencialista entre nosotros y ellos, simplemente se ha desplazado el peso de la culpabilidad de los precolombinos a los europeos. El error permanece porque la ideología nunca es universalista sino parcial, ya sea para presentarnos como los más sublimes o como los más perversos.
El filósofo franco-búlgaro Tzvetan Todorov, recientemente fallecido, escribió un libro fascinante, La conquista de América. El problema del otro (1982), sobre la odisea histórica del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo. Analizó ahí los pormenores del enfrentamiento con el otro, un choque abismal de culturas, “el encuentro más asombroso de nuestra historia”. Partiendo del principio de que se descubrió un continente que ni se sabía que existía, no se contaba con información de lo que iban a encontrarse los españoles, así que la sorpresa fue absoluta. También por parte de los conquistados, claro. Aunque caiga en cierto buenismo indigenista, Todorov analiza con brillantez la semiótica pura del contacto, los signos del acercamiento de uno y otro, y los dilemas éticos que esa coexistencia implicó. La alteridad humana a la vez se muestra pero también se niega en un proceso dificultoso que va advirtiendo sus múltiples gradaciones.

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