Es
un milagro que en 13 años no se hayan producido atentados islamistas
en España, porque intentos desde luego ha habido, pero las fuerzas
de seguridad han sido muy eficientes: unos 650 detenidos y 172
operaciones. Y podría haber sido mucho peor, porque la célula
ripollesa dirigida por el imam salafista Essati quería hacer
explotar tres furgonetas con 106 bombonas de butano y “la madre de
Satán”, un explosivo muy querido por el EI, para atacar la Sagrada
Familia, pero la torpeza de los terroristas generó la explosión de
Alcanar y el lanzamiento horas después de un rebajado plan B. Por
tanto, hemos esquivado la catástrofe absoluta por dicha impericia
yihadista, no por unos apresuradamente canonizados Mossos d’Esquadra
cuya labor, salvo la actuación individual del ex-legionario que se
cargó a cuatro terroristas en Cambrils, deja serias dudas: el chalet
okupado de Alcanar no detectado; la explosión que no relacionaron
con terrorismo ni informaron a Guardia Civil o Policía Nacional; el
caso de los bolardos que, junto a Colau, se negaron a instalar, pero
que funcionan en Europa tras el atentado de Berlín; sigue libre el
asesino de los 13 viandantes en las Ramblas, y casi seguro del
conductor acuchillado, que escapó fácilmente del escenario del
crimen y burló la Operación Jaula; o las declaraciones de Trapero,
jefe del cuerpo, afirmando dos horas antes de Cambrils que no se
esperaban más ataques. Su tarea no es nada fácil, pero hay que ser
rigurosos y no seguir la estela embaucadora del Procés.
Mecidos
en nuestra confortable pero crispada burbuja, sacudidadas como las
del jueves en Barcelona y Cambrils ponen las cosas en su lugar. O
deberían hacerlo, porque ya vemos con el paso de los días que no es
así, sobre todo en el manicomio de las redes sociales. La ventaja es
que, cual espejo diáfano, cada cual va quedando retratado en sus
sesgos y demencias, que se ven incluso agravadas tras los asesinatos.
Algunos no sólo no regresan al fiable suelo, sino que hinchan más
su alucinación.
Sin
olvidarnos de la absurda polémica sobre si procede mostrar imágenes
duras de los hechos. Para mí, sin ser periodista stricto sensu,
prima siempre el derecho a la información de sucesos tan relevantes
como éste. Con evidentes cautelas, sin duda, pero no le veo sentido
alguno a pedir que se oculten a todos esas imágenes que han
molestado a ciertas almas bellas. Como en todo derecho, el que no
quiera participar que retire la vista un instante. Pero sin exigir a
los demás coincidencia de criterio en algo que es información
pública y que afecta tanto a nuestras vidas, nos guste o no. Lo que
existe, debe quedar consignado.
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
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