(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
El
(no)eclipse ha sido la (no)noticia de la semana. El eclipse eclipsado
por unas nubes con afán de protagonismo. Cuando hablamos de eclipses
estamos ante algo que no existe por sí sino como conexión azarosa
de dos elementos. Es como el desarraigo, que no es más que carencia
de arraigo, el fracaso de un proyecto. Todo eclipse lo es de algo: de
luna, de sol o de Dios, como decía Martin Buber. Señala algo
coyuntural, pero metafóricamente puede ser sujeto. Así eclipse
podría ser Dios (siempre oculto), la nada del Ser, la verdad
(escurridiza para todo discurso), incluso cualquiera de nuestras
vidas.
Lo
oculto puede ser lo mas interesante; su condición elusiva despierta
nuestro sentido interrogador, pero también la angustia. Si “el
exceso de luz ciega” (Pascal), la falta de claridad es un
estímulo para buscar y proyectar. Pero la búsqueda más apasionante
ya no sería la de lo que queda oculto (porque puede desocultarse),
sino de aquello que es lo absolutamente oculto, la eclipseidad misma
nunca desvelable. No hablo de religión, sino de filosofía. Ya
saben, esas cosas que, al decir de Wert, distraen de lo esencial.
Ante
estos eventos siempre pienso en Tintín y Kawalerowicz. Me refiero
primero a esa historia de Hergé, El templo del sol, en la que
su célebre creación, junto al capitan Haddock y el perro Milú, al
rescate del profesor Tornasol llegan hasta el Perú, donde son
capturados por unos supuestos incas y condenados a muerte, salvando
la vida por un oportuno eclipse de sol que desconcierta a los
victimarios. Si el sol siempre ha tenido divinas connotaciones
apolíneas, de éxtasis vital, su súbito ocultamiento debía
producir, sobre todo en culturas antiguas que no entendían el hecho,
una conmoción absoluta, una vampirización espectral.
En
cuanto a Jerzy Kawalerowicz, fue el director polaco de una
curiosísima película sobre el Antiguo Egipto, Faraón
(1966), donde los sacerdotes se sirven hábilmente de otro eclipse
para aterrorizar a los rebeldes, haciéndoles creer que los dioses
están castigando su insolencia. No soy demasiado conspiranoico, pero
siempre cabe la posibilidad de que nuestros chamanes mediáticos
pudieran tramar una estrategia de despiste a partir de estas
circunstancias, aunque para eso el eclipse debería durar días mucho
más que unos minutos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario