(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Seguramente
seré el último en decir algo sobre el 'Blauets gate' y alrededores
(como los casos de Selva y Sa Pobla), pero prefiero no intervenir
demasiado en caliente para poder disponer así de más ingredientes
sobre la mesa. Y a día de hoy parece que hay pruebas contundentes
contra Toni Vallespir, como unos correos electrónicos escalofriantes
en los que se atreve a practicar la obscena equidistancia con su
víctima, como si la denuncia fuera tan grave como la sucesión de
abusos.
De
nuevo, la eclosión de la barbarie en ámbitos aparentemente
consagrados a la pureza. Sucede
en ocasiones, como
señala Camille Paglia,
que los caminos
trazados por
Rousseau (o cualquier
otro teórico del
adanismo) acaban
conduciendo
a los dominios del
marqués de Sade.
Anatole France decía que la castidad (no digamos ya si es obligada)
es la peor de las aberraciones sexuales, y probablemente esa
represión pueda tener algo que ver con las vías de escape salvajes
que han llevado a cabo determinados miembros de la Iglesia católica.
Recordemos que se trata de la excepción, no la regla, porque tanto
entre anglicanos, protestantes, ortodoxos o judíos sus clérigos no
están sometidos a la misma dimensión restrictiva.
También
estamos ahora, como en el caso del terrorismo yihadista, ante el
peligro de la generalización. Aunque el principal responsable de eso
es la propia Iglesia porque, si hubiera sido históricamente
implacable con los culpables inequívocos, no cabría sombra de
sospecha con toda la clase sacerdotal. Pero en España nuestro
deporte nacional, además de la escasa sutileza, consiste en irse al
otro extremo y considerar, en este caso, que todos los curas son
pederastas activos o en potencia. Conozco a un joven sacerdote que
oculta su condición en la vida cotidiana, primero porque nada más
saberse que es cura la gente comienza a tratarlo con hostilidad o
cierto envaramiento. Y, después, porque el 90 % lo miran con gesto
inquisitorial, como si fuera un violador de niños certificado. Al
final parece que estamos condenados a la máxima de Caro Baroja: ir
siempre detrás de los curas,
unos con un cirio y otros con el garrote.
Siempre tras algo a lo que santificar o demonizar, lo uno o lo otro.
Todo menos la distancia crítica.
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