lunes, 16 de marzo de 2015

CIRIOS Y GARROTES


 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Seguramente seré el último en decir algo sobre el 'Blauets gate' y alrededores (como los casos de Selva y Sa Pobla), pero prefiero no intervenir demasiado en caliente para poder disponer así de más ingredientes sobre la mesa. Y a día de hoy parece que hay pruebas contundentes contra Toni Vallespir, como unos correos electrónicos escalofriantes en los que se atreve a practicar la obscena equidistancia con su víctima, como si la denuncia fuera tan grave como la sucesión de abusos.
De nuevo, la eclosión de la barbarie en ámbitos aparentemente consagrados a la pureza. Sucede en ocasiones, como señala Camille Paglia, que los caminos trazados por Rousseau (o cualquier otro teórico del adanismo) acaban conduciendo a los dominios del marqués de Sade. Anatole France decía que la castidad (no digamos ya si es obligada) es la peor de las aberraciones sexuales, y probablemente esa represión pueda tener algo que ver con las vías de escape salvajes que han llevado a cabo determinados miembros de la Iglesia católica. Recordemos que se trata de la excepción, no la regla, porque tanto entre anglicanos, protestantes, ortodoxos o judíos sus clérigos no están sometidos a la misma dimensión restrictiva.
También estamos ahora, como en el caso del terrorismo yihadista, ante el peligro de la generalización. Aunque el principal responsable de eso es la propia Iglesia porque, si hubiera sido históricamente implacable con los culpables inequívocos, no cabría sombra de sospecha con toda la clase sacerdotal. Pero en España nuestro deporte nacional, además de la escasa sutileza, consiste en irse al otro extremo y considerar, en este caso, que todos los curas son pederastas activos o en potencia. Conozco a un joven sacerdote que oculta su condición en la vida cotidiana, primero porque nada más saberse que es cura la gente comienza a tratarlo con hostilidad o cierto envaramiento. Y, después, porque el 90 % lo miran con gesto inquisitorial, como si fuera un violador de niños certificado. Al final parece que estamos condenados a la máxima de Caro Baroja: ir siempre detrás de los curas, unos con un cirio y otros con el garrote. Siempre tras algo a lo que santificar o demonizar, lo uno o lo otro. Todo menos la distancia crítica.

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