(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Mi fragmento predilecto del De rerum natura de
Lucrecio habita permanentemente en mi memoria desde hace más de una
década. Se trata del inicio del Libro II, cuando el texto plantea la
contemplación desde la costa del zozobrar de un barco en un agitado
mar. La esencia del suceso descrito por Lucrecio consistiría no
tanto en apreciar la catástrofe en sí como en la sensación de
alivio experimentada por aquel que la vive sin padecerla. No se trata
de disfrutar del mal ajeno, nada de eso, sino de alegrarse por no
participar en él, que no es lo mismo. No hay nada como pensar en
complicaciones tortuosas o en tragedias posibles, pero no consumadas,
al menos para uno, de cara a estimular la alegría de estar vivo,
aunque no haya motivos especiales para el jolgorio. Los ataques de la
melancolía son inescrutables, por eso es mejor estar prevenido. De
esta manera, al método de alegrarse o al menos de aliviarse pensando
en desastres no cristalizados lo he acabado llamando 'terapia
Lucrecio'.
Mi fetiche principal para estos menesteres tiene que ver
con el accidente de moto que padecí la noche del 8 de julio del año
2000. Un coche arrolló la moto que yo conducía en las inmediaciones
del Coll den Rebassa. El golpe me propulsó por encima del coche, de
manera que su baca me seccionó la pierna derecha, a la altura de la
rodilla. Todavía recuerdo muy claramente, tras el salto frenético
de unos 10 metros, la visión del fémur fuera de sitio, lleno de
sangre. Meses más tarde, en pleno proceso de rehabilitación, que se
prolongó un año y medio, me enteré de que salvé la vida por
instantes, porque el trompazo me había cortado la femoral. Es
curioso lo relajado que se encuentra uno en el que por poco no fue su
último momento en este mundo. ¡Milagrosas endorfinas! Sin duda,
recordar los detalles de mi accidente y mi condición de twice
born es un antídoto a posibles bajones o ataques de melancolía.
Así puedo contextualizar mis miserias y alegrarme de llevar 14 años
viviendo de regalo, sobre todo cuando lo más gratificante que he
experimentado en mi vida sucedió en estos últimos tres lustros.
En una época reciente, cuando trabajé en los servicios
sociales de Palma, también puse en práctica muchas veces la terapia
Lucrecio. Porque contemplar en primera fila la situación física y
mental de los usuarios de este servicio inevitablemente hacía más
tolerables los problemas de mi existencia. Sentía mucha empatía por
esas personas destruidas, pero a la vez el gran alivio de no hacer
mías sus circunstancias.
Al parecer, Lucrecio acabó suicidándose.
1 comentario:
¡¡Que curioso!!
Últimamente me encuentro algo rara, como alicaída y poco a poco me he ido dando cuenta de que echo algo de menos. Echo de menos los tiempos en que contemplaba mi propia desgracia ya desde lejos.
Hoy resulta que la desgracia queda tan lejos que me produce nostalgia y todo.
Total, que tu post me ha sonado a algo parecido y esa "terapia de Lucrecio" se me antoja panacea.
Salud compañero!!
Publicar un comentario