lunes, 18 de agosto de 2014

LA PLAYA NO EXISTE

 

  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Aunque crean que este titular es una falsedad o un delirio, les voy a demostrar que es una verdad científica. O, al menos, una verdad posmoderna. O algo. La playa no existe, tomen nota. Por tanto, cuando crean estar playeando se encuentran realmente fuera del universo, espectros deambulando por el Limbo sin más brújula que esa vaporosidad intoxicante que nos producen el calor y la humedad. Durante dos o tres meses al año podemos jugar a ocupar precariamente este espacio no colonizable que más tarde o más temprano acaba expulsando a sus ocupantes como si fuera una madre castradora.
El antropólogo francés Marc Augé popularizó a inicios de los años 90 el concepto de «no lugar», que se refiere a esos espacios neutros que genera la modernidad más reciente («sobremodernidad»). Lugares de tránsito, envueltos en la provisionalidad. Se trata básicamente de autopistas, aeropuertos, supermercados, hoteles. Los no lugares son espacios del anonimato en los que cada individuo puede escenificar un rol diferenciado del que le viene dado en un espacio definido y arraigado («lugares de identidad»). En las playas, por ejemplo, uno llega a la misma dejando fuera todo aquello que lo caracteriza en la ciudad. En estos casos uno puede diluirse en el ambiente o bien reinventarse, como sucede en las fiestas de disfraces, jugar a ser otro. Aquí el espacio ya no define categóricamente, sino que relativiza la personalidad, permite las transfiguraciones, aunque sea sólo por un rato. El verano es, pues, un periodo de tiempo que se asienta sobre no lugares, y nuestra existencia queda de alguna manera en suspenso, flota sobre el aire. El mundo en vilo a la espera del fin del verano. El desalojo de las playas como inicio del regreso a la vida.
Luego está la cuestión del exhibicionismo, antes y después de la era del selfie. Por eso el 90 % de los playeros prefiere los arenales grandes y atiborrados. Porque sin público no hay teatro. En este campo Benidorm es el rey, pero en Mallorca incluso playas paradisíacas, como Cala Varques, que antaño estaban casi abandonadas, hoy parecen la Gran Vía madrileña en hora punta. Nada se libra ya a la masificación gozosa; incluso en un no lugar, uno busca afanosamente compararse y definirse.
Pero, al final, resulta que no existe una polaridad clara entre los lugares y los no lugares, pues en ambos casos la precariedad de las relaciones y lo efímero de las identidades es una constante. Como tras la máscara no existe una realidad esencial, entonces el escenario playero (y sus derivados turísticos) tal vez no esté tan desenfocado como parecía en un principio.

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