(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
La
gran matriarca de los Horrach fue mi abuela Jacoba (madò Jaumeta), que irradiaba una
autoridad temible en la familia. Le gustaba leer a Dickens y tomarse
un brandy Terry cuando flaqueaban las fuerzas. Al final de su vida,
destruida por el alzheimer, en ocasiones relajaba su habitual fiereza
para abrazar una especie de trance en el que enunciaba unas
sentencias lapidarias que nos dejaban estupefactos. La que más
recuerdo es “ets ulls veuen lo que ets ulls volen veure” (los ojos ven lo que los ojos quieren ver). Ya en
la universidad, descubrí el poso filosófico que contenía dicha
alocución. Y es que los intereses suelen determinar nuestras ideas o
decisiones, sobretodo a la manera de la “mentira orgánica” de
Max Scheler, es decir, sin darnos ni puñetera cuenta.
Si
algo debe enseñar la filosofía es a escudriñar en esa previedad
que nos dirige, esos cepos infectados que limitan nuestra libertad,
tratando al menos de conocer hacia donde nos empuja pavlovianamente
nuestro inconsciente o bagaje personal. Si en determinados casos es
muy necesario no dejarse arrastrar por esos ojos pre-dirigidos, por
esa mirada cainita que lo lleva todo a nuestro terreno, esos casos se
refieren a los políticos. Su condición de servidores públicos
debería obligarles a templar el hooliganismo y mimar un
espacio común donde el antagonismo crudo no nos conduzca al limbo de
las incoherencias.
A
todas horas vemos ejemplos de ojos que sólo ven lo que desean ver.
La actualidad va sobrada de esos derrames. Sin ir más lejos, nuestro
laboratorio dadaísta de Cort. Las jornadas sobre el Islam impulsadas
por el inefable Aligi Molina han sido especialmente llamativas,
tratándose de un ayuntamiento tan entregado a un laicismo
beligerante y efectista cuando se trata del cristianismo. Pero el
efectismo se reduce a su innata vacuidad, porque es del todo
incongruente que luego se trate a la religión musulmana con una vara
de medir tan opuesta.
Cuando
uno anda tan obsesionado con sus enemigos acostumbra a cometer estos
contrasentidos. La furia tiende a cortocircuitar las ideas de manera
que se puede acabar apoyando lo contrario de lo que se profesa. Por
eso feministas como Molina no quieren ver lo que predica y ejerce
esta religión contra las mujeres. Para los demás, todo es
micromachismo; para el Islam, barra libre. Pero, claro, al parecer no
se trata tanto de defender a las mujeres como de atacar al
heteropatriarcado (o como se llame) occidental.
Que
la patología es transversal lo comprobamos al ver a tanto
ultraliberal español apoyando, algunos de forma desaforada, a
encabritados proteccionistas como Trump, Le Pen o Putin. Pero el sello
de ‘enemigo de la izquierda’ pesa más que los supuestamente
innegociables principios liberales.
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