(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
A
riesgo de ser pesado, reincidiré en mi calificativo de Club de la
Comedia para referirme al Parlament, cada vez menos apreciado por la
ciudadanía a cuenta de sus inquilinos. Pero la responsabilidad de mi
reiteración es exclusivamente suya, pues no hay semana en que no se
produzcan astracanadas. Para vergüenza de los mortificados
contribuyentes, porque de los políticos es evidente que no: acaban
de aumentarse un 33 % las dietas, y es que el talento hay que
pagarlo.
En
mi anterior vida como político tuve que asistir un mes entero (octubre 2014) a las
sesiones del Parlament. Todavía no me he recuperado. Ni en la
consulta del dentista lo he pasado peor. Sopor, cabreo, fist-fucking
mental y sobre todo cantidades industriales de vergüenza ajena.
Menos mal del auxilio del móvil, que me permitía drenar la congoja
comentando con sarcasmo en Twitter el semanal naufragio. Al menos me
consolaba pensando que a peor no se podía ir, pero ni con los años
dejo de ser un ingenuo ante un panorama tan orgullosamente
asilvestrado.
Hay
que reconocer que la “nueva política” podemita ha introducido
novedades. Podem nació para dejar huella. El problema es, ¡vaya
casting el suyo!, que esa huella no siempre está siendo
precisamente memorable. Ahí queda ese “bulto sospechoso”
(Butanito dixit), Salvador Aguilera, que ha protagonizado desde el
estrado una de las intervenciones más alienígenas que se recuerdan.
Y ya saben que en este ambiente el listón está muy alto. Pero peor
aún fue su reacción, encantado de la gesta. ¿En qué localidad
ibicenca reside Aguilera? ¿En Pachá o en el Space?
Y
del ridículo a lo escabroso. Imaginen a los seguratas del Parlament
detectando ruidos una madrugada en la tercera planta. Seguro que
alguno sospechó que Airbnb había alquilado las estancias
políticas para docenas de guiris recién aterrizados. O que se
hubiera colado alguna familia de okupas. Pero no, el rastro sonoro no
condujo hacia otro ser que la diputada Seijas. Por muchas
explicaciones que haya dado, todo suena a extravagancia pura. Lo
estoy viendo: nuestra imprescindible Montse paseando nocturnamente
por los pasillos vacíos, cual Jack Torrance en el hotel Overlook de
El resplandor, enfrascada en las oníricas fiestas del antiguo
Círculo Mallorquín en el salón de baile, el actual hemiciclo, con
Ricard Anckerman dándole las buenas noches y ofreciéndole un
bourbon con mucho hielo...
Los
partidos del Pacte, en su línea de democracia “a la balear”, han
prescrito pruebas antidopaje para los toreros. Visto el panorama, ¿no
sería más necesario y efectivo instaurar, hoy mismo, controles de
todo tipo de sustancias en las puertas del Parlament para que las
melopeas de sus ilustres señorías no emponzoñen más la sufrida
sala de las Cariátides?
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