lunes, 1 de septiembre de 2014

SON GOTLEU, LA TRINCHERA


        (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

        Acaban de cumplirse tres años del enfrentamiento entre gitanos y nigerianos que arrasó el barrio de Son Gotleu. Para no faltar a la costumbre, el aniversario se ha celebrado con una verbena de violencia prolongada durante toda la semana. Los enfrentamientos han sido casi diarios y de todos los colores, nunca mejor dicho, con gitanos, nigerianos, dominicanos, etc. El Ayuntamiento de Mateu Isern presume de haber tomado las medidas necesarias para controlar la situación, aunque se lave las manos diciendo, al comprobar que no es suficiente, que «es inevitable que sea una barriada conflictiva». El problema de fondo para atajar estos conflictos es de mentalidad. El racismo en nuestra sociedad, aunque todavía esté latente, al menos tiene mala prensa. La presión social, judicial y mediática ha provocado que el racista desempeñe sus manías con nocturnidad, tratando de disimular en la medida de lo posible. Paseando por estos barrios (yo soy de La Soledad), se escuchan comentarios subidos de tono, pero prácticamente todos acaban en el fondo de la jarra de cerveza. De alguna manera, el paso de las palabras a los hechos está bloqueado.
        El problema de este dispositivo moral represor (no sé por qué siempre tiene mala fama la represión, cuando es una herramienta indispensable para la civilidad) es que acostumbra a funcionar de manera unidireccional, señalando únicamente a los autóctonos, como si sólo estos pudieran ser capaces de odiar al diferente. De hecho, nada más repartido entre todas las culturas y etnias del mundo que la agresividad hacia el otro, proyección del culto a la identidad propia. Por eso no entiendo cómo, en vistas del éxito experimentado con los nativos, no se ha ampliado el foco crítico con el racismo a todos los colectivos de nuestra sociedad. Porque, si se ha intentado, desde luego ha fracasado con creces. Tal vez huyendo del tradicional etnocentrismo nos hayamos pasado de frenada, transitando de la demonización del diferente a su canonización. De esta manera no hacemos más que mantener la dualidad bueno/malo, simplemente alternando las posiciones de sus participantes. Si antes nosotros nos considerábamos superiores, ahora sucede a la inversa, pero el maniqueísmo no cede y la igualdad se resiente.
        Así, la susceptibilidad y las agresiones entre colectivos minoritarios está en pleno auge. Estos no atacan tanto a los autóctonos como se pegan entre ellos. Al no verlos como individuos susceptibles de odiar al diferente, sólo los percibimos como víctimas potenciales. Por eso en estos casos la animadversión cuenta con más facilidades para traducirse en actos. Sobre todo cuando aprieta el calor y el barrio sucumbe al exceso de sociabilidad de vivir gran parte del día en plena calle.

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