(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Muchos de ustedes seguramente estarán disfrutando, pero
para mí esto es un sufrimiento bíblico. Me las prometía muy
felices con la llegada de septiembre y el declive veraniego. Pero al
final ha sido un espejismo como el fin de la crisis, que de tan
postergada se asemeja a la Ítaca de Cavafis. Si llevamos siete
largos años de derrumbe económico, este verano ya está colonizando
su cuarto mes con unas temperaturas más propias de una ola de calor
que de esta época. La imprevisibilidad del clima comienza a ser una
experiencia de ultratumba. Y su volubilidad coincide más o menos con
el inicio de la crisis. Si fuera un azteca, estaría convencido de
que todo esto no es otra cosa que un castigo divino por algún
pecadillo que habremos cometido. No lo creo, porque somos estupendos,
al menos cuando hablamos de nosotros mismos (en las encuestas la
autocomplacencia supera cotas del 90 %). No soy azteca, pero alguna
duda me queda sobre si se trata de un castigo o no, más a mí que a
la sociedad.
El caso, como decía, es que el clima lleva unos años
descontrolado, víctima de una esquizofrenia que no sé si es
producto o causa de la nuestra. Sea lo que sea, han sido aniquiladas
la primavera y sobre todo el otoño; pasamos directamente del verano
al invierno, e incluso eso no funciona de forma clara y natural,
porque si el pasado noviembre veíamos nevar en la Serra más que en
varios inviernos juntos, ahora nos encontramos a punto de abordar el
otoño con más grados que en una sauna turca. Lo curioso es que
parece existir en todo esto una especie de ley de compensación según
la cual si en verano no hace un calor mortal entonces ese bochorno no
experimentado nos estará esperando a la vuelta de la esquina para
torturarnos fuera de época. Y a la inversa, esos fríos de menos que
antes se localizaban exclusivamente en plena etapa invernal ahora nos
asaltan en abril o en octubre.
Por si todo este desvarío no fuera poco, en un mismo
día experimentamos toboganes de temperatura que nos propulsan 15
grados hacia arriba o hacia abajo. Ni en un día aparentemente
sosegado puede uno relajarse, porque cuando menos te lo esperas se
despierta un vendaval despiadado que arrasa todo lo que encuentra. Me
sucedió hace dos años: tumbado en la terraza, casi desnudo por la
canícula, 30 segundos después tiritas de frío y el viento arranca
de cuajo el toldo, cuyos brazos sueltos buscan tu cabeza para
rematarte. Vigilen, nunca se confíen: el clima es más peligroso que
la Prima de Riesgo.
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