lunes, 29 de septiembre de 2014

CUMBRES APOLÍNEAS

 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

 
El estrés es uno de los atributos de nuestra modernidad, de ahí la necesidad de desenchufarse de la vorágine cada cierto tiempo. Unos salen disparados de viaje a lugares remotos y otros prefieren recluirse en rincones de la propia isla. Entre estas últimas opciones se encuentran santuarios o monasterios que con el tiempo han transmutado su origen religioso en una especie de acogedores balnearios. Quien esto escribe ha frecuentado algunos de estos lugares, y ha sido con el tiempo que ha percibido que los valles no son para él. Su carácter enclaustrado, hundido en el fondo de una cavidad entre montañas, le otorgan un perturbador aire ctónico (sinónimo de dionisíaco pero en una clave feroz menos festiva). El refugio en cuestión, pongamos por caso Lluc, se adhiere a esa naturaleza oculta de lo ctónico, a sus efluvios más pegajosos, a lo ceñido a la tierra, para conformar una especie de prolongación dañina del subsuelo.
En cambio, las cumbres poseen ese aire de serenidad más propia de lo apolíneo. Desde sus alturas, uno puede dedicarse a observar minuciosamente el tráfago inferior, el lento movimiento de los automóviles o las capas más bajas de las nubes. En los valles lo observable se limita a aquello más inmediato y la reflexión interiorizada que se pueda hacer está preñada de elucubraciones mórbidas. No hay escapatoria a la mímesis con lo telúrico. Sin embargo, en los picos este proceso tiene un aire más liviano, de gravedad etérea. Todo está impregnado por una cierta distancia ante las cosas, de modo que uno no se sumerge en el caos sino que lo puede analizar sin mancharse, como si fuera un demiurgo.
En el santuario felanitxer de Sant Salvador es imposible no tratar de rememorar, aunque sea ficticiamente, la vida enclaustrada de los monjes que ya desaparecieron de sus entrañas. El sensacional documental El gran silencio (2005), dedicado a los cartujos de la Grande Chartreuse, explora este tipo de vida monacal que para una mentalidad actual no puede ser más chocante: encerrado durante décadas, sin planes ni deseos, consagrado al estudio. Pero ya no hay monjes allí, ni en casi ningún lugar de la isla, salvo en la ermita valldemossina de La Trinidad. Aún así, se palpa todavía cierto poso de esa conmovedora vida tapiada.
A falta de monjes, en Sant Salvador la vista se queda prendida de su espectacular Cristo nacionalsocialista... Bueno, se trata de la escultura enorme de un Cristo Rey que hace un gesto de bendición que parece más bien el saludo romano, posteriormente recuperado por el III Reich. Hasta ahora no entendí por qué el lugar está tan abarrotado de alemanes.

1 comentario:

PENSADORA dijo...

Pues a mí me gustan ambas cosas, más que nada porque no hay picos sin valles ni valles sin picos.

Me inquieta ese Cristo.

Salud y orujo!

Related Posts with Thumbnails