(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
El estrés es uno de
los atributos de nuestra modernidad, de ahí la necesidad de
desenchufarse de la vorágine cada cierto tiempo. Unos salen
disparados de viaje a lugares remotos y otros prefieren recluirse en
rincones de la propia isla. Entre estas últimas opciones se
encuentran santuarios o monasterios que con el tiempo han transmutado
su origen religioso en una especie de acogedores balnearios. Quien
esto escribe ha frecuentado algunos de estos lugares, y ha sido con
el tiempo que ha percibido que los valles no son para él. Su
carácter enclaustrado, hundido en el fondo de una cavidad entre
montañas, le otorgan un perturbador aire ctónico (sinónimo de
dionisíaco pero en una clave feroz menos festiva). El refugio en
cuestión, pongamos por caso Lluc, se adhiere a esa naturaleza oculta
de lo ctónico, a sus efluvios más pegajosos, a lo ceñido a la
tierra, para conformar una especie de prolongación dañina del
subsuelo.
En cambio, las
cumbres poseen ese aire de serenidad más propia de lo apolíneo.
Desde sus alturas, uno puede dedicarse a observar minuciosamente el
tráfago inferior, el lento movimiento de los automóviles o las
capas más bajas de las nubes. En los valles lo observable se limita
a aquello más inmediato y la reflexión interiorizada que se pueda
hacer está preñada de elucubraciones mórbidas. No hay escapatoria
a la mímesis con lo telúrico. Sin embargo, en los picos este
proceso tiene un aire más liviano, de gravedad etérea. Todo está
impregnado por una cierta distancia ante las cosas, de modo que uno
no se sumerge en el caos sino que lo puede analizar sin mancharse,
como si fuera un demiurgo.
En el santuario
felanitxer de Sant Salvador es imposible no tratar de rememorar,
aunque sea ficticiamente, la vida enclaustrada de los monjes que ya
desaparecieron de sus entrañas. El sensacional documental El gran
silencio (2005),
dedicado a los cartujos de la Grande Chartreuse, explora este tipo de
vida monacal que para una mentalidad actual no puede ser más
chocante: encerrado durante décadas, sin planes ni deseos,
consagrado al estudio. Pero ya no hay monjes allí, ni en casi ningún
lugar de la isla, salvo en la ermita valldemossina de La Trinidad.
Aún así, se palpa todavía cierto poso de esa conmovedora vida
tapiada.
A falta de monjes,
en Sant Salvador la vista se queda prendida de su espectacular Cristo
nacionalsocialista... Bueno, se trata de la escultura enorme de un
Cristo Rey que hace un gesto de bendición que parece más bien el
saludo romano, posteriormente recuperado por el III Reich. Hasta
ahora no entendí por qué el lugar está tan abarrotado de alemanes.
1 comentario:
Pues a mí me gustan ambas cosas, más que nada porque no hay picos sin valles ni valles sin picos.
Me inquieta ese Cristo.
Salud y orujo!
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