(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
El pasado martes la muerte de Kafka, uno de los grandes
de mi santoral laico, cumplió 90 años. De él siempre recuerdo una
curiosa reflexión, “en tu lucha contra el mundo secunda al
mundo”, que, al igual que el pasaje evangélico que recomienda
ofrecer la otra mejilla, nunca interpreto en su sentido más
apresurado, como entrega sacrificial o rendición incondicional ante
cualquier enemigo que uno pudiera tener. Las veo más en la línea de
contraponer cierta resistencia a la principal pulsión que nos
caracteriza: enfrentarnos al otro siempre con la razón de nuestra
parte. La premisa más preciada de toda subjetividad consiste en
enclaustrarse alrededor de una interioridad no explorada y, en
consecuencia, jamás puesta en cuestión. Nos pasa a todos, yo el
primero, aunque preferiría ir dejando el vicio. Cuesta aprender de
estas reflexiones kafkiano-evangélicas, de la misma manera que en la
tan denostada filosofía posmoderna la idea de la 'muerte del hombre'
se cierne precisamente sobre el cuestionamiento de los presupuestos
de todo sujeto, a partir de los cuales uno tiende a juzgar
sumariamente todo lo que nos rodea, con lo que implica de
satanización de aquellas otredades que nos desagradan.
Hoy en día esto sucede con especial virulencia, no
porque en esta época seamos menos clarividentes sino porque la
agresividad de la crisis y sus secuelas somete nuestra identidad a
continuas interrogaciones que tratamos de cerrar violentamente. A más
ambigüedad e incertidumbre, mayor será el ansia de apuntalar
nuestro yo y menos rigurosos serán nuestros juicios.
En cuanto al tema estrella de la semana, no pienso
añadir ninguna valoración porque que ya se ha dicho todo. Así que,
frivolité!, sólo contaré cómo el todavía Príncipe y un
servidor protagonizaron una celebrada portada de la revista ¡Hola!
Corría el verano del 2006 y yo trataba de sobrevivir a una tarde
especialmente abrasadora. Medio inconsciente, conseguí alcanzar la
hamburguesería Alaska, donde pedí un helado de fresa, mi
favorito. Con mi capacidad de percibir el mundo seriamente afectada
por el calor, sólo pude intuir que comenzaba a rodearme una multitud
vociferante y algo descontrolada. Pero yo iba a lo mío, ese
milagroso helado que me iba devolviendo las pulsaciones y el
resuello. Mi sensibilidad auditiva fue aumentando, de modo que los
aullidos y risas de la masa asaltaban mi sentido de la vergüenza
ajena. Consumido gran parte del helado, decidí observar a mi derecha
y fue entonces cuando me topé con un muro principesco (y familia).
No me inmuté: soy leal a la casa de Windsor. Pero un pérfido
paparazzo nos unió en una instantánea que días después fue la
estampa de la semana en el mundo del cuore.
2 comentarios:
Amigo Von Horrach lo importante fue el helado, que te quiten lo "bailao". Los príncipes como las fresas del helado pueden tener un valor simbólico, en el caso de las fresas, incluso una significación erótica, pero el placer del helado no te lo quita nadie. Los mundos simbólicos son difíciles de entender.
Salud
Francesc Cornadó
Un saludo, Francesc. Desde luego que lo importante fue el helado, porque me devolvió la consciencia y las pulsaciones. Lo otro fue un girigay de gente desmadrada. Lo entendería si se tratara del Prince Charles (debilidad personal). hasta pronto
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