viernes, 6 de junio de 2014

DICCIONARIO DEL SUBSUELO (7): PHARMAKOS

 

 (artículo publicado en la revista cultural Kiliedro)

En la antigua Grecia el pharmakos era un chivo expiatorio al que se sacrificaba con la finalidad de purgar las tensiones y violencias acumuladas en la comunidad de turno. La muerte o la expulsión (en épocas más recientes se sustituía el sacrificio por la expulsión) del pharmakos permitía purificar la polis, devolviéndole la inocencia perdida supuestamente a manos del contagio externo (el Mal, en la mayor parte de las culturas, posee una fuerte connotación de exterioridad). El ritual se celebraba en lugares como Abdera, Tracia, Marsella y sobre todo, todos los años, en Atenas. Todavía en el siglo V a.C. autores como Aristófanes y Lisias aluden a este fenómeno que se representaba el 6º día del mes Targelión (inicio de la fiesta de las Targelias), que era también paradójicamente el día del nacimiento de Sócrates, al que en ocasiones se refiere Platón en sus diálogos como pharmakeus (sinónimo de pharmakos).
Pharmakos procede del término pharmakón, que es la raíz de palabras como fármaco o farmacia, y que viene a significar, en el contexto que dio origen a la filosofía griega, a la vez dos cosas contradictorias: en este caso, aquello que enferma y su remedio, el veneno y lo que salva, lo que condena y lo que libera. En suma, una ambivalencia esencial y desconcertante que se pretende erradicar, pues lo ambivalente, como lo exterior, es un rasgo negativo en casi todas las culturas.
Autores como James Frazer (La rama dorada) o Jean Pierre Vernant (Mito y tragedia en la Grecia antigua) se refieren al funcionamiento de este ritual (el sacrificio del pharmakos no sólo se celebraba como ritual en sí, sino que también se llevó a cabo de forma improvisada en épocas de crisis social), que consistía básicamente en la elección de dos pharmakoi, uno para los hombres y el otro para las mujeres, dirigidos en procesión por la ciudad. Durante la misma eran sometidos a distintas agresiones, que aumentaban de forma progresiva: eran insultados, golpeados sus genitales (con cebollas, higueras y otras plantas) y luego, finalmente, sacrificados mediante lapidación. Después su cadáver era quemado y sus cenizas dispersadas. Los pharmakoi eran escogidos entre individuos de las clases bajas, huérfanos o lisiados (por algo las deformaciones físicas siempre han sido uno de los criterios sacrificiales más socorridos a la hora de escoger víctimas).
Nos encontramos con una operación que es de arraigo universal: la expulsión de la exterioridad, de aquello que se demoniza por ser exterior o se cataloga de externo por ser previamente demonizado. Se buscaba (o atribuía) en ellos elementos llamativos que los diferenciaran de la mayoría de los individuos comunitarios. La idea era señalar una diferencia y dotarla de contenido para que a partir de ella la identidad propia se consolidara con más fuerza. Al final, contra la víctima, individualizada y excluida por la fuerza, se unía toda la población, lo que propiciaba una unanimidad que alejaba, aunque sólo fuera de forma momentánea (los ciclos sacrificiales siempre están en marcha, nunca son definitivos), las tensiones internas que amenazaban con romper el orden social. Ésta es, básicamente, la finalidad de los ritos expiatorios.
Sin embargo, en estos casos no todas las víctimas eran escogidas entre lo más bajo de la sociedad, sino que en ocasiones los candidatos se seleccionaban en ámbitos más elevados. René Girard, por ejemplo, ha analizado esta cuestión en las monarquías africanas (La violencia y lo sagrado), en las que eran tradicionalmente los reyes los designados para el sacrificio. Esto podría parecer, en un principio, algo extraño, pero tiene su lógica: el rey, como el mendigo o el mutilado, se mantiene en un estatus distinto al de la mayor parte de la comunidad, y es esta diferencia decisiva la que los hace candidatos tan idóneos para propiciar, en su exclusión (ya sea por muerte o expulsión), su contrario: identidad, unidad, orden. El rey excede a la mayoría por arriba, mientras que el mendigo o el lisiado lo hacen por abajo. A este tipo más elevado de víctima correspondería el caso de Edipo, analizado brillantemente entre otros por los citados Vernant y Girard.
Esta mecánica de expulsión se da en dos ámbitos: el empírico-social y el inteligible o discursivo. En el caso del sacrificio del pharmakos se constituye la clausura del sistema, de la propia comunidad que pretende preservar una cierta pureza interna. El orden (que se opone al desorden) y la identidad (opuesto a la indiferenciación o mezcla), en forma de unanimidad conseguida contra la víctima propiciatoria, retorna a la ciudad después del momento perturbador del caos y de las violencias recíprocas. Todo se re-configura alrededor del proceso expiatorio, tanto a nivel cultural como social. En este caso la verdad (entendida como certeza incuestionable) también se da como clausura y exclusión de la diferencia. El pharmakos es un purificador (kathársios), gracias al cual la clausura del sistema permite ser blindada con sangre. La dinámica ambivalente que lleva primero a demonizar víctimas y luego, tras ser ejecutadas, a divinizarlas, se corresponde con la esencia del pharmakos, y con casi toda víctima sacrificial. Aquel a quien se responsabiliza exclusivamente de los males de la población es después también el causante, con su muerte catártica, de la liberación de los mismos males. Esta capacidad que se les atribuye de provocar lo peor y lo mejor es lo que los acaba convirtiendo en dioses. La ambivalencia y sus poderosos efectos definen básicamente tanto la divinidad del pharmakos como lo mágico del phármakon.

No hay comentarios:

Related Posts with Thumbnails