(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
No sean tan duros con el fiscal Pedro Horrach. Ustedes
no lo entienden, pero yo sí. Y no precisamente por ser pariente suyo
(ya comenté en su momento que pertenezco a la rama pobre pero
decente de los Horrach), sino debido a mi empatía por los espíritus
artísticos y creativos. Horrach es un genio del derecho, un virtuoso
de la fiscalía. Por eso él no puede limitarse a ser un gris
funcionario, encorsetado bajo maneras mecánicas y abúlicas. No, él
es un artistazo. Y de ahí la radicalidad de sus formas, la veleidad
de sus actitudes. ¿O acaso pensaban que sólo Picasso podía tener
etapas diferentes: una azul, otra rosa, etc.? Don Pedro Horrach
también evoluciona de unas etapas a otras, no se detiene en un único
estilo; él se arriesga, innova, se expone. Tuvo su época
inquisitorial, cuando el más mínimo indicio multiplicaba, como el
milagro evangélico de los panes y los peces, imputaciones,
detenciones y encarcelamientos. Nadie ha mostrado un celo mayor que
nuestro talentoso y artístico fiscal en su época castigadora. Fue
el mejor. Lo que sucede ahora es que, víctima de su personalidad
inconformista, se encuentra atravesando otra fase de su arte
fiscalizador: ahora es un fiscal garantista, el más garantista de
todos, un fiscal-defensor, capaz de una escrupulosidad sólo al
alcance de los genios. Me muero de curiosidad por conocer a dónde
nos llevará su próxima metamorfosis artística. Nuestro fiscal,
excéntrico donde los haya, seguro que nos volverá a sorprender.
Como sorprende que desde una isla tan habitualmente
tranquila como Menorca se haya puesto en marcha una enfática campaña
para hacerle la competencia a nuestras queridas Punta Ballena y
Balneario 6. Sí, sí, los menorquines quieren robarnos a nuestros
clientes hooligans, tanto británicos como alemanes. Y, por lo visto
este año, lo van a conseguir, tras echar el resto con sus fiestas de
Sant Joan de Ciutadella: cuatro hospitalizados graves (uno crítico),
seis policías linchados por una multitud en una encerrona,
botellones continuos, comas etílicos y unas carreras de caballos de
los Jocs des Pla con más peligro que el Desembarco de Normandía en
Omaha Beach. Un expediente imponente, y en sólo 3 días, ojo.
Únicamente ha faltado algún caso de balconning para alcanzar una
merecida matrícula de honor. Si se entera el tarambana príncipe
Harry Windsor seguro que se coge el primer avión a Menorca para
retirarse a beber Xoriguer y bailar el Jaleo a
tumba abierta. Además de gozar como él
acostumbra, obtendrá también aquello que no le proporcionarán
Magaluf ni El Arenal, lugares con peor reputación: un pedigrí
cultural edificante, un orgullo que resguarda la cogorza bajo el
estandarte de la tradición.
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