lunes, 23 de junio de 2014

DIBUJANDO EN LOCURANDIA


(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Le estoy cogiendo el gusto a dibujar en las terrazas de los bares. Lo hago fatal, pero poco a poco voy aprendiendo a la vera del maestro Xesc Grimalt. En el bar Comerç de Santa María, donde tienen la mejor tarta de zanahoria que he probado, la fauna que se ofrece a los trazos del lápiz es muy sugestiva. Mis presas predilectas son los ancianos jubilados, en parte por la facilidad de dibujo de sus marcadas facciones pero también por la sigularidad de sus personalidades, sereno corolario de décadas de experiencia, a años luz del frívolo modernillo que no sabe nada pero emite dictámenes inquisitoriales sobre esto y aquello.
Si el país se redujera a la terraza del Comerç, uno se sentiría más a gusto, encapsulado dentro de un escenario cordial y acogedor. Pero las inclementes rágafas del exterior nunca descansan, y entonces uno piensa, casi sin querer, en la epidemia de dimisiones/abdicaciones que estamos viendo. La más pintoresca podría ser la de Jaume Sastre, más que nada porque nunca he acabado de creer que estuviera haciendo una auténtica huelga de hambre. Tras su dimisión de supuesto mártir, no tenemos ni una sola imagen impactante que llevarnos a la boca al estilo De Juana Chaos, ahuecando el vientre tras una controlada dieta, ofreciendo su cuerpecillo sacrificial a los medios. Pero lo relevante del show de Sastre ha sido más bien la cantidad de individuos que han ido a rendirle pleitesía. Olvidando, todos ellos, que estamos hablando del Le Pen de Mallorca, el tipo más xenófobo que ha parido esta isla. Pero es igual, todo vale contra el enemigo mortal. Esto realmente es muy español y ayuda a entender determinados asuntos que desde fuera parecen esotéricos: por ejemplo, ver a tanto republicano que desaprueba enfáticamente la aureola Ancien Régime de la monarquía, pero que después se rinde extático ante los insolidarios 'derechos históricos' de Cataluña y Euskadi, como si fueran el súmmum de la modernidad progresista.
Siempre tropezamos con la misma piedra: la doble vara de medir. Tal vez seamos el país de los tuertos, de los trileros de la crítica. Hay odios malos y odios tolerables. Por eso unos son machistas, como Cañete, y en cambio otros no lo son en absoluto, como Diego Valderas (líder de IU en Andalucía), aunque hayan dicho delante de una cámara, junto a un divertido Cayo Lara, que una política del PSOE es “la de las tetas gordas”. Tampoco es machista Jesús Eguiguren, que sólo fue condenado por una minucia: apalear a su primera esposa. En fin, mejor seguir dibujando a los simpáticos clientes del Comerç y apurar el penúltimo pedazo de tarta.

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