(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Le estoy cogiendo el gusto a dibujar en las terrazas de
los bares. Lo hago fatal, pero poco a poco voy aprendiendo a la vera
del maestro Xesc Grimalt. En el bar Comerç de Santa María, donde
tienen la mejor tarta de zanahoria que he probado, la fauna que se
ofrece a los trazos del lápiz es muy sugestiva. Mis presas
predilectas son los ancianos jubilados, en parte por la facilidad de
dibujo de sus marcadas facciones pero también por la sigularidad de
sus personalidades, sereno corolario de décadas de experiencia, a
años luz del frívolo modernillo que no sabe nada pero emite
dictámenes inquisitoriales sobre esto y aquello.
Si el país se redujera a la terraza del Comerç, uno se
sentiría más a gusto, encapsulado dentro de un escenario cordial y
acogedor. Pero las inclementes rágafas del exterior nunca descansan,
y entonces uno piensa, casi sin querer, en la epidemia de
dimisiones/abdicaciones que estamos viendo. La más pintoresca podría
ser la de Jaume Sastre, más que nada porque nunca he acabado de
creer que estuviera haciendo una auténtica huelga de hambre. Tras su
dimisión de supuesto mártir, no tenemos ni una sola imagen
impactante que llevarnos a la boca al estilo De Juana Chaos,
ahuecando el vientre tras una controlada dieta, ofreciendo su
cuerpecillo sacrificial a los medios. Pero lo relevante del show de
Sastre ha sido más bien la cantidad de individuos que han ido a
rendirle pleitesía. Olvidando, todos ellos, que estamos hablando del
Le Pen de Mallorca, el tipo más xenófobo que ha parido esta isla.
Pero es igual, todo vale contra el enemigo mortal. Esto realmente es
muy español y ayuda a entender determinados asuntos que desde fuera
parecen esotéricos: por ejemplo, ver a tanto republicano que
desaprueba enfáticamente la aureola Ancien Régime de la
monarquía, pero que después se rinde extático ante los
insolidarios 'derechos históricos' de Cataluña y Euskadi, como si
fueran el súmmum de la modernidad progresista.
Siempre tropezamos con la misma piedra: la doble vara de
medir. Tal vez seamos el país de los tuertos, de los trileros de la
crítica. Hay odios malos y odios tolerables. Por eso unos son
machistas, como Cañete, y en cambio otros no lo son en absoluto,
como Diego Valderas (líder de IU en Andalucía), aunque hayan dicho
delante de una cámara, junto a un divertido Cayo Lara, que una
política del PSOE es “la de las tetas gordas”. Tampoco es
machista Jesús Eguiguren, que sólo fue condenado por una minucia:
apalear a su primera esposa. En fin, mejor seguir dibujando a los
simpáticos clientes del Comerç y apurar el penúltimo pedazo de
tarta.
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