(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Mi
muro de Facebook es bastante transversal, y pocas veces se alcanza un
consenso como el de estas semanas: Palma está llena de mierda. Pero
no se alteren, podemos dormir tranquilos: ¡Cort declaró a Trump
persona non grata! Todo el proceder político gubernamental
sigue esta pauta inefable, como la Ley Turística, que nació ya como
un aborto legal. Es el protocolo mortuorio de este Club de la Conga
que, en los ratos libres de tanto selfie propagandístico y
expedientes mordaza, se dedica a jugar a la política con un
impagable talento meningítico. Ahí está el caos del turismo
vacacional, la confusión del Trenc con Kenia o la moratoria de
grandes espacios comerciales que acaban de tumbar los jueces, esos
extraños seres que parecen molestar tanto a nuestros líderes. Sin
ir más lejos, véase el asunto del no-monolito de sa Feixina o mi
multa de 3.000 euros, que será decidida lejos de las neutrales y
garantistas manos de esos togados que huelen a sospecha, ¿o es que
alguien los ha visto jalear al Pacte, eh?
Hay
que entretener al millón de rehenes-contribuyentes del Govern. Ahora
que la diputada Seijas ya no puede pernoctar en el Parlament y que al
podemita Aguilera le han restringido emular a los clubbers
de Pachá desde la tribuna de las Cariátides, toca ‘poner en
valor’ (no ahorremos clichés cuando hablamos de nuestros
gobernantes) una perspicacia para legislar que haría las delicias
del mítico capitán Schettino, el del crucero naufragado Costa
Concordia.
El
jueves me acerqué al gubernativo territorio Frankenstein para
discrepar del modus operandi de este “miniestado” bananero
consagrado a extirpar la libertad de expresión y suplantar a los
jueces. Tocaba entregar mis alegaciones en la sede de la Conselleria
de Presidència, la que me ha abierto el expediente inquisitorial.
Poco habituado a frecuentar tales aposentos, me equivoqué de recinto
y llegué primero al Consolat de Mar, donde esperé para registrar la
escena a Jordi Avellà, fotógrafo de este periódico y persona mucho
más sensata que quien esto escribe.
Ante
mi idea de aparecer junto a los dos históricos cañones de la
entrada, Jordi desaconsejó mi ocurrencia, no fuera que se nos
acusara de falocentrismo. ¡Dios mío, apología de la falocracia
heteropatriarcal en los mismísimos dominios de Francina von
Fronkonstin! Tampoco era cuestión de que se tomara la socarrona
estampa como profanación de un BIC o, peor aún, una declaración de
guerra simulando bombardear la sede de este Govern tan ocurrente como
susceptible. Mi autocensura icónica no es gratuita, pues estamos
hablando de unos gobernantes que han convertido una evidente ironía
mía en toda una acusación de prevaricación al concejal de
Movilidad. Poca broma con la Cofradía Literalista Autoritaria.
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