lunes, 10 de julio de 2017

CENTINELAS DEL FUEGO


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Los grandes novelistas no sólo retratan su época sino que captan las anunciadoras huellas de incipientes patologías, cartografiando su factible contagio generalizado. Muchas veces se puede entender mejor algo con el talento novelístico que con un ensayo, por aquel retrato vivencial que no pierde necesariamente rigor conceptual. En un mundo en que el nuevo batallón de clérigos de la moral avanza, de forma trágica, a base de vampirizar las causas más nobles, el mundo de habla inglesa nos lleva ventaja, y eso debería permitirnos conocer a tiempo por donde llegan los tiros.
Desgracia del Nobel J.M. Coetzee desplegó ya en 1999 el alcance corrosivo de los pliegues del buenismo. En una simbiosis de pensamiento e historia y con una escritura que es un bisturí de precisión, analiza en la primera parte el arraigado puritanismo que azota las universidades anglosajonas, a través del caso de un profesor de poesía Romántica inglesa en Ciudad del Cabo, David Lurie, que se acuesta con una alumna tras perder de vista a una prostituta árabe a la que frecuentaba tras su segundo divorcio. Estamos en la Sudáfrica post-Apartheid. Su relación con la chica, que es mestiza, genera un escándalo, pero es por un error administrativo relacionado que acaba perdiendo su trabajo. En gran parte es derrotado por la hybris, y tras su caída en desgracia se refugia en casa de su hija Lucy, en la Sudáfrica profunda, donde no rigen las mismas normas de la vida académica. Si en ambas esferas sigue latente un espíritu hobbesiano de persecución del prójimo, en la zona donde ahora se instala el nivel de explicitud es mucho mayor, llegando a alcanzar cotas insoportables de barbarie. Pasamos así, sin apeaderos intermedios, del hipócrita buenismo al malismo categórico: ambos mortíferos.

Un año después llegó La mancha humana de Philip Roth, el genio de Newark al que el Nobel se le queda corto. De nuevo aparece el puritanismo académico, teóricamente progresista, al que Roth despanzurra con enorme habilidad. En el contexto del histérico impeachment que padeció Bill Clinton por el caso Lewinsky, el catedrático Coleman Silk, ex-decano judío de una universidad de Nueva Inglaterra, es absurdamente acusado de racismo por algunos de sus alumnos. Esta auténtica caza de brujas lo obliga a prejubilarse y a ser perseguido por una joven colega bastante retorcida, maestra de la moderna neolengua inquisitorial. Si más adelante surge un elemento clave para entender el nulo racismo de Silk, en el proceso de autoanálisis que lleva a cabo para defender su honorabilidad intima con una arisca mujer, divorciada y analfabeta, y se relaciona con Nathan Zuckerman, alter ego de Roth, famoso novelista que es el espectador y penetrante narrador de esta historia premonitoria.

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