Estos días han fallecido dos futbolistas más: el camerunés Patrick Ekeng en Rumanía y el brasileño Bernardo Ribeiro. Ya se ha convertido en una macabra costumbre ver desplomarse en el terreno de juego a futbolistas que dejan de respirar poco después: los dos citados, Antonio Puerta, Feher, Foé, Klein, Hildan, O'Donnell, Mertens. Los futbolistas ostentan una aureola casi divina, parecen seres invulnerables que están por encima de todo, en un culto que supera ideologías y religiones. Sin embargo, caen como moscas.
Cada
vez que esto sucede se vuelve a engrasar una maquinaria que llevo
mimando
desde la infancia: la muerte en el fútbol. El caso es que en otra
vida fui futbolero
y,
por
entonces, seguía las evoluciones entre
otros del
Colonia, liderado por el gran Pierre Littbarski. Comenzó
a destacar ahí
un
joven delantero centro, Mucki Banach, gran
goleador.
Pero en 1991
se mató en un accidente de tráfico
y
yo me quedé sin mi nuevo
Van Basten.
Mi
afición al Colonia se frenó
en seco,
pero
el culto a
Banach se
proyectó con intensidad.
Desde ese momento me
obsesioné con
las muertes de futbolistas en
activo,
recabando
información
detallada
sobre
sus
circunstancias
fúnebres
y
confeccionando
una lista que a día de hoy es muy larga, con al
menos
un centenar de caídos en
combate.
Con
el tiempo se fue erigiendo por sí mismo un completo equipo de
espectros, invencible ejército de zombis que seguían jugando a
fútbol en mi mente, en un club imaginario que asaltaba lo real para
adueñarse de todos los trofeos posibles. Tenía mucho material para
decidir una bonita alineación. Después también les sumé pequeñas
muertes, es decir, no decesos físicos pero sí lesionados graves o
proyectos frustrados de grandes futbolistas, idóneos en su
descalabro para integrar tan selecto plantel de pesadilla.
Hay
muertes para todos los gustos, aunque la forma mayoritaria es el
accidente de coche (Dener, Rommel, Rui Filipe, Clebson, Villamayor,
Tenorio, Mayelé): asesinato (Andrés Escobar, Peralta); leucemia
(Andrea Fortunato); suicidio (Enke, Saric, Castillo, Tupper); caída
desde un acantilado (Dubovsky); accidente de avión (la selección de
Zambia al completo en 1993); un rayo (Gaviria), etc.
Hay
dos casos recientes que destacan en truculencia por encima de los
demás. El del camerunés Ebossé, que fue apedreado por su afición
argelina, justo el día en que había sido padre. Ya insuperable es
la historia brasileña de un árbitro que llevaba un cuchillo en
pleno partido y asesinó a un jugador tras expulsarlo... para después
acabar ¡descuartizado y con la cabeza clavada en una estaca!
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
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