(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
En
ningún caso se le podrá reprochar a Manuela Carmena que no sea
consecuente. Aunque su coherencia se determine mediante la
incoherencia. Quiero decir que si su modelo era Tierno Galván (“las
promesas electorales están para no cumplirse”), afirmar al
poco de ser alcaldesa que no piensa aplicar el programa con el que se
presentó Ahora Madrid tiene mucho de fidelidad a su referencia en lo
político. Carmena cumple, aunque su cumplir implique incumplir.
De
todo el festival interminable de sainetes que nos han procurado los
chicos de Carmena, me interesa más el protagonizado por Rita
Maestre. Por dos motivos. En un sentido, no tiene lógica que en un
país laico existan capillas católicas (o de cualquier otro credo)
en las universidades públicas. Tampoco que se juzgue a alguien por
“ofender los sentimientos religiosos”, aunque en este caso
concurran elementos más objetivos, como es el asalto físico y no
una simple crítica al estilo Charlie Hebdo.
Ahora
bien, y aquí viene el segundo motivo, que esta realidad carezca de
legitimidad no implica que debamos aplaudir automáticamente el
asalto de Maestre a la capilla de la Complutense. Porque se trata de
un acto violento que pretende intimidar a los que lo padecen, sean
feligreses o público de un espectáculo erótico, al caso es lo
mismo. Y peor aún son los lemas que coreaban las asaltantes. No lo
digo por algunas de la habituales chorradas (pre)podemitas como
“poder clitoriano”, sino por dos apelaciones directas al
odio: “Vamos a quemar la Conferencia Episcopal” y
“Arderéis como en el 36”.
En
España somos especialistas en defender causas a la manera de lo que
queremos combatir. El laicismo, por ejemplo, es una base
indispensable de las sociedades democráticas, pero aquí algunos
tienen instalado en su cerebro reptiliano que el laicismo no es otra
cosa que ir a saco a por los creyentes. El laicismo puede y debe ser
defendido con medidas razonables, ya que es precisamente la razón su
esencia mas característica, pero performances histéricas y lemas
guerracivilistas nos alejan de lo que en teoría queremos defender.
Nos sitúa así en un plano irreductiblemente maniqueo en el que no
caben más que amigos y enemigos. Y al final de la trinchera sólo
puede quedar uno.
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