(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Cuando entrevisté a Bauzá nadie imaginaba que llegaría a ser presidente del Govern. Estoy hablando del otoño de 2005. Me recibió en el despacho que acababa de estrenar en el ayuntamiento de Marratxí, cuando iniciaba su primer mandato en el consistorio, durante una legislatura en la que el PP se repartió el poder con un partido local. La entrevista fue bastante insípida, sin elementos que sedimentaran en mi memoria. Por entonces, él todavía no era Bauzá, ese cofrade de la partitocracia con afán de perdurar y dirigir a los suyos de forma personalista. Antes de conocer sus cartas, pensé que Bauzá habría aprendido la lección de la caótica y delictiva legislatura de Matas, que tendría las cosas bajo cierto control y sería menos presidencialista. Pocas semanas antes de las elecciones municipales y autonómicas de 2011 circulaba una historia según la cual Bauzá podría estar relacionado con un supuesto fraude en Aguas de Marratxí. Supuse que no podía ser, porque si alguien carece de tranquilidad de conciencia no habría aplicado en el PP ese protocolo que impedía a los políticos imputados ir en las listas electorales: “Debe estar limpio para hacer algo así. No creo que tenga tantos delirios de grandeza como Matas. Imagino que habrá aprendido la lección del palacete”. Pero luego te enteras de su piso de lujo en primera línea de la muralla, de sus hipotecas y deudas, su vinoteca o las historias de su famosa farmacia. Mucha gente, incluidos adversarios en la política o en la prensa, durante años han ponderado la inteligencia de Bauzá, su capacidad para tejer estrategias sinuosas que le beneficien a él y a su partido. La salida de gente como Jaume Font o Toni Pastor parecían jugadas maestras; pero, tras crear estos el PI y tener opciones de representación en el Parlament, la valoración cambia drásticamente, porque afecta de lleno al electorado potencial del PP. La pretendida genialidad puede convertirse en un desastre electoral, sobre todo si también su temida UPyD consigue entrar en el hemiciclo. Por no hablar de medidas importantes como el TIL o el cambio de modelo lingüístico en IB3, que son aplicadas hacia el final de la legislatura cuando la lógica obligaría a hacerlo en sus inicios. O esa fallida creación de nuevos impuestos a un empresariado cercano al partido. La guinda a estos despropósitos podría eclosionar en su enfrentamiento con el alcalde Isern, debido a los fuegos de la envidia, como diría Shakespeare. Prescindir del respetado Isern para poner en su lugar a un títere de Rodríguez supondría un harakiri para el PP de Palma, pero esa opción se va escribiendo sólidamente en el horizonte.
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