(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Suponía haber sido el
último en enterarse, para variar, pero al final resulta que gran
parte de este país vivía en el desconocimiento de su desequilibrada
existencia horaria. Lo que muchos imaginaban como lo más normal del
mundo, o sea, atardeceres hasta las tantas, en Galicia alcanzando
casi la medianoche, ha resultado ser un ingrediente principal de
nuestro ser diferencial. Spain is different, incluso con el reloj en
la mano. Porque estamos fuera de tiempo, usurpando la Hora Central
europea, cuando nuestro lugar natural se encuentra en el mismísimo
meridiano de Greenwich, que nos atraviesa por Huesca y Castellón.
Disfrutábamos del huso británico-portugués hasta que un tal
Francisco Franco, no sé si habrán oído alguna vez hablar de él,
decidió el 2 de mayo de 1942, en plena II Guerra Mundial, sacarnos
del orden inglés para entregarnos a la hora nazi del III Reich. El
caso es que lo que venía determinado por intereses bélicos,
adaptando nuestros relojes a los dictados de Berlín, no fue rehecho
tras la guerra, ni tampoco después de la muerte del dictador. No sé
exactamente a qué se debió esta inercia, pero tal vez nuestros
antepasados descubrieran con esa hora luminosa de más que se les
coloreaba engañosamente la existencia. No influye demasiado a qué
hora sale el sol, pero sí y mucho en qué momento se oculta tras el
horizonte. Basta ver la ola de depresiones que nos azotan cada último
domingo de octubre, cuando saltamos al horario de invierno. Total, si
eso sólo significa que se acabe el día a las 17:30 horas
aproximadamente, no veo que sea tan grave, cuando en el resto de
Europa oscurece antes, ellos que están en la hora solar que les
toca. El caso es que nos olvidamos del cambio de hora como el
protagonista de Memento
no sabe que su misión vengadora es un fraude, porque previamente ha
querido olvidarlo en beneficio de un fogonazo de sentido
autojustificador.
Últimamente la Comisión Nacional para la
Racionalización de los Horarios Españoles ha puesto en marcha una
iniciativa para cambiar nuestra desubicación, restaurando la
normalidad horaria. De nada estoy más convencido en esta vida de que
fracasará. España en bloque, si fisuras, independentistas
incluidos, se negará a que anochezca una hora antes. Parece cierto
que mejorarían productividad y salud, pero eso no es nada comparado
con esos 60 minutos de luz extra en los que vemos una especie de
prórroga a nuestras agonías cotidianas. Qué extraordinario civismo
significaría regresar a Greenwich y compartir hora con su Graciosa
Majestad y los pabellones victorianos de cricket. Pero no lo haremos.
Bah, merecemos ser invadidos por el ejército de Gibraltar.
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