(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Una de las esencias de la modernidad consiste en que
nada es a priori intocable. Todo puede criticarse e incluso
cambiarse. Pero en algunos ámbitos nos encontramos con un discurso
que, mientras quiere cambiar cosas (la Constitución), enloquece
cuando desde la mayoría política se pretenden redefinir aspectos
relacionados con el catalán. Nuestro pelotón de guardia acaba de
salir en tromba, como acostumbra, contra el cambio de criterios
lingüísticos de IB3, que se aplicaría a partir de mayo. La idea
consiste en darle al artículo salado una consideración formal,
junto a una reivindicación del léxico propio de las Baleares que no
se aplica con normalidad en los medios. ¿Tan terrible sería eso?
Para Damià Pons o Josep Antoni Grimalt, representantes del
departamento de Filologia Catalana de la UIB, pocas cosas hay más
graves. Es curioso lo de estos enardecidos centinelas del idioma, o
más bien de una idea muy concreta del mismo: presumen de representar
posturas científicas, cuando no son capaces de establecer un debate
sobre el modelo de lengua sin demonizar desde el principio a aquellos
que se salen de la norma que ellos mismos han establecido. Realmente,
no hay nada menos científico que utilizar el prestigio de la ciencia
con el fin de estigmatizar y triturar cualquier disidencia. Jamás
interpretan que el criterio del otro, aunque no lo compartan, sea
legítimo, sino que es de por sí, en su diferencia, aberrante, una
monstruosidad que es necesario erradicar para la buena salud de la
cohesión social (otro de sus mantras).
Pons ha criticado el cambio de modelo en IB3 asegurando
que no tiene en cuenta “las leyes”. Por supuesto, él y sus
compañeros de departamento son los primeros que se las saltan.
Primero, ninguneando olímpicamente aquel punto del Estatuto de
Autonomía que insta a la defensa de las modalidades insulares. Y
segundo, excluyendo una abundante cantidad de términos propios de
las Baleares considerados normativos por el Institut d'Estudis
Catalans, como si en realidad no lo fueran. Pons y compañía
defienden sin fisuras una interpretación del estándar catalán que
ha mutilado gravemente la multiplicidad de la lengua. Para no
reconocer lo que de político hay en sus planteamientos filológicos,
se convierten en tumulto intimidador que endosa a los discrepantes
los improperios habituales: “secessionista”, “incult”,
“pagès”. En un ejercicio pavloviano de la falacia del hombre de
paja, han elaborado un estereotipo con el que encorsetar a todos sus
oponentes, digan estos lo que digan. Nada más anticientífico que
caer en esta dialéctica demonizadora. Su falta de pluralismo
lingüístico no es más que la antesala de su ausencia de pluralismo
ideológico. Porque el más preciado de los credos es, para ellos, la
unanimidad.
1 comentario:
Como sevillana, exijo que los informativos respeten nuestra modalidad.¡Ya está bien que tengamos que hablar todos como salmantinos!
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