El Estado alemán carga desde hace 65 años con el sambenito de una culpabilidad, la de los crímenes del nazismo, decretada casi como si su plasmación respondiera a una causa eterna, injertada en plena raíz del volkgeist. Todavía pueden escucharse o leerse comentarios en distintos ámbitos sobre una supuesta y maléfica esencia germánica de la que uno debería protegerse preventivamente antes de que manifieste su fuerza criminal. Sin embargo, se repite mucho menos algo insólito, y es que todavía tenemos pendiente con los alemanes una cuenta, que no es otra que el reconocimiento de su culpabilización. No conozco ningún otro país de la historia que acate y muestre de forma tan explícita los crímenes que cometió en el pasado. Es como si de alguna manera hubieran asimilado el espíritu de las víctimas principales del nazismo, aplicando hoy aquellos principios del judaísmo que tanto enfermaron a Hitler, quien llegó a escribir que los judíos habían inventado la conciencia y la autocrítica. Se podrá objetar que fue tan escandalosa la dimensión de esos crímenes que no le queda otra salida a la Alemania actual que reconocerlos, pero basta echar un vistazo a la escasa o nula capacidad autocrítica que muestran China, Rusia o Turquía con sus particulares genocidios para darse cuenta del gran mérito que atesoran los alemanes tras la Segunda Guerra Mundial.
Todo esto lo digo a cuenta de una exposición y de un libro. La exposición, turbia y fascinante, se ha reinaugurado (estuvo cerrada un largo período de tiempo) este verano en Berlín con el título Berlín 1933-1945: entre la propaganda y el terror. Consiste en un recinto al aire libre, que son los restos del edificio que albergó la sede de la Gestapo y de las SS en la capital del Tercer Reich (esta zona es conocida como Topografía del Terror), en el que mediante 77 paneles se trata de explicar la evolución de la ciudad desde el final de la República de Weimar y el mismo inicio del nazismo hasta el final de la guerra. Parece que se otorga una principal importancia a los primeros años de implantación de la maquinaria nazi, a varios niveles (social, judicial, identitario, etc.), y eso tiene un apreciable valor, dado que habitualmente recordamos más los años de destrucción total que significó la guerra que esos inicios en los que se iba produciendo el cambio en la estructura del Estado y la sociedad alemana. Si se pretende aprender algo de lo que sucedió en el Tercer Reich, alguna cosa que nos sirva actualmente, deberíamos analizar con mayor detenimiento los primeros pasos de Hitler en el poder, y no los últimos, pues es ahí donde más espacio de conmensurabilidad puede darse con nuestras sociedades actuales.
Hasta aquí la exposición. En cuanto al libro, decir que se lo debo al amigo y camarada 'vermaliano' El Pez Martillo, que visitó Berlín y sus alrededores este pasado verano y ha tenido la amabilidad de dejarme este ejemplar interesantísimo. Se trata de El campo de concentración de Sachsenhausen (1936-1945). Acontecimientos y evolución, un libro editado por la alemana Metropol en muchos idiomas, incluido el español, y que puede comprarse en el mismo Sachsenhausen, pionero en la red de campos de concentración y exterminio del Tercer Reich, ahora convertido en un museo y monumento nacional, lo que evidencia una vez más la voluntad pedagógica y moral que alienta a Alemania con respecto a su pasado más negro. Sachsenhausen no fue uno de lo infernales seis campos de exterminio que puso en marcha el nazismo (nombres que debería recordar de memoria todo europeo, de la edad que sea: Auschwitz, Treblinka, Majdanek, Sobibor, Chelmno y Belzec), pero su principal importancia radica en ser la base del universo concentracionario del Tercer Reich, la génesis de todo un sistema de destrucción que año a año fue afinando sus mecanismos para elevar las cotas criminales hasta extremos nunca vistos (luego Mao fue incluso más lejos, y descubrimos que en realidad Hitler no había sido más que un espabilado discípulo de Stalin).
PS: no estaría mal recordar que el 'inventor' de los modernos campos de concentración fue un mallorquín, Valeriano Weyler Nicolau (1838-1930), que los puso en práctica en 1897, durante la guerra de Cuba, adelantándose al británico Horacio Kitchener, que los organizó dos años más tarde en Sudáfrica, durante la guerra anglo-boer. De Weyler a Hitler, pasando por Stalin, el universo concentracionario ha sido uno de los temas principales del último siglo, una puesta al día de las bases sacrificiales de la naturaleza humana que han dejado en evidencia, desvelando su fondo expiatorio y criminal, los sistemas idealistas que quieren reintroducir en el mundo la 'magia' que le extirpó la modernidad desde la Ilustración.
4 comentarios:
Disculpe que me enlace, pero, qué personaje Weyler...
http://eltornaviaje.blogspot.com/2009/06/el-general_30.html
Ni mucho menos, querido Phil, ya sabe que aprecio sus comentarios y enlaces.
Es curioso, pero en estos tiempos tan bienpensantes en los que Palma (con alcaldesa del PSOE) ha cambiado medio callejero, suprimiendo nombres vinculados de una o de otra forma al régimen franquista, Weyler sigue teniendo una plaza, pequeñita pero justo en el centro de la ciudad.
saludos
Ciertamente, los alemanes no esconden sus crímenes, todo lo tienen bien documentado y al aire. Incluso hacen visitas escolares a estos sitios (me topé con varias en Sachsenhausen).
En el monumento conmemorativo a los judíos muertos en el Holocausto (justo al lado de la conocida puerta de Brandemburgo), hay un mapa de Europa en el que están señalados todos los lugares de recuerdo que existen (los campos o sitios más o menos significativos para la historia del Holocausto), y es impresionante ver cómo en casi todos los países del continente hay alguno (incluso en España había, aunque muy pocos). Lo digo porque al menos en esta cuestión, el recuerdo va más allá de Alemania.
Y respecto a Sachsenhausen, el libro que le presté se centra en la época nazi, pero al terminar la guerra las instalaciones fueron utilizadas por los soviéticos hasta, si no recuerdo mal, 1955 como campo de prisioneros (las condiciones debían ser algo mejores que en la época nazi, porque los barracones de esa época eran distintos y parecían más "cómodos", pero era un campo al fin y al cabo). A la vergüenza nazi se suma la comunista, curiosamente utilizando las mismas instalaciones.
Saludos.
Es que no sólo Alemania 'fue culpable', sino que, sobre todo en lo que afecta a la cuestión de la persecución contra los judíos, las culpas se reparten por toda Europa.
En cuanto a la utilización soviética de Sachsenhausen, pensaba darle espacio si acabo escribiendo alguna entrada sobre el libro en cuestión. Aunque no es ninguna sorpresa o novedad, no está nunca de más recordar los crímenes del estalinismo, pues por cuestiones interesadas (no hay partidos nazis en Europa, pero sí comunistas) siempre suelen estar más olvidados.
saludos
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