viernes, 22 de diciembre de 2006

LA MUJER CTÓNICA

Harriet Andersson en Un verano con Mónica (1952)

La mujer es más amarga que la muerte” (Eclesiastés 7, 26).

La humanidad lleva demasiado tiempo sobrevalorando diferencias que no tienen ninguna relevancia fundamental, pues ni el color de la piel, ni la lengua que hablamos, ni cosas similares significan nada decisivo. Sin embargo, en contra de lo que aseguran ciertos tópicos de nuestro tiempo, la diferencia más importante que existe a nivel humano es la sexual: nada hay más diferente en el homo sapiens demens
[i] que el hombre y la mujer. La ‘guerra de los sexos’ es la única que se asienta sobre principios biológicos sólidos y sobre unas raíces cuya importancia para la evolución de la especie es primordial. Estas decisivas diferencias entre sexos tienen que ver tanto con la estructura y la organización cerebral (de lo que se deriva, entre otras cosas, una superioridad masculina en lo que son procesos de abstracción, por oposición a la hegemonía femenina en lo que al lenguaje de las emociones se refiere), como con la conformación física y la disposición hormonal, etc. De la inagotable dialéctica entre los principios masculino y femenino trata Sexual Personae, polémico y voluminoso ensayo escrito por la norteamericana Camille Paglia que la editorial Valdemar ha publicado en España este mismo año. Paglia reflexiona sobre la visión que de la mujer nos ha dejado la historia universal, centrándose especialmente en el ámbito del arte de occidente. Lo principal, la consideración que se ha tenido de la mujer como un ser inferior, irracional, sin alma[ii], impuro y de emocionalidad inestable, sinónimo de abismo y perdición. Y es que en esta cosmovisión, la mujer, como la naturaleza, es percibida como realidad ‘ctónica’, y por ctónico (del griego khthónios) se entiende lo que pertenece a las entrañas de la tierra en su sentido más viscoso, “el ciego bregar de las fuerzas subterráneas, la larga y lenta succión, las tinieblas y el cieno”. Es decir, la realidad demónica del inframundo, lo opuesto a las deidades celestes, representadas con atributos masculinos. Lo ctónico podría significar algo parecido a lo dionisíaco (en lo que se refiere a animalidad instintiva), pero en un sentido mucho menos festivo y más truculento. Es también todo lo que la civilización ha reprimido en su visión apolínea de lo real, todo lo que permanece por debajo de su proyecto de trascendencia. Tanto la naturaleza como la mujer son realidades ctónicas, desligadas de cualquier planteamiento evolutivo en sentido progresivo, estancadas en lo primigenio, en lo telúrico. La mujer es más ‘natural’ que el hombre, es una prolongación de la Naturaleza, pues se rige por los mismos ciclos y pautas que determinan a ésta.

La desemejanza se ha retratado de forma tan cruda que hombre y mujer parecen ser realidades radicalmente opuestas (“especies distintas”, según el escritor William Burroughs), pero la diferenciación hormonal nunca es absoluta entre ellos: ni al hombre le pertenece en exclusiva lo masculino, ni tampoco la mujer es únicamente femenina. En unos y en otros se hallan ambos principios contrapuestos, con sus equivalentes hormonales (testosterona y estrógenos), aunque en distintos grados de combinación. Pero tampoco hay que olvidar que toda voluntad de separación radical choca con una angustiosa paradoja, la de que todo hombre es nacido de mujer, todo cuerpo ha sido creado por igual en el vientre ctónico que nos macera entre viscosidades y que niega nuestra voluntad originaria arrojándonos en los brazos de la endemoniada existencia
[iii]. La mujer condena al hombre a la vida, se la impone. Como la naturaleza, es un “útero-tumba” que devora y vomita a sus criaturas, creándolas y destruyéndolas al mismo tiempo y con la misma falta de consideración moral. Como dice Paglia, “la mujer es una miasma dionisíaca, un mundo de fluidos, una ciénaga ctónica de procreación”. De ese principio creador-castrador, de ese origen ambivalente, causa de una ansiedad abisal, surge todo lo humanamente existente.

Fruto de este origen impuesto, el hombre siempre ha necesitado rebelarse contra la inmanencia pragmática de la dimensión puramente femínea de la existencia. Engendrado en las tinieblas viscosas de la matriz, el hombre reacciona contra su origen ctónico intentando elevarse por encima de la naturaleza, esa autoritaria y despótica Gran Madre, creando el mundo paralelo de lo ideal y lo moral, lo suprasensible, para escapar a la amenaza castradora de las elementales fuerzas femíneas. Las leyes sobre las que se articula este mundo escapan a la lógica autocrática de lo natural. El hombre, al contrario que la mujer, nunca se acostumbra a la simple inmanencia de lo empíricamente existente, a lo contingente; siempre le está exigiendo a la aparente consistencia de lo real una evidencia más profunda y verdadera. Como dice Paglia, el hombre se arraiga en el ‘más allá’, la mujer en el ‘más acá’; el primero mira al cielo, la segunda a la tierra. Lo celeste contra lo telúrico, el sentido contra la animalidad. Pero este esencial inconformismo, por oposición al conformismo ctónico de lo femíneo, es lo que lo conduce, si no se alcanza cierto equilibrio entre lo inmanente y lo trascendente, a la perdición, pues no acaba enfrentándose más que a puras sombras, fantásticas proyecciones de una mente insatisfecha
[iv]. Este mundo creado por el hombre para soportar la implacable y opresiva existencia no es otro que el de la razón, el arte, la ciencia o la política. Paradójicamente, la mujer moderna, para poder liberarse de sus cadenas, no ha tenido más remedio que asumir el lenguaje masculino que ha originado este mundo ‘artificial’ (Paglia: “es la sociedad patriarcal la que ha liberado a las mujeres”). Y todo porque la mujer carece del espíritu de superación masculino que puede conducir tanto a los peores crímenes como a las más elevadas gestas. Si la mujer hubiera protagonizado la historia de la humanidad en lugar del hombre, posiblemente habría descendido el número de crímenes, pero también es cierto, como apunta la propia Paglia, que en pleno siglo XXI todavía viviríamos entre chozas, en una dimensión puramente animal[v]. Y es que el signo de la feminidad es la pura inmediatez. La mujer, como cualquier animal de la creación, existe en la inmanencia del orden natural y se identifica (pasivamente, de forma inercial, biológica) con la totalidad, pues no se diferencia de ella ontológicamente. La mujer vive en armonía con lo natural. Por contra, signos de lo masculino son la mediación y la interrogación, pues el hombre vive inmerso en la escisión, en el Xaos de Hesíodo[vi]. En su ámbito, definido por el desarraigo, nada se da por sí mismo, de modo que el significado, lo simbólico, es su filtro cognoscitivo con respecto a lo real. Sólo la conciencia masculina habita dentro de la ruptura, sólo en ella hay pérdida, y, consecuentemente, búsqueda de lo perdido, proyecto idealista. Y dentro de este esquema la mujer no ha sido más que un objeto, poderoso y seductor, en el que los hombres han proyectado sus deseos, sus fantasías y sus miedos.

Queda claro que, como toda identidad sólo puede articularse a partir de mecanismos de alteridad, el hombre siempre ha necesitado de la oposición de la mujer para determinarse. Un buen ejemplo de esta mentalidad lo encontramos en el Génesis, pues la aparición de Eva sólo se produce ante la necesidad que tiene Adán de dar un sentido a su indiferenciada existencia paradisíaca, ausente de determinación alguna. Pero es la aparición de la mujer la que ocasiona todos los problemas de Adán, lo que define la dialéctica entre lo masculino y lo femenino como ambivalente. Fruto de este amor-odio, el hombre siempre ha tratado de separarse, de escindirse, no de la mujer, sino del principio femíneo y de todo lo que éste representa, pues ve y teme en lo ctónico la no-identidad, lo puramente indiferenciado, lo desvertebrador. La forma masculina frente a lo viscoso sin forma, lo líquido. De ahí la concepción de lo femíneo como perturbadora causa de desestructuración ante la que hay que oponer “trincheras apolíneas”. Por contra, el principio femíneo no requiere de identidades fuertes (reflexivas y mediatas) para sobrevivir, pues su esencia arraiga en lo ctónico, lo que carece de identidad. Lo masculino vive sometido eternamente a la amenaza de autodestrucción inherente a su deseo de trascendencia, de ahí que su personalidad sea mucho más creativa y destructiva que la femenina, más agónica y menos complaciente. Mientras que lo masculino vive en la escisión, lo femenino es esa escisión.

La representación de la mujer siempre ha sido ambivalente, divinizada y demonizada por igual. En el primer caso advertimos la idea de la mujer como auténtico Paraíso perdido
[vii], musa inspiradora, Absoluto inalcanzable y promesa de eterna beatitud. La figura de la mujer resulta elevada místicamente, al tiempo que jerárquicamente es rebajada (recordemos que la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en las actuales democracias occidentales no es más que una original e insólita anomalía en la historia). Pero la ambivalencia esencial de lo femíneo no puede ser erradicada en esta operación cultual, sino todo lo contrario. De ahí que, a juicio de Paglia, la Eva bíblica sea al mismo tiempo la serpiente y el propio Edén, a la vez promesa del paraíso y tentación que lo aleja del mismo. Salvación y perdición en la misma carne, ángel y demonio. Con la Venus de Botticelli también sucede algo interesante, pues se trata de la representación ‘apolínea’ de una diosa ctónica, intento baldío de escamotear tras un velo edificante una realidad terrible que se cuela a través de la espuma seminal en el agua (Venus nace del semen del castrado Urano). Otros arquetipos demónicos de lo femíneo (“duplicaciones de la Diosa Madre”) son: Circe y las Sirenas del Mediterráneo[viii]; la Esfinge[ix]; las Erinias, las Ménades y las Gorgonas; la Kali hindú; Astarté; la Lorelei teutónica; las Rusalkas eslavas; la diosa azteca de la muerte Ilamatecuhtli; la Ta-urt egipcia; el mito de la Vagina Dentata, etc. En resumen: todo intento de idealización de la mujer nunca podrá erradicar su esencia ctónica. Como decía Georges Bataille, “ninguna de las mujeres que amamos, por puras y encantadoras que sean, se hubiera librado de que Sade cagara en su boca”[x].

Esa tesis de la mujer ctónica hoy lo podemos ver mejor que nunca, pues sólo desde hace pocas décadas la mujer se ha podido mostrar (exclusivamente en Occidente) como realmente es y ha sido siempre, al liberarse de gran parte de las cadenas sociales que mantenían atenazada su personalidad. Este moderno renacimiento de lo femenino ctónico ha provocado que la amenaza psíquica (y ontológica) que significa la mujer para el hombre se haya incrementado hasta extremos perturbadores y angustiosos. Lo masculino está hoy en día más a prueba que nunca. Pero lo más paradójico de todo esto es que los atributos vampíricos que constituyen a la ‘mujer de hoy’ (la femme fatale del cine negro no es un estereotipo, sino la simple realidad de todos los días) resultan ser exactamente los mismos que se han representado desde la Antigüedad. Como dice Paglia, “Clitemnestra, Medea, Lady Macbeth y Hedda Gabler, implacables conspiradoras y portadoras de la muerte, son las antepasadas de la mujer moderna”.

De todas maneras, el hombre y la mujer seguirán dependiendo el uno del otro, pues su vínculo es permanente. La lucha podrá ser dulce o sangrienta, pero nunca desaparecerá. Podría asegurarse tranquilamente que es la diferencia sexual la que permite que exista lo humano, pues de esa diferencia, de esa escisión ontológico-hormonal, surgen todas las fuerzas que ponen al homo sapiens demens en movimiento y que nos determinan a todos. La diferencia sexual también existe en casi todas las especies animales, pero en ninguna de ellas posee el contenido profundo y decisivo que ostenta entre los hombres. De esta manera, vista la cuestión desde un punto de vista evolutivo, no hay lugar para una teórica fusión andrógina o para el fin de la ‘guerra de los sexos’. La dialéctica entre los principios masculino y femenino revela la imposibilidad de una conciliación en un Uno homogeneizador, pues no se puede erradicar la diferencia sexual. La dualidad debe mantenerse, pues sin dualidad, sin oposición, no hay conocimiento, ni tampoco movimiento; en definitiva, sin dualidad no hay vida. Un teórico armisticio entre hombre y mujer, dejaría a la especie totalmente desarmada ante la hostilidad amoral del mundo que nos rodea. Desaparecerían las disputas de género, pero se llevarían a la humanidad con ellas.

[Coda ‘arcadiana’: “quien no critica a las mujeres es porque no las quiere” (Federico Fellini).]

[i] Concepto acuñado por el pensador francés Edgar Morin.
[ii] Sexo y carácter, Otto Weininger.
[iii] San Agustín: “nacemos entre heces y orina”.
[iv] Caso de genios como Hölderlin, Nietzsche, Pessoa, Kierkegaard, Kafka, etc.
[v] La civilización es una creación masculina cuyo fin principal consiste en defenderse de la naturaleza ctónica.
[vi] El sentido originario de Xaos (‘caos’), no es, como se entiende habitualmente, “lo opuesto a orden”, sino concretamente “lo que se abre”, “escisión”, “abertura” (de sentido), “brecha”, “hendidura”. Xaos es el principio de todo orden.
[vii] El Venusberg del Tannhauser wagneriano.
[viii] Las Sirenas retratadas por Homero son un fantástico ejemplo de la ambivalencia femenina: su dulce canto y su seductora figura ocultan la realidad infernal de su antropofagia masculina. La pradera en la que las retrata Homero está repleta de miles de huesos putrefactos de hombres que sucumbieron al letal mito de lo femíneo. Como decía de las mujeres el Sherlock Holmes de Billy Wilder: “el guiño en los ojos y el arsénico en la sopa”.
[ix] La palabra ‘esfinge’ significa “la estranguladora”.
[x] Bataille se dio de baja del Movimiento Surrealista por su idealización de la figura de la mujer.

(artículo publicado en la revista
Kiliedro, nº 6).

39 comentarios:

Al59 dijo...

Le deseo suerte, Horrach, pues audacia ya le sobra. Ojo, eso sí, con el miasma, neutro en griego y masculino en español, por muy femeninos que puedan resultar sus armónicos. Imagino que ya conoce a Pilar Pedraza, que bien puede considerarse nuestra Paglia particular. Si no, le envidio la lectura de sus ensayos y novelas: creo que puedo profetizar sin mucho riesgo que le pirrarán.

Johannes A. von Horrach dijo...

Muchas gracias y buenas noches, al59. Y gracias también por el 'miasma', tomaré nota (aunque su feminización es cosa de la misma Paglia).

Precisamente de la Pedraza, de la que recuerdo ya había hablado usted) mi gurú el Rabino Satánico (que fue quien me descubrió a Paglia) anda detrás de uno de sus libros en Valdemar, no recuerdo ahora mismo si es su 'Espectra'. Saludos.

Anónimo dijo...

Sí, Espectra , sí. Un pálpito con ella parecido al que tuve con la Paglia. Veremos.

No está mal en tu primera noche, Horrach. A este ritmo, tendremos que poner anuncios.

O reconvertir el blog en un pornoblog.

Anónimo dijo...

Suerte con su blog, Horrach.

Anónimo dijo...

Soy Hércor.
Me ha resultado perturbador esa idea de William Burroughs, en el sentido de que hombres y mujeres son “especies distintas”.
El concepto, obviamente, se extendería a todos los animales. ¿Cómo habrá sido en la sopa primordial de los tiempos? ¿Tal vez dos especies distintas de bacterias que descubrieron que podían colaborar para reproducirse? Un acuerdo evolutivo del tipo: "Nos reproducimos pero a condición de que la mitad de los hijos sean de una especie y la otra mitad de la otra especie."
Habría que preguntarse: ¿La diferencia en el ADN de hombres y mujeres es similar a la diferencia entre especies? ¡Chi lo sà!

Johannes A. von Horrach dijo...

Muchas gracias, Goslum. Saludos!

Hércor: estoy convencido de que la diferencia ontológica entre hombres y mujeres no es extrapolable a ninguna otra especie animal. Como digo en el artículo, en ninguna especie la diferencia sexual tiene el contenido profundo que en el sapiens demens. Pero también creo que la 'anormalidad' (original anormalidad) reside en el hombre, pues las mujeres no se diferencian demasiado, en sus rasgos constitutivos básicos, de las féminas de cualquier otra especie. Lo normal en la naturaleza es lo ctónico, la "charca miasmática"; lo raro, y aquí entra el componente masculino, es la razón, la ciencia, el arte, la civilización en suma. A diferencia de la mujer, el hombre no se parece demasiado a los machos de las otras especies animales. Saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Amorfísimo Leví (Rabino Satánico de camuflaje),

si no funciona su invento, siempre podremos recurrir a instalar una web-cam y a desnudarme en directo. Algún(a) pervertid@ chapetad@ seguro que enganchamos, ¿no cree? O esto o mando una solicitud de empleo al Tanatorio Municipal, a ver si me aceptan junto a mi primo, el de Venus Inferno. No sería mal empleo una morgue para un tío del subsuelo. Shalom!

El Pez Martillo dijo...

Reflexiones a partir de un hecho anatómico: las mujeres viven hacia dentro. Los hombres hacia afuera.
Extrapolación geológicas: las mujeres muestran el camino a los abismos. Los hombres a las más altas cumbres (¿infierno y cielo?)
Del continuo juego (lucha) entre las dos tendencias surge el suelo sobre el que caminamos.

Empezamos fuerte, señor Horrach. ¡Que no decaiga!

El Pez Martillo dijo...

Ah, por cierto, estoy pensando en un pervertido chapetado que seguro disfrutaría de sus sesiones de webcam. Una pista: tiene nombre de arcángel.

Johannes A. von Horrach dijo...

Buen comentario, Pez.
Sobre el dentro-afuera: los sexos de ambos géneros ya nos dan una pista, los masculinos, hacia fuera y con "proyección de trascendencia" (Paglia dixit); los femeninos, ocultos en las tinieblas interiores de lo matricial. Y a lo interno le es inherente el sigilo, el disimulo, la conspiración tras el velo, lo hermético. El pene se muestra con orgullo; la vagina se retrae a la mostración. Uno escupe, el otro succiona. Puede que de ahí, entre otras cosas, surja el equívoco del 'misterio de la mujer', ese enigma que debe más a la imaginación de los hombres apolíneos que a las hembras ctónicas.

(sobre el pervertido 'arcangélico': seguro que paga más si es usted el que se despelota).

Anónimo dijo...

Camille Paglia se queda cerca. Pero sólo cerca. Creo.

Hay, más por una inspiración literaria que filosófica, una aproximación óntica -metafísica- al tema del género. Que sea metafísica le sirve para pasarse por los ovarios, que buena falta hacía, toda una serie de presupuestos entre ingenuos y fariseos de pipiripis de la progresía de carné. Olé. Pero hay también una colección de ideas, sin solución de continuidad, que pondrán los pelos como escarpias a los conservadores más recalcitrantes. Ni un lado ni el otro, tampoco al medio, ni se sale en realidad por ningún lado. En tierra de nadie, sí, solo que es una tierra de nadie que nadie desconoce.

La gracia es que esto no es indefinición, ni incoherencia. Si alguien hay que se exprese con seguridad y confianza en lo que dice, esa es Camille. Las perlitas aforísticas brotan del texto con la fuerza de un buey de carga. O de un directo a las gónadas. Bravo.

El problema, para el gusto de quien escribe, no está al nivel de los contenidos, ni de cuestiones ideológicas, ni de lo epatante o políticamente incorrecto, o tocanarices, que pueda resultar. Sino de la confusión de planos. Si se inicia un camino por la vía metafísica, ojito al volver. Hipostasiar figuras de pensamiento sobre el plano, mucho más acuoso, donde los picores se rascan, las heridas sangran y las ventosidades huelen, es cosa difícil de ajustar.

¿Qué ocurre, pues? Que lo que puede leerse, en cierta clave y pasando de puntillitas por ciertos lados, como un intento de realizar una ontología del género -lectura ésta, creo yo, tremendamente sugestiva y fecunda-, termina cayendo al descender hacia las simas del naturalismo y el biologismo más ramplones. Su pecado no es ideológico, digo yo, sino hipostático.

Que el hombre y la mujer son diferentes, metafísicamente hablando, y que por tanto puedan desarrollarse esas diferencias a través de figuras como lo ctónico-terreno y lo apolíneo-atmosférico, es cosa que puede suponerse y hacerse, y en el caso de Paglia esto ocurre de manera, a mi entender, admirable. Ahora bien, que de ello deba seguirse nada concreto para Pepito y Juanita, que nada tienen, ni uno ni otro, de ctónica ella ni de apolíneo él -pregunten, pregunten a ver qué opinan ellos-, no desde luego con ese grado de pureza, el único que valdría para poder decir algo mínimamente general, pues bien, eso es francamente inadmisible. Si no es como chiste privado o conversación de café y cuatro risas. Si la excepción es la regla, si tan terreno puede ser un hombre, unos ratos, como alunada, otros, una mujer, ¿qué sentido tiene hipostasiar? El retrete nos iguala por lo bajo y el uso del lenguaje por lo alto. Otto Weininger, otro que del mismo pie cojea -y de algunos más, vamos-, tuvo claro al menos que no existen el hombre ni la mujer puros, y que todo es mezcla, grados, excepciones. Ambivalencia, que éste es el sentido profundo y, creo yo, el más rico de Sexual personae. Usarlo, en cambio, para conceder un status especial a la diferencia de género frente a cualquier otro tipo de diferencia, a partir meramente de lo que se dice allí, y tratar de aplicarlo al brear con nuestras cuitas de cada día es, me parece, pasarse de frenada. Esquemas formalmente idénticos nos valdrían para el color de la piel, la lengua, el origen o el tamaño de la nariz. Enorme aparato del que un servidor se enorgullece, dicho sea de paso.

Siempre terminamos transfiriendo nuestras neuras, nuestra propia biografía, a esos esquemas tan cristalinos y tan puros. Lo decía no hace mucho: en los niños nos reconocemos, pero nos olvidamos de que se nos olvidó. Que nosotros lo fuimos, que nosotros lo somos.

El Pez Martillo dijo...

Al hilo de lo que escribe, señor Horrach, y de lo que hablamos, vino ayer a mi memoria un artículo que leí gracias a nuestra querida Lulú, y que me llamó mucho la atención hace ya algunos años. Se trata de "Lo relativo y lo absoluto en el problema de los sexos", escrito por Georg Simmel en 1911. Dejo unas cuantas perlas:

"Que, de este modo, lo masculino sea absolutizado hasta ser universal -objetivo y objetivamente normativo- y no sólo su realidad empírica, sino también las ideas y los postulados ideales enraizados en lo masculino y aplicados a lo masculino- tiene consecuencias desastrosas para el enjuiciamiento de las mujeres. Por un lado suege la sobrevaloración mistificadora de la mujer."

"...la diferencia de sexos, aparentemente una relación entre dos partes lógicamente equivalentes y polares, es, sin embargo, más importante para la mujer que para el hombre: para ella es más esencial ser mujer que para el hombre ser hombre. Para el hombre su sexo es un hacer, para la mujer un ser."

"...el hombre puede vivir y morir por una idea, pero siempre la tendrá delante, es la empresa infinita, y él es en un sentido ideal siempre el solitario. Como este estar en frente y por encima es la única forma en la que el hombre puede pensar y vivir la idea, le parece que las mujeres son incapaces de ideas (Goethe). Sin embargo, para la mujer su ser y la idea son una misma cosa, y aunque ocasionalmente pueda adueñarse de ella una soledad fatal, nunca estará tan sola como el hombre, porque ella siempre estará en casa consigo misma, mientras que el hombre tiene que buscar su casa fuera de sí mismo."

De algunas mujeres me admira la serenidad que transmiten, la sensación de estar muy seguras (a pesar de que sabemos, o intuimos, que ahí dentro pasan muchas, muchísimas cosas, de modo continuo y en continua contradicción), como si ellas fueran el centro de algo. No sé si se me entiende.

Johannes A. von Horrach dijo...

Rabino,

me alegro que las 'ardillas' estén a punto de regresar al cubículo rabínico. Está usted inspirado. A pesar de que me siento aludido en su análisis (o precisamente por ello), estoy de acuerdo en la peligrosidad que supone una interconexión poco rigurosa de planos epistemológicos. Sobre todo si con ello lo que se pretende es blindar una ideología o cualquier otro tipo de sistema dogmático de pensamiento (es decir, no salir de la autocomplacencia de unos prejuicios acríticos). Personalmente, cada vez detesto más las nivelaciones contingentes de análisis metafísicos, pero también es cierto que yo soy el primero que demasiadas veces cae en ellos. Todas estas obcecaciones no tienen otro fin que escapar a la abisal ambivalencia de lo real, a la incapacidad para definir a ésta en conceptos clausurados. El saber humano siempre es aproximativo, nunca alcanza la totalidad de lo existente; la reflexión siempre es a posteriori (no en su sentido causal, sino ontológico, pues es previo a la siempre apriori y siempre irrecuperable escisión originaria), siempre deja atrás un algo que no puede ser definido, y menos con pretensión de esencialidad. Pero también es verdad que la reflexión a veces se acerca más y en otras menos a ese esencial indefinible (lo Absoluto?). Ahora, ¿cómo estar seguro de ello? Como venía a decir el científico Richard Feynman, no se puede estar en la verdad si descartamos la incertidumbre. Aunque el sapines demens sólo se siente vivo en lo clausurado (es decir, en lo excluyente), nunca va a poder destruir esa exterioridad que lo perturba en forma de ambivalencia e incertidumbre. Como decía el también de 'evidentes rasgos semíticos' Franz Kafka, "la verdad es siempre un abismo".
Shalom!

Johannes A. von Horrach dijo...

Correción:

"no en su sentido causal, sino ontológico, pues es previo a la siempre apriori y siempre irrecuperable escisión originaria)"

evidentemente quería decir "posterior (a la siempre a priori...)", no 'previo'.

Concretando: la reflexión se genera precisamente en esa escisión fundamental (ser/ente, sujeto/objeto, etc.), y es precisamente por ello que lo que deja atrás es irrecuperable por la propia reflexión, pues ésta no participa de ello. Y esto no quiere decir que se postule ningún irracionalismo ni nada por el estilo. Al contrario, sólo se trata de no olvidar los límites de nuestra capacidad reflexiva.
De ahí que para filósofos como Schelling o Kant, el arte sea más adecuado que la filosofía para conectar ('intuición intelectual') con ese a priori indeterminado.

Johannes A. von Horrach dijo...

Pez Martillo,

muy interesantes los textos de Simmel. No los conocía, me lo apunto. ¿En qué ditorial se publicó? Gracias.

Me interesa especialmente esa idea de lo masculino como proyecto, como un siempre 'hacia adelante' en perpetua tensión. Como ya digo en el artículo de Kiliedro, esa proyección es siempre agónica, pues tiene en sí el germen de su opuesto, de lo informe, de lo desvertebrador. La identidad masculina siempre es algo más precario que la femenina, pues parte de una ruptura, de una no-identificación con lo real en su sentido más telúrico, y eso la hace más quebradiza (pero también con un mayor potencial creativo).

Sobre las 'serenidades', con los años he aprendido a no fiarme demasiado de esas exterioridades. Primero porque pueden ser falsas (lo que dice usted del interior turbulento que pueden esconder). Y después porque eso no delata una superioridad, llamémosla 'moral'. La de asesinos en serie o genocidas que demuestran unna gran serenidad... Pero no sé, no lo tengo claro, aunque, a pesar de no haber leído 'Serenidad' de Heidegger, creo que en la serenidad puede haber un cierto parapetarse en el propio ego, una estrategia para protegerse de lo exterior. Pero, bueno, es igual, que estoy un poco espeso hoy. Saludos!

Bartleby dijo...

Buena sorpresa, Horrach, con su blog.
Efectivamente, la principal diferencia es entre hombre y mujer.
Ando buscando un lenguaje común que nos permita entendernos o, al menos, un traductor simultáneo para no tener que decirles las cosas por gestos. Mientras lo busco, le deseo suerte en su nueva aventura bloguera.
Saludos, Bartleby.

El Pez Martillo dijo...

Lo de la serenidad me lo ha inspirado eso del "ser" de lo femenino que hablaba Simmel. Es verdad que es una exterioridad, pero es la impresión que dan algunas. Y además, me temo que en ningún caso podremos ir mucho más allá de esa exterioridad (a lo sumo, bucear unos poco metros en sus abismáticas profundidades).

El texto de Simmel está sacado de "Cultura femenina y otros ensayos", publicado por Alba editorial.

Y sólo me queda animarle a leer eso de la Gelassenheit. Es una conferencia, por lo que el texto no es muy largo. Y la puede encontrar en la página de Heidegger en castellano (el Tigre dirá lo que quiera, pero es una muy buena herramienta).

Anónimo dijo...

De acuerdo con lo que añades, Horrach. No sé si te comenté en su momento que uno de los problemas que le veía a tu texto sobre La mujer ctónica es, precisamente, que el lector casual -o interesado- pudiera hacer una lectura esencialista, o, como decía yo, hipostática. De aquí que, más que querer corregirte, quisiera introducir algunos matices. Shalom.

Anónimo dijo...

Por cierto, el texto Gelassenheit de Heidegger, tal y como se ha editado en libro, consta de la conferencia que, en efecto, está en la página de Potel, y de un segundo texto -que no está más que en el libro, si no se ha añadido últimamente-.

Johannes A. von Horrach dijo...

Hola Bartleby!

¿No cree usted que el único 'lenguaje ctónico' que existe es el de los gestos? A veces es el único que entienden al 100 %. Tanto darle al coco para saber cómo entendernos con ellas y al final va a resultar que el más patético chulillo de discoteca nos puede dar conferencias sobre la materia.

Saludos y ya sabe, aquí está usted invitado.

Johannes A. von Horrach dijo...

Pez Martillo,

gracias por lo del libro de Simmel, lo buscaré (me estoy haciendo una biblioteca sobre las ctónicas de la misma manera que sobre el Holocausto).
El misterio de las interioridades femeninas, sea verdad o mito (nota para al59: 'mito' en su sentido negativo, de la misma manera que se suele malentender 'aparecer' como mentira, cuando su etimología va por otros lares), es parte del tema ctónico, así que prometo entradas futuras sobre el mismo.
Saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Rabino, su turno:

Descuide, sé que me matizaba, no es usted tan mamporrero como yo (al menos en público). No es excusa, pero la laringitis tuvo que ver en no pulir el texto como merecía. Para la próxima administraré mejor el tiempo.

OK, miraré en la página de Potel (www.heideggeriana.com.ar). De todas maneras, ahora estoy racionando a Heidegger, así que creo que tardaré un poco en leer su 'Gelassenheit' (qué bonito suena en alemán), que primero me toca (además de seguir con la lectura de 'Ser y tiempo') 'De la esencia de la verdad' y 'La proposición del fundamento'.
Shalom!

Bartleby dijo...

Desde luego, Horrach: Será el atavismo o el instinto, pero el primer acercamiento y posterior enganche se producen por gestos, poses... Es el tipo de seducción inicial que la mujer espera del macho, el cortejo más animal. Pero después empieza su cálculo racional (que puede tener algo de sopesar inconsciente de nuestros valores) del buen partido que podamos ser como proveedores de seguridad y paternidad.
Igualmente está usted invitado en mi ya añejo blog.
Saludos, Bartleby.

Johannes A. von Horrach dijo...

Hola Bartleby, le pillo por los pelos.

De acuerdo con usted en esa estrategia en dos fases que implica la seducción. La primera está más determinada por lo biológico, que siempre va a la contra del discurso oficial del feminismo. Se podrá decir que las mujeres prefieren a hombres 'sensibles' y tal, pero la realidad va por otro camino, mucho menos amable.
Pero, evidentemente, la seducción no puede quedarse en la pura animalidad inicial; hay que combinarlo con otras cosas, más sutiles, menos ctónicas.

Bueno, me tengo que ir, continuaremos. Saludos.

Anónimo dijo...

Qué poca gente escribe en españa sobre el Holocausto cuando es basal para el análisis de la modernidad. A nivel de prensa sólo se me ocurren, mate en pais, albiac en razon, juarista en abc a veces y capo en dm. chueta

Johannes A. von Horrach dijo...

Benvingut, chueta.

Es cierto que no se trata demasiado el Holocausto en España, y tal vez tenga mucho que ver el antisemitismo reinante. Hay que recordar que según una encuesta elaborada por la Unión Europea hace unos 2 o 3 años, España era (y sigue siendo) el país más antiisraelí de Europa, y eso significa alguna cosa. Ahora bien, más cierto es que sobre la máquina 'gulagiana' del exterminio del comunismo leninista (URSS, China, Camboya, Corea del Norte, etc.) se habla menos todavía. Recuerdo aún mi conmoción al descubrir, en un documental televisivo, los crímenes de los Jemeres Rojos en Camboya, 2 o 3 millones de gente asesinada en sólo 2 años (gente como Chomsky apoyaba el régimen de Pol Pot, por cierto). Más que ese genocidio (¡que ya impresiona!), lo que más me impresionó es la casi nula atención que se le ha prestado, al menos en España, a este crimen. No hay memoria para según qué tipo de crímenes. O, mejor dicho, para los crímenes de según qué perfil de criminales.
Shalom!

Anónimo dijo...

Estàs temptant la sort, Horrach. M’estranya que encara no hagi comparegut una feminista radical per tallar-te els collons. Políticament incorrectes, les teves dissertacions.

Et diré la meva amb unes breus i concises paraules. Allò que tu denomines i representa “la dona ctònica” crec que, més aviat, és una mirada molt pròpia —molt, molt pròpia— de l’home. La representació de la dona fins no fa molt ha estat la mirada de l’home. Una mirada sexual, evidentment, que no s’ha de confondre en atribuir cap mena d’ontologisme “ctònic” a la dona. És l’home qui és ctònic, i la seva inquisitiva mirada sexual.

Biel

Johannes A. von Horrach dijo...

Hola Bielet, bon vespre, com anam?

Això mateix dic jo, que ja estàn tardant massa ses feministes de carnet en treure ses dents!!, jajaja. Per si d'acàs, jo ja tenc els meus collons assegurats.

Sobre lo que comentes, està clar que sa figura de sa dona ha estat demonitzada durant sa història, a totes ses cultures; però això no vol dir que el retrat 'ctònic' que s'ha fet d'elles sigui fals (vull dir: que ses dones estàn més vinculades a lo telúric que els homes). Crec que sa època que ara vivim mos pot donar molts exemples, pues sa dona ja està alliberada, en gran part, de ses cadenes masclistes i es mostra tal com és. Per això sa versió que avui podem veure de sa dona és purament ctònica, lo que dona sa raó al discurs de Paglia (i ja que hi som, al meu també). Pensa que una cosa és el discurs oficial del feminisme (i satèlits llepaculs) i s'altre és sa realitat de cada dia, molt menys amable (hauries de llegir 'La evolución del deseo', un anàlisi de biologia i psicologia evolutiva de David Buss; aquí es veu molt clar, amb dades, sa contradicció entre lo que ses dones diuen que desitgen i lo que els seus estrògens lis fan desitjar, sa majoria de vegades, lo contrari del seu discurs).
Pensa també en sa carrera que tú i jo hem cursat, filosofia. És cert que ses dones eren majoria a sa nostra classe, i a totes ses classes (i a totes ses facultats). Això podria tirar per terra sa meva tesi, pero no!!, doncs més cert és encara que quan comença es moment de s'especialització, és a dir, el doctorat, TOTES aquestes dones fuguen corrents de sa facultat. I ses porques que queden es fiquen a especialitats 'fluixes', filosòficament xerrant. Vull dir, que ninguna es fica a metafísica, que és el cor de sa filosofia. Ses poques que queden és a ètica, sociologia, política, etc., coses interessants, però no tant 'filosòfiques' com sa metafísica. I aquest fet tant delatador està en consonància amb els estudis que na Lulú a ses seves classes ens mostrava: és a dir, ses diferències d'estructura cerebral entre gèneres, que fan que els homes tenguin més facilitat pel raonament abstracte, per exemple. Així s'enten que sa filosofia pura, és a dir, sa metafísica, sigui (inclús avui dia) casi exclusivament masculina. Sa filosofía és masculina, i casi diria que és i ha de ser misògina, inclús (segons na Paglia, sa cultura és un intent de fugida i enfrontament del principi femení-ctònic de sa existència). Però això es pot discutir més endavant, es clar.

Saludos i gràcies per participar al debat, hi estàs convidat.

Johannes A. von Horrach dijo...

Ahh, se m'olvidava. Sa única dona que he conegut que fos molt bona en metafísica és una antiga amiga meva madrilenya, T., llicenciada en filosofia per sa Complu. Pues resulta que aquesta dona és una de ses femelles més testosteròniques que ha conegut mai, una autèntica fera. Tenia el seus nivells de testosterona tant alts que es dedicava amb dedicació al taekwondo per cremar-los, imaginat! Això m'obliga a matisar: sa filosofia no és que sigui masculina; lo que és es 'testosterònica' 100 %.
Saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Chueta,

se me olvidaba. Imagino que me pregunta lo del Holocausto por la referencia que le hago al Pez Martillo de mi biblioteca sobre el tema. Tengo que aclarar una cosa: mi tesis doctoral de filosofía la pensaba dedicar en un primer momento a este tema, analizado preferentemente a partir de las tesis psicológico-antropológicas de René Girard. Pero luego pensé que antes debería profundizar más en las tesis girardianas, así que, mientras estoy con la obra del pensador francés, voy recopilando para más adelante volúmenes sobre los crímenes del III Reich, especialmente los vinculados a los judíos.
Saludos.

Anónimo dijo...

No conozco mucho las tropelias de estos jemenes rojos. ¿Crees que se puede deir como hace saramago que palestina y el holocausto son un unico y mismo crimen?. ¿Dos millones de muertos en camboya valen más que seis en europa? Yo pienso como Albiac que es el escritor español que mas admiro por su inteligencia en tratar el tema israli. ¿que opinas de el?saludos hebreos.
chueta

Johannes A. von Horrach dijo...

Hola chueta,

no se trata de comparar crímenes. Una cosa es el Holocausto y otra es el genocidio camboyano, que cada uno tiene sus características propias que los hacen únicos. Ahora bien, estoy radicalmente en contra de ese tipo de comparaciones repulsivas que se suelen hacer en España entre los crímenes del nazismo y los ataques del estado de Israel contra los palestinos. Aquí sí que no se puede establecer ninguna comparación, pues los contextos son diametralmente opuestos, y Saramago en este caso lo que hace es ponerse (una vez más) en evidencia. Lo más parecido a los crímenes nazis que se ha dado estos años son los bombardeos de Putin sobre Grozni, y no veo que nadie proteste contra Rusia como se hace contra Israel. Ahora mismo no recuerdo en España ni una sola manifestación contra los crímenes de Rusia. ¿Po quém los chechenos son menos que los palestinos?

A Albiac lo he seguido un tiempo, me interesa, aunque no estoy de acuerdo con su incondicionalidad proisraelí. Es decir, yo soy defensor del estado de Israel, pero no incondicional, y creo que a Albiac a veces eso lastra alguno de sus análisis. Pero es un tipo interesante.

Shalom!

El Pez Martillo dijo...

¿Es posible que el papel de aliado que jugó la URSS en la liberación de Europa del nazismo tuviera su importancia a la hora de la minimización de sus crímenes? No es lo mismo que los haya cometido el archienemigo que uno que ha estado luchando contigo contra él. Además, es mucho más fácil atacar a los que ya no están o están muy debilitados (los nazis) que a los que eran en su momento la otra gran potencia. Curiosamente, se han empezado a comentar y a asumir en mayor cantidad los crímenes soviéticos desde su caída. Incluso muchos de los que ahora son abanderados del anticomunismo estuvieron muy próximos a él allá por los setenta. Lanzo una tesis aforística: el valor en la lucha tiende a ser inversamente proporcional a la distancia de la amenaza (vale para explicar muchas cosas, desde las posturas contra ETA ahora que lleva muchos años bastante debilitada, impensables hace 20 años, la actitud ante el islamismo, o ante los israelíes, casos estos últimos dos que se combinan y se refuerzan en el conflicto de Oriente Medio)

Johannes A. von Horrach dijo...

Hola Pez, no estoy de acuerdo: es cierto que a la URSS no se le tuvieron en cuenta los crímenes que cometió en la II Guerra Mundial por su rol de aliado, pero tenga en cuenta que la mayor parte de los crímenes de Stalin fueron anteriores a esa guerra (las purgas más sanguinarias corresponden a 1933 y 1934), y en ese momento la URSS no era aliado ni nada. Hay otras cosas que explican ese silencio que comentaba, y la más importante es la ideología. Fue por eso, y no por otra cosa, que Sartre y demás intelectuales de la izquierda europea se negaron a condenar los crímenes de Stalin (crímenes que conocían). Otros, como Orwell y Koestler, pusieron delante la dignidad antes que la ideología y manifestaron una actitud radicalmente opuesta (sin salirse de la izquierda, por cierto. Ellos no fueron 'conversos').

Sobre el segundo punto, si quiere decir usted que cuanto más lejos está la amenaza más estupendos nos ponemos con los gestos para la galería, estoy de acuerdo al 100 %. Pero no sé si le he entendido bien, confírmemelo.

El Pez Martillo dijo...

Me ha entendido al 100%. Pero quiero puntualizar que no todo es así, ya que hay auténticos valientes y héroes que sí están cerca de la amenaza (pienso, por ejemplo, en esos que tienen que vivir con escoltas, o en los presos políticos que hay por el mundo). Otro ejemplo que ilustra lo que quiero decir: durante la dictadura hubo quien lucho contra ella, y hubo muchos presos. Pero al terminar esa dictadura resulta que todo el mundo fue antifranquista. Y estoy casi seguro que los que más lo cacarean son los que estaban ahí brazo en alto en la plaza de Oriente cuando Paquito Pantanos, parkinsoniano, daba sus discursos.

Y más allá. Hay quien se inventa amenzas y adopta la pose de superhéroe.

Johannes A. von Horrach dijo...

Sobre los antifranquistas que cuando estaba vivo el dictador eran de la causa hay algunos casos sonados, el más llamativo de todos, el de Juan Luis Cebrián, nº 2 del poderoso grupo Prisa, que ahora se dedica a repartir carnets de demócrata cuando personalmente (no fue ni su padre ni un abuelo ni un tío) dirigió los informativos de la televisión franquista a principios de los años 70. Menudo pájaro. Más llamativo que ese cambio de chaqueta es el silencio que lo rodea en nuestro país; todavía me encuentro con mucha gente que no sabía del pasado del ahora 'respetable' Cebrián (la misma gente que desconoce que el copero Jiménez Losantos fue víctima de un atentado de Terra Lliure).

A este tema del 'antifranquismo franquista', y a las víctimas de ETA voy a dedicar el próximo artículo de Kiliedro. Como el de La Mujer Ctónica, también lo colgaré aquí, por si alguien se anima al debate. Saludos.

Anónimo dijo...

Las mujeres tal… Las mujeres cual… Todos los hombres opinan sobre nosotras, sintiendo una especie de curiosidad extraña. Como si en realidad padeciesen "la envidia del clítoris" pero ésta hubiese quedado olvidada en algún boceto perdido detrás de una estantería y nadie acertara a recordarla.

Curiosamente, quienes más prolijamente opinan y se detienen, conocen a las mujeres de verlas… En las vitrinas.

A la vista del artículo, ¿cuál es la solución? ¿el suicidio? Anhelo la normalidad que apenas he visto en el trato hacia la mujer en general, hacia cada mujer en particular. Merecemos una personalidad distinta en cada especimen, ¿o quizá no? ¿somos un ser de un millón de ojos, dos millones de brazos, un millón de coños?. ¿Todas somos a la fuerza ctónicas?. Anhelo la normalidad y la vulgaridad de lo diario. La respuesta más sencilla y la mejor como dicen los científicos.

Tororo dijo...

Si Freud se levantase de su tumba y leyese 'todos' estos floridos i decorativos argumentos se frotaria las manos: la psedociencia se une a la pseudofilosofía en una comunión quimérica de hipostataciones y argumentos guiados de la mano de innumerables falacias tan poco sutiles como descaradamente buscadas. Así es como -no- se genera conocimiento: doxa pura y de pretensiones esencialistas. Un aplauso señores, un aplauso.

Lectora dijo...

"La mujer vive en armonía con lo natural. Por contra, signos de lo masculino son la mediación y la interrogación, pues el hombre vive inmerso en la escisión, en el Xaos de Hesíodo".

¿De verdad? no me diga, debería usted ser mujer para poder afirmar o negar eso. Yo no me identifico con la mujer que usted describe, y le juro que no tengo pito ni lo he tenido nunca.

Eche usted un vistazo a los mitos y verá como el principio femenino es el artífice del cambio.
Si en el Paraiso la mujer no hubiese tenido curiosidad e inquietud por el conocimiento, hoy en día estaríamos todos mascando hierba y paciendo con Adán.

Es curiosa la habilidad masculina para endilgar lo negativo a lo femenino considerando femenino cada vez cosas opuestas, según convenga.

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