(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares. Aquí está completa, en papel ha salido cortado el domingo)
Martes.
Detenidos dos catedráticos de la UIB ya saben por qué. Me pasma que
delante de nuestras narices nos vayan colando milongas y delitos uno
tras otro (caso Nadia, negocios de Cursach, este medicamento) sin que
nadie con responsabilidad tome medidas hasta que ya es tarde, y luego
en cambio nos entreguemos a burbujas de histeria como la del aceite
de palma, el panga o la carne roja. También se ha alertado mucho
sobre los funestos peligros de las antenas de telefonía, pero se
acaba de publicar un riguroso informe que tumba esos pavores, aunque
nuestros medios no le hayan hecho apenas caso. La pauta se mantiene:
paranoia con asuntos inanes, dejadez ante problemas graves.
Miércoles. A falta del Oficio de
Tinieblas, relegado incomprensiblemente por la liturgia católica,
regreso al paraíso de las carnes, El Ceibo de Santa Ponça, para
celebrar el aniversario de un gran amigo. El espíritu de la carne.
De los licores y los habanos. Así sea.
Jueves.
Paseo por las entrañas de mi barrio, La Soledad. Distrito sur.
Anochece. A la altura de la fábrica Ribas, registro estampas de
varios rincones espectralmente sugerentes. Suponía que estaba solo,
aunque desde un coche parado y sigiloso, del que refulgían
significativas señales de violencia latente, me interpelan en plan
matón de Scorsese. Como no me atrae demasiado la idea del
martirologio, y tras un intento baldío de enfriar la amenaza, escapo
por piernas. Lo que tuvo su estimable cuota de milagro, dado que mi
maltrecha pata diestra debería dificultarme emular a Usain Bolt.
Viernes.
Las visitas al tanatorio suelen tener un coste. No para mí. ¿Cómo
explicar que allí me encuentro como en casa, con una comodidad
inaudita, y no caerme encima la camisa de fuerza? Suena en la ida
That’s life de Sinatra y en la vuelta El novio de la muerte en versión de Javier Álvarez.
Las
avalanchas de la Madrugá. Como hace 17 años, la ficción, en
este caso la novela Nadie conoce a nadie de Juan Bonilla,
irrumpe en nuestras coordenadas espacio-temporales. Lo preocupante es
que el pujante grado de psicopatía social se vaya manifestando de
manera cada vez más irresponsable.
Sábado.
Hace dos años que no visitaba la iglesia ortodoxa de Palma la noche
de resurrección. Aunque mantengo erguido mi agnosticismo, no dejo de
apreciar el depurado sentido del ritual que practican en esta variada
comunidad de rusos, ucranianos, serbios, rumanos y búlgaros.
¡Gospodi pomilui!
Domingo.
En Pascua musicalmente combino los coros ortodoxos, sobre todo
serbios (salmo 135), con sonidos más tétricos como el Ach Golgotha de Current 93 o el Caller of spirits de Blood of
the black owl. Todo sea por mantener la bipolaridad con buena
musculatura.
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