(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
¿Cómo
no hablar de Trump? Vivimos tiempos de excepcionalidad o,
simplemente, aquello que pensábamos que era lo normal realmente no
lo es tanto. Veremos si es pasajero o dirige nuestra historia a medio
plazo.
Por
una parte, el tan sobado pero genuino populismo, que se caracteriza
básicamente por jibarizar la realidad. Si hoy en día el mundo cada
vez es más complejo, cobran un especial atractivo las recetas
sencillas pero adulteradas
que a la precariedad de sus argumentos añaden
una histérica
voluntad de cerrar
(en falso)
todos los interrogantes. Cuando precisamente tratar de ahogar
toda incertidumbre incentiva la tergiversación de las apresuradas
respuestas.
Más
que nunca nos hacen falta políticos que sepan divulgar ideas
complejas para la mayor parte de la sociedad, que es incapaz de hilar
fino en nada. Alguien que acerque lo complejo a la mayoría; sin
simplificar, pero permitiendo una comprensión generalizada. A
excepción tal vez del canadiense Trudeau, esa figura indispensable
no se ve por ninguna parte.
En
el caso de Trump, ha resultado llamativo un mecanismo psicológico
que saca partido de la saturación. Quiero decir que si en principio
penalizamos proferir salvajadas de forma aislada, luego resulta que
nos entregamos incondicionalmente al que las suelta orgulloso una
tras otra, sin freno. Así se percibe a Trump, en su furia, como
auténtico, convencido. El enésimo flautista de Hamelín.
Pero,
¿por qué los medios y los encuestadores no entienden la realidad
actual? En parte porque la capa de buenismo imperante lo impregna y
deforma todo. La bruma de lo políticamente correcto es tan opresiva
que, además de impedir debates abiertos sobre algunos temas, hace
que la sociedad oculte, y así de alguna manera inflame, sus
verdaderas intenciones. Pues, el cansancio del buenismo es algo
natural pero a la vez siniestro.
Pongo
un ejemplo: la inmigración. En el Brexit fue clave, y parece que en
lo de Trump también. Ahí se ve una escisión enorme entre la
opinión pública y la opinión publicada. El debate migratorio se ha
convertido en un tabú, e incluso en Alemania han satanizado a
filósofos prestigiosos como Sloterdijk y Safranski por argumentar
contra el discurso oficial. Esa línea aséptica, forzada desde
medios y partidos políticos, está provocando lo que estamos viendo:
un rechazo que genera respuestas absurdas y enfáticas.
El
problema de fondo consiste en no entender que el idealismo, siendo un
referente necesario, no puede encarnarse como un programa a imponer
de forma maximalista. Buscar su
total aplicación
conlleva que, por
exceso de celo,
pueda acabar
desintegrándose
por completo. De este modo el ‘macarthismo’
buenista
nos lleva
a la histeria del populismo. Como dice la intempestiva Paglia, “los
caminos que salen de Rousseau conducen a Sade”.
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