lunes, 14 de noviembre de 2016

DE ROUSSEAU A SADE


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

¿Cómo no hablar de Trump? Vivimos tiempos de excepcionalidad o, simplemente, aquello que pensábamos que era lo normal realmente no lo es tanto. Veremos si es pasajero o dirige nuestra historia a medio plazo.
Por una parte, el tan sobado pero genuino populismo, que se caracteriza básicamente por jibarizar la realidad. Si hoy en día el mundo cada vez es más complejo, cobran un especial atractivo las recetas sencillas pero adulteradas que a la precariedad de sus argumentos añaden una histérica voluntad de cerrar (en falso) todos los interrogantes. Cuando precisamente tratar de ahogar toda incertidumbre incentiva la tergiversación de las apresuradas respuestas.
Más que nunca nos hacen falta políticos que sepan divulgar ideas complejas para la mayor parte de la sociedad, que es incapaz de hilar fino en nada. Alguien que acerque lo complejo a la mayoría; sin simplificar, pero permitiendo una comprensión generalizada. A excepción tal vez del canadiense Trudeau, esa figura indispensable no se ve por ninguna parte.
En el caso de Trump, ha resultado llamativo un mecanismo psicológico que saca partido de la saturación. Quiero decir que si en principio penalizamos proferir salvajadas de forma aislada, luego resulta que nos entregamos incondicionalmente al que las suelta orgulloso una tras otra, sin freno. Así se percibe a Trump, en su furia, como auténtico, convencido. El enésimo flautista de Hamelín.
Pero, ¿por qué los medios y los encuestadores no entienden la realidad actual? En parte porque la capa de buenismo imperante lo impregna y deforma todo. La bruma de lo políticamente correcto es tan opresiva que, además de impedir debates abiertos sobre algunos temas, hace que la sociedad oculte, y así de alguna manera inflame, sus verdaderas intenciones. Pues, el cansancio del buenismo es algo natural pero a la vez siniestro.
Pongo un ejemplo: la inmigración. En el Brexit fue clave, y parece que en lo de Trump también. Ahí se ve una escisión enorme entre la opinión pública y la opinión publicada. El debate migratorio se ha convertido en un tabú, e incluso en Alemania han satanizado a filósofos prestigiosos como Sloterdijk y Safranski por argumentar contra el discurso oficial. Esa línea aséptica, forzada desde medios y partidos políticos, está provocando lo que estamos viendo: un rechazo que genera respuestas absurdas y enfáticas.
El problema de fondo consiste en no entender que el idealismo, siendo un referente necesario, no puede encarnarse como un programa a imponer de forma maximalista. Buscar su total aplicación conlleva que, por exceso de celo, pueda acabar desintegrándose por completo. De este modo el ‘macarthismo’ buenista nos lleva a la histeria del populismo. Como dice la intempestiva Paglia, “los caminos que salen de Rousseau conducen a Sade”.

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