(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
La
semana pasada un compañero de pretéritas fatigas magenta y eternas
tareas filosoferas, Miguel Ángel Quintana Paz, viajó a Bruselas
para asistir a la proyección de Gente que vive fuera, el
ineludible documental del movimiento cívico Libres e Iguales que
retrata el exilio de Cataluña de Boadella, Azúa y Jiménez
Losantos, mi querido Fede El Empalador, defensor de virginales
ciudadanos canonizables como Rodrigo Rato e implacable perseguidor de
repulsivas amenazas públicas como un servidor.
En
fin, el caso es que Quintana se alojó en un hotel ¡de Moleenbek! Ya
sabemos que ese barrio belga es el epicentro del yihadismo que se ha
encaprichado últimamente con Francia. Ante la noticia de su llegada
a Moleenbek automáticamente uno podría preocuparse por verle
expuesto en una zona de peligro. Es una reacción natural,
instintiva, pero sobre todo errónea, porque donde viven los
terroristas suele ser un lugar tranquilo. Ellos atentan fuera de
casa, siguiendo el dicho castizo, y soez, “donde se come no se
caga”. El mayor peligro potencial para Quintana era tropezarse
con uno de esos tipos rezando agachado en plena calle, pero poco más.
También
relacionado con lugares intimidantes, aunque en este caso no por
residencia de los psicópatas de turno sino por ser donde perpetran
sus crímenes o incluso donde acaecen simples accidentes, resulta que
tras la catástrofe suelen ser muy seguros. Después del naufragio
del Costa Concordia del capitán Schettino, los precios de los
cruceros cayeron en picado a la vez que aumentaba la seguridad.
Idéntica situación se produjo con el accidente de Spanair en
Barajas, tras el que se convirtió en la línea más barata y fiable
del mercado... pero nadie se subía a sus aviones ni a los cruceros.
Cuando
en Mallorca se produjeron los últimos atentados de ETA, verano de
2009, uno de los lugares donde se puso una bomba fue un bar de las
afueras de Palma, en el Portixol. No era yo precisamente asiduo del
local, algo pijo para mi gusto, pero desde ese día fui mucho durante
unos meses. Y no tanto por solidaridad como por seguridad. El
explosivo se puso en los baños, y siempre he tenido claro que los de
la limpieza revisarían desde ese día el recinto hasta el último
rincón. Tampoco ETA tenía la manía de reiterar los atentados en el
mismo sitio, sobre todo a corto y
medio plazo. Por tanto, durante un tiempo ese bar fue el lugar
más seguro de Mallorca. Pero no había apenas clientes. Sólo el
Johannes y algún rehén-amigo.
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