lunes, 7 de diciembre de 2015

CONFORT DE ZONA ZERO


(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

La semana pasada un compañero de pretéritas fatigas magenta y eternas tareas filosoferas, Miguel Ángel Quintana Paz, viajó a Bruselas para asistir a la proyección de Gente que vive fuera, el ineludible documental del movimiento cívico Libres e Iguales que retrata el exilio de Cataluña de Boadella, Azúa y Jiménez Losantos, mi querido Fede El Empalador, defensor de virginales ciudadanos canonizables como Rodrigo Rato e implacable perseguidor de repulsivas amenazas públicas como un servidor.
En fin, el caso es que Quintana se alojó en un hotel ¡de Moleenbek! Ya sabemos que ese barrio belga es el epicentro del yihadismo que se ha encaprichado últimamente con Francia. Ante la noticia de su llegada a Moleenbek automáticamente uno podría preocuparse por verle expuesto en una zona de peligro. Es una reacción natural, instintiva, pero sobre todo errónea, porque donde viven los terroristas suele ser un lugar tranquilo. Ellos atentan fuera de casa, siguiendo el dicho castizo, y soez, “donde se come no se caga”. El mayor peligro potencial para Quintana era tropezarse con uno de esos tipos rezando agachado en plena calle, pero poco más.
También relacionado con lugares intimidantes, aunque en este caso no por residencia de los psicópatas de turno sino por ser donde perpetran sus crímenes o incluso donde acaecen simples accidentes, resulta que tras la catástrofe suelen ser muy seguros. Después del naufragio del Costa Concordia del capitán Schettino, los precios de los cruceros cayeron en picado a la vez que aumentaba la seguridad. Idéntica situación se produjo con el accidente de Spanair en Barajas, tras el que se convirtió en la línea más barata y fiable del mercado... pero nadie se subía a sus aviones ni a los cruceros.
Cuando en Mallorca se produjeron los últimos atentados de ETA, verano de 2009, uno de los lugares donde se puso una bomba fue un bar de las afueras de Palma, en el Portixol. No era yo precisamente asiduo del local, algo pijo para mi gusto, pero desde ese día fui mucho durante unos meses. Y no tanto por solidaridad como por seguridad. El explosivo se puso en los baños, y siempre he tenido claro que los de la limpieza revisarían desde ese día el recinto hasta el último rincón. Tampoco ETA tenía la manía de reiterar los atentados en el mismo sitio, sobre todo a corto y medio plazo. Por tanto, durante un tiempo ese bar fue el lugar más seguro de Mallorca. Pero no había apenas clientes. Sólo el Johannes y algún rehén-amigo.

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