(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
El
tercer resfriado en poco más de cuatro meses tomó posesión de mí
tras pasearme de madrugada y con poca ropa por el cementerio de
Palma. Hay gente que me conoce, mucho o sólo un poco, que juzgaba
como algo muy verosímil que un servidor saltara el muro y se pasara
la noche viciosamente recostado en alguna lápida. Siento
decepcionarles, porque mi incursión en el camposanto municipal
siguió unos patrones más prosaicos: no emulé a Serguei Bubka, pues
entré por la puerta, encuadrado en el pelotón de visitantes que
dirigía con talento didáctico y desdramatizador Carlos Garrido y su
troupe de actores y músicos. Seguir a un psicopompo por los
vericuetos de ese acogedor bosque de cruces, con Bach sonando en la
cripta, es algo delicioso sobre todo cuando entiendes que más allá
de esos placenteros límites no hay demasiados rastros de dignidad o
vida inteligente. Y más aún si estamos en campaña electoral. Pero
los muertos no suelen votar, salvo que estemos en países que no
saben lo que es el cricket.
Y
de urna (funeraria) a urna (electoral). Estos engorrosos ceremoniales
de la campaña son una descarada invitación a la misantropía
galopante, un empujón inevitable hacia el barro. Menos mal que me he
librado. Piensen en el castigo bíblico que supone tener que aguantar
a tanto twittero trastornado escupirte virtualmente mientras intentas
contestar algo civilizado desde el teclado de un medio de
comunicación. O saludar a viejecitas soviéticas (mi abuela Jacoba
definía como 'soviético' todo acto o gesto poco amigable) en los
mercados, sonreír a niños insoportables, tratar de no zarandear a
los periodistas más abyectos del lugar (¡y anda que no hay
competencia!), etc. Y más aún en mi caso, que suponía ir al
matadero y dividir el voto regeneracionista. No, gracias, aparten de
mí este cáliz. Le tengo un cierto aprecio a mi salud física y
mental; la misantropía la doy por descontada, aunque intento que no
se desboque demasiado. Ya he dicho en estas páginas a quién votaré,
pero esta semana prefiero dedicarla, además de a rellenar la urna
sin huesos, a leer entre otros a Leopardi: “Los hombres son
miserables por necesidad, pero están resueltos a
creerse miserables por accidente”.
2 comentarios:
No someterse a la imposición ciega para dividir el voto regeracionista, le honra. Los partidos y sus candidatos no deberían ser fines en sí mismos. Pocos tienen la coherencia que usted ha tenido.
Muchas gracias. un saludo
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