lunes, 12 de mayo de 2014

HIGHWAY TO HELL


(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Este año el escenario de las muertes más mediáticas se ha trasladado desde los hoteles, con sus episodios de balconning suicida, hacia nuestras carreteras atestadas de ciclistas. Pasearse cerca de un hotel ya no será tan peligroso, por eso de si te cae un turista beodo encima; ahora conquista el protagonismo la carretera, porque circular por nuestro tejido viario se ha convertido en una excitante experiencia. Si ya de por sí es sorprendente y extravagante convivir con el resto de automóviles, por los caóticos manejos de sus conductores (no poner el intermitente, adelantamientos suicidas, ir a 80 por el carril rápido de la autopista para luego acelerar en un tramo de obras, etc.), ahora le hemos sumado un reto más: no atropellar a ningún ciclista. O no rematarlo tras haberse desplomado por un paro cardíaco.
Vaya por delante que, un servidor, si no tuviera su rodilla derecha destrozada, sería un ciclista practicante. Sin embargo, también cabe añadir que soy refractario a esa forma mágica de enfocar el asunto según la cual pedalear nos convierte ipso facto en ciudadanos de primer nivel, más concienciados y morales que los demás. Por lo que tengo observado, se da más o menos el mismo índice de vandalismo entre ciclistas y automovilistas. A veces incluso es peor, caso de los episodios de incívico chorreo de excrementos en Andratx. El liviano vehículo de dos ruedas, como le pasa a la célebre mona vestida de seda, no transmite partículas de respetuosa ciudadanía a sus usuarios. Si uno carece de civismo antes de subirse a la bici, no lo va a encontrar tras unos kilómetros de vigoroso pedaleo. Y menos aún cuando este interesante medio de locomoción se convierte en un modo acelerado de deceso. Parece como si aquellos que ya no pueden arrojarse con el coche desde el Cap Blanc hubieran cambiado de vehículo para ver si así obtienen mejor suerte.
Vidal Valicourt señalaba hace poco que alguien puede estar mintiendo a los miles de turistas que vienen a Mallorca a practicar cicloturismo: deben contarles que aquí hay infinitos y solitarios kilómetros de carreteras a disposición de sus piernas. Sin embargo, Mallorca es uno de los lugares del planeta con mayor índice de automóviles por persona. Todos tenemos coche, y a la mayoría nos cuesta no cogerlo para cruzar las dos manzanas que nos separan de la pastelería. Soy partidario de la convivencia, pero es necesario realizar ciertos ajustes. Si no, las muertes de ciclistas van a acabar convirtiendo a Mallorca en una pasarela hacia el cementerio, un Camino de Santiago que en lugar del Apóstol busca inexorablemente cabecear el asfalto y teñirlo de rojo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Horrach, documentándome por la internet descubro su apasionante serie sobre la mujer ctónica. Justo acabo de acabar de escribir algo relacionado, aquí se lo dejo:

http://ultrafrikismo.posindustrial.info/2014/05/16/americana-un-preludio-a-la-teoria-del-pornokarma-the-big-gang-bang-theory/

un saludo

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