(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Este año el escenario de las muertes más mediáticas
se ha trasladado desde los hoteles, con sus episodios de balconning
suicida, hacia nuestras carreteras atestadas de ciclistas. Pasearse
cerca de un hotel ya no será tan peligroso, por eso de si te cae un
turista beodo encima; ahora conquista el protagonismo la carretera,
porque circular por nuestro tejido viario se ha convertido en una
excitante experiencia. Si ya de por sí es sorprendente y
extravagante convivir con el resto de automóviles, por los caóticos
manejos de sus conductores (no poner el intermitente, adelantamientos
suicidas, ir a 80 por el carril rápido de la autopista para luego
acelerar en un tramo de obras, etc.), ahora le hemos sumado un reto
más: no atropellar a ningún ciclista. O no rematarlo tras haberse
desplomado por un paro cardíaco.
Vaya por delante que, un servidor, si no tuviera su
rodilla derecha destrozada, sería un ciclista practicante. Sin
embargo, también cabe añadir que soy refractario a esa forma mágica
de enfocar el asunto según la cual pedalear nos convierte ipso facto
en ciudadanos de primer nivel, más concienciados y morales que los
demás. Por lo que tengo observado, se da más o menos el mismo
índice de vandalismo entre ciclistas y automovilistas. A veces
incluso es peor, caso de los episodios de incívico chorreo de
excrementos en Andratx. El liviano vehículo de dos ruedas, como le
pasa a la célebre mona vestida de seda, no transmite partículas de
respetuosa ciudadanía a sus usuarios. Si uno carece de civismo antes
de subirse a la bici, no lo va a encontrar tras unos kilómetros de
vigoroso pedaleo. Y menos aún cuando este interesante medio de
locomoción se convierte en un modo acelerado de deceso. Parece como
si aquellos que ya no pueden arrojarse con el coche desde el Cap
Blanc hubieran cambiado de vehículo para ver si así obtienen mejor
suerte.
Vidal Valicourt señalaba hace poco que alguien puede
estar mintiendo a los miles de turistas que vienen a Mallorca a
practicar cicloturismo: deben contarles que aquí hay infinitos y
solitarios kilómetros de carreteras a disposición de sus piernas.
Sin embargo, Mallorca es uno de los lugares del planeta con mayor
índice de automóviles por persona. Todos tenemos coche, y a la
mayoría nos cuesta no cogerlo para cruzar las dos manzanas que nos
separan de la pastelería. Soy partidario de la convivencia, pero es
necesario realizar ciertos ajustes. Si no, las muertes de ciclistas
van a acabar convirtiendo a Mallorca en una pasarela hacia el
cementerio, un Camino de Santiago que en lugar del Apóstol busca
inexorablemente cabecear el asfalto y teñirlo de rojo.
1 comentario:
Horrach, documentándome por la internet descubro su apasionante serie sobre la mujer ctónica. Justo acabo de acabar de escribir algo relacionado, aquí se lo dejo:
http://ultrafrikismo.posindustrial.info/2014/05/16/americana-un-preludio-a-la-teoria-del-pornokarma-the-big-gang-bang-theory/
un saludo
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