(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
La mañana del pasado miércoles nos despertamos con una
noticia terrible y sorprendente: Europa es una ciénaga de machismo.
Un estudio de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE
afirmaba que nada menos un tercio de las mujeres europeas ha
experimentado algún tipo de violencia física, sexual o psicológica.
Sin embargo, los responsables del estudio ponen sobre la mesa una
paradoja que deja caer un serio interrogante sobre la totalidad del
mismo: desconcertados porque haya más machismo en el norte (los
Estados de tradición más igualitaria del mundo) que en los países
del sur mediterráneo, interpretan que las mujeres escandinavas
tienen una tolerancia menor (entienden más severamente lo que es una
agresión), fruto de su adaptación a una sociedad donde rige la
exigencia igualitaria.
Con este trabajo nos encontramos de nuevo con la vieja
historia de no atender a la letra pequeña del contrato, porque casi
todos han sacralizado sus resultados sin apreciar que no estamos
hablando tanto de hechos probados como de declaraciones subjetivas
(encuestas). Encadenados, como dije hace poco, a la pura
declaratividad enunciativa, otorgamos el mismo valor a una percepción
que a un hecho. Y no pretendo relativizar la violencia que siguen
padeciendo muchas mujeres en Europa, pero sí poner en duda la
dimensión del problema planteada en este estudio. Esto tiene que ver
con nuestra hipersensibilidad contemporánea. Nuestros lamentos
muchas veces se desgajan del bagaje de la historia y de la realidad
de otras regiones actuales, y por eso nos parece que vivimos en un
mundo infernal, cuando el confort europeo es el más alto de la
historia, a la vez que los índices de violencia son los más bajos.
Cuanto más ha evolucionado una sociedad, su modelo de exigencia se
idealiza y deja fuera de foco el pasado o nuestros vecinos para
enfrentarse a un ideal inmaculado por debajo del cual todo es
miseria. A falta de verdaderos desastres generalizados, nos aflige
más no alcanzar el culmen de nuestros sueños rusonianos.
Hace poco apareció un estudio similar que afirmaba que
los homosexuales siguen siendo perseguidos en Europa. De nuevo,
considerando sólo la susceptibilidad de los encuestados. No hay que
infravalorar estas paradojas: en una dictadura nadie se queja, porque
no puede, y un observador externo podría deducir erróneamente que
reina en su seno una soberbia paz social. Pero en esos casos todo
permanece ahogado por el miedo, y el machismo no se percibe. En
cambio, una democracia es una explícita tensión continua, con roces
y discusiones, enfrentamientos y recelos. Somos más sensibles y
suspicaces, todo nos parece una ofensa. Entonces, todo es machismo y
los hombres quedan en bloque bajo sospecha.
2 comentarios:
Ciertamente, en una dictadura pocos perciben y tienen el valor de afrontar y enfrentar. Lo sabemos por nuestra historia casi reciente. Pero nuestro referente deben ser los derechos humanos, sostengo, y no las percepciones que se puedan tener o no tener en los regímenes dictatoriales. Considero que hay que mirar hacia adelante y hacia arriba, en cuanto a inspiración se refiere. Más derechos, más democracia, ergo menos machismo y violencia, sin atenuantes.
Bienvenida al blo, Aina Llucia.
En cuanto a su comentario, estoy de acuerdo, pero añadiría un matiz: habrá más justicia cuando tengamos menos machismo criminal, pero también hay que decir, en la línea de mi artículo, que en ciertas ocasiones exasperamos la definición de machismo, montando una caza de brujas contra todo aquello que nos suene, aunque sea levemente, a ello. Y eso también lesiona la justicia y la democracia.
un saludo
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